El grado de cinismo de los políticos argentinos no deja de sorprender. Durante los seis años en los que fue el hombre más poderoso del oficialismo después de Néstor Kirchner, con funcionarios en todos los ministerios, Alberto Fernández jamás se preocupó por la campaña de hostigamiento y espionaje que desde el Gobierno se hacía contra toda persona que no se alineara con los deseos de la Casa Rosada.
Empresarios, políticos, funcionarios, periodistas, fueron víctimas de las pinchaduras de la SIDE, que se puso al servicio de la paranoia ilimitada de Néstor Kirchner. Teléfonos fijos, celulares, mails, msn, todo entraba en la panóptico kirchnerista, que forzó a Eduardo Duhalde a pronunciar una frase memorable: “En la Argentina no se puede hablar más por teléfono”.
Años de apogeo de Alberto Fernández, que no dudaba en utilizar esos mismos resortes para sus internas personales, como aquella vez que “denunció” en el recinto de la Cámara de Diputados la relación de Jorge Telerman con la empresa trucha de publicidad “Sol Group”, en base a un “anónimo” que curiosamente le acercó la documentación.
Hoy en una notable sintonía, los columnistas de Clarín y La Nación, Eduardo Van der Kooy y Joaquín Morales Solá, se hicieron eco de la indignación de Alberto Fernández, quien contradictorio hasta el fin en su “kirchnerismo crítico”, se cuidó de deslizar que su intención era juntarse con Cobos, pero para cuidar al Gobierno, no vaya a pensarse que estaba conspirando.
Morales Solá lo contó así: “Alberto Fernández acordó la semana pasada con el vicepresidente Julio Cobos un encuentro reservado mediante mensajes de texto. La intención voluntaria del ex jefe de Gabinete, no explicitada en ningún mensaje, era conversar con Cobos sobre la necesidad de que la oposición no acorrale al Gobierno en el Congreso. Ya había hablado de esos temas con el jefe de los senadores radicales, Ernesto Sanz, en un encuentro casual. Fernández temía, y teme, una monumental crisis política si sucediera una descontrolada presión parlamentaria sobre el Gobierno. A Olivos no llegaron esas intenciones, pero sí los mensajes de texto con los detalles fácticos de la reunión”.
“El mismo día en que Cobos y Fernández se reunieron, los últimos albertistas en el Gobierno eran gélidamente despedidos de la administración. La viceministra de Justicia, Marcela Losardo, una fiel colaboradora de Fernández desde los primeros tiempos de éste como jefe de Gabinete, se encontró con el inesperado despido”, agregó Morales Solá, confirmando esa y otra primicia de LPO “con ella partió también otro amigo de Fernández, Nicolás Trotta, un subsecretario que depende del vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, un hombre que practica sucesivas y breves lealtades”.
“Creo ahora que mis teléfonos y mis correos están intervenidos por el Gobierno”, sostiene Morales Solá que le dijo Alberto Fernández, con una candidez que no refleja su complicidad –al menos por omisión-, por los largos años de espionaje kirchnerista, que hasta fueron denunciados en tapas de revistas.
Van der Kooy también reservó un espacio de su columna para reflejar la indignación del ex jefe de Gabinete, con un relato calcado al de su colega de La Nación. “Alberto Fernández se reunió discretamente con Julio Cobos. En verdad, habían conversado varias veces desde la renuncia del ex jefe de Gabinete. Alberto Fernández le transmitió preocupación acerca de la actitud opositora con las facultades delegadas. Presume que una decisión drástica podría abrir un conflicto de final impredecible”, sostuvo el periodista de Clarín.
“Aquella cita fue convenida entre ambos, sin intermediarios y por celular. Pocas horas después cayó Losardo. Casi sin interrupción apareció la dama de Moreno ¿Espionaje de Kirchner? ¿Interferencia telefónica de la SIDE? ¿O tarea rutinaria de la Policía Federal?”, se interroga sobre el final.