Editorial
La construcción simbólica y la no praxis política
Por Javier Correa
Milei prioriza su construcción simbólica por sobre la construcción política. Lo hace en un sistema político culpógeno al que el concepto "casta" lo paraliza. El riesgo del desgaste que no se advierte.

Si la construcción simbólica es todo, la política es nada. Enchufado a 220 y a 300 km/h los rayones no se sienten. El vértigo parece ser una interminable puesta en escena que no solo desconoce límites, sino también limitaciones. Un Gobierno objetivamente débil que se justifica en el voto popular, pero que curiosamente destrata a gobernadores y legisladores como si ellos no hubiesen sido elegidos.

Este estilo profundamente heterodoxo, que pondrá a prueba su eficacia mas temprano que tarde, prioriza la construcción simbólica por encima de la construcción política. El coraje para romper con lo conocido se nutre del reciente apoyo electoral, un combustible demasiado inestable, sobre todo si se lo somete a la presión de un ajuste, ahora sí ortodoxo, con recesión e inflación.

Quizás sea la trampa del éxito. Quienes suelen tratar con dirigentes políticos saben que les cuesta cambiar su fórmula ganadora. El "así llegué y no voy a cambiar" tiene múltiples versiones. A Milei le fue demasiado bien, demasiado rápido. La lógica que lo trajo hasta acá es la que perdura en su comunicación y construcción política. Es capaz de amenazar a los gobernadores en el programa de Mirtha Legrand si no apoyan la reversión de Ganancias y de tratar de coimeros a los legisladores a los que 24 hs. después les manda un paquete de leyes para negociar su aprobación.

La escenografía de un cambio absoluto es total. A las medidas económicas anunciadas por Caputo le siguió el protocolo antipiquetes de Bullrich. La imagen de Milei monitoreando la marcha profundiza la osadía a niveles impensados. El mismo día se anuncia por Cadena Nacional un DNU que refunda el país para "los argentinos de bien" y luego se envía un paquete de leyes que aturde. La desjerarquización de los temas y la multiplicidad de la áreas parecen un autoboicot que en realidad prepara el terreno para la victimización. Maquiavelo también está en shock.

En esta vertiginosidad la imagen de Milei mantiene niveles de aprobación post electorales, aunque algunos indicadores ya demuestran reparos sobre algunas medidas anunciadas. Que se entienda, el Presidente goza aún del apoyo social que obtuvo luego de la elección, pero ya está gastando ese capital político. Sus atributos de cambio y disrupción crecen, pero no está construyendo nuevos consensos que le den mayor sustentación para cuando empiecen a llegar las malas. Al observar sus provocaciones a gobernadores, medios, dirigentes sociales, sindicalistas y legisladores cabe preguntarse si es más importante ser el cambio, o generar un cambio.

Así como están las cosas, la construcción de la imagen personal del Presidente es inversamente proporcional a la construcción política. En este menú abrumador también está la agenda de la conversación pública y la reconfiguración de los diversos actores de poder. Una buena noticia es que ya podamos consensuar que el déficit es más malo que cobrar en pesos. Llevar las cosas al extremo no siempre es tan negativo.

Respecto de la dirigencia, es apasionante ver el cambio de ropaje. De opositor a oficialista y viceversa, son varios lo que siguen sin entender qué pasó, y más llamativo aún, los que no asumen responsabilidad alguna en lo que pasó. Ahí está la Argentina binaria: el antiperonismo justificando el DNU de Milei que, sin certeza técnica, propone reordenar el desorden. Este es autoritarismo bueno. No es la República de Platón, es la República de Sturzenegguer. Del otro lado dirigentes que fueron gobierno hasta hace 15 minutos se espantan por la brutalidad política. Los dueños del "ahora vamos por todo" piden mesura mientras sacan a relucir el viejo track de "no era campaña del miedo". La calesita argentina que todos supimos chocar.

Sin legitimidad para plantear hasta los reparos más genuinos, el sistema político argentino está absorto. El Gobierno abusa de un estado del arte de la política desolador. Un sistema avasallado, absolutamente deslegitimado y en consecuencia tan culpógeno que no se permite ni coordinar algún tipo de reacción política. La potencia del concepto "casta" es sumamente efectiva para inocular críticas o reacciones. Es un dardo paralizador. Algunos prefieren callar que ser acusados de ser casta. La vergüenza es evidentemente algo muy subjetivo.

Sobre tierra arrasada efectivamente La Libertad Avanza. Habrá que ver hasta dónde, porque el cómo ya lo estamos viendo.

A todo o nada, con los que la ven

En el marco de lo que parece ser un aislamiento premeditado, la comunicación informal del Gobierno establece un rasgo característico para los no adherentes: #NoLaVen. Entre el 22 y el 25 diciembre, 122 mil usuarios en redes sociales utilizaron esta frase para afrontar las criticas a la nueva administración. Entre esos usuarios está el Presidente. Con 36 millones de usuarios de redes sociales en la Argentina parece un número menor, pero atendiendo la característica política de la conversación el dato es relevante y ratifica una vez más el poder que tiene la comunidad libertaria en la dimensión digital.

Más allá del exitoso hashtag y la maravillosa capacidad de instalar el marco de la conversación pública, la frase se convierte en una declaración de sentido. El análisis de la conversación en torno al #NoLaVen no tiene profundidad. No declara principios, verdades o ideas. No explica ni propone. Es una declaración identitaria que tiene tanta potencia como niveles de agresión sumergidos.

La negación del otro es tan extrema que ni siquiera son los destinatarios del concepto. No es "no la ves", es "no la ven". Es un diálogo entre los que están del mismo lado. Es bullyng masivo. A su vez, es tal la negación del otro, que no necesita explicación. No se busca persuadirlo o argumentarlo. No la ve, no necesita mas que una etiqueta. No está con nosotros, pero tampoco nos interesa que esté con nosotros porque no la ve. Segmentación al extremo. Al enemigo, ni la palabra.

Para algunos negadores de la política, aparece la necesidad de remarcarles que es la actividad que eligieron para cambiar las cosas. Hoy, en el éxito, es bueno recordar, como dice Daniel Innerarity, que esta es una actividad propensa al fracaso. Administrar la interminable lista de demandas en contextos de enorme presión social, mediática y política requiere de mayores capacidades que las necesarias para ganar una elección.

Es a todo con los que la ven. El cuadrante elegido parece arriesgado. En la Argentina de los próximos meses se discutirá el todo, que puede ser nada. Habrá que ver en ese momento el factor determinante de esta aventura: cuántos la siguen viendo, y cuántos dejaron de hacerlo. 

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