Editorial
El problema con la intensidad
Por Javier Correa
Intensidad y aislamiento. No solo es la fórmula algorítmica que condiciona nuestro comportamiento en las redes sociales, sino que es el modelo de conducción política de Milei. El problema reside, como siempre, en los resultados.

"Si te vas de viaje 20 días cambia todo, si te vas 20 años, no cambia nada". Frase trillada de dudosa autoría que refleja la enorme frustración por la eterna involución Argentina. Si te fuiste a Marte en diciembre y volviste en marzo podés apreciar cómo el ciclo noticioso en nuestro país no dura ni dos días.

La decadencia a baño María de los últimos 12 años fueron nuestra inestabilidad estable. Una calamidad que no encendió debidamente las luces de alarma de una sociedad harta de estar cada vez un poquito peor. Así llega la irrupción y disrupción de Javier Milei, que mantiene al país en un estado de tensión total y desgastante por la profunda intensidad que conlleva su modelo de conducción política. Es la inestabilidad inestable.

La confrontación no es solo un arraigo de su personalidad, es su modelo de implementación. Es la competencia, no la cooperación, la que guía la economía y la acción política del Presidente. Hoy para el Gobierno el retorno de inversión de este chicken game es inmediato. A mayor conflicto, más likes. Sus peleas le permiten sostener su imagen sobre las expectativas, no sobre la realidad. El riesgo: pensar en corto plazo puede prepárate para la llovizna del verano, pero no para la tormenta del invierno.

Manuel Adorni lo mostró. El esquema discursivo que difundió de puño y letra del Presidente repite 4 veces la palabra "conflicto" y no hay ningún concepto asimilable con negociación. Es un cuadro realmente revelador. Si los gobernadores aceptan la Ley Ómnibus y luego el Pacto de Mayo, el documento concluye en "genial". Es decir, es "genial" o "conflicto", un sistema binario de extremos absolutamente inestable. 

El problema con la intensidad

Con esta intensidad para generar noticias, no necesariamente hechos políticos concretos, y la natural predisposición a confrontar, el Presidente va profundizando el aislamiento. Es un neófito peleador de boliche. No identifica sus adversarios. Revolea trompadas para todos lados. Caen radicales, peronistas, kirchneristas, periodistas, gobernadores. Va armando su propia grieta, no precisamente con capacidad orfebre. Fuera de su isla de purismo y moralidad quedan López Murphy, Lousteau, Larreta, Nacho Torres, Grabois, periodistas diversos, el peronismo y el kirchnerismo. Si todos juntos estuvieran en una misma habitación, tendríamos el mejor Gran Hermano de la historia.

Milei va profundizando el aislamiento. Es un neófito peleador de boliche. No identifica sus adversarios. Revolea trompadas para todos lados. Caen radicales, peronistas, kirchneristas, periodistas, gobernadores. Va armando su propia grieta, no precisamente con capacidad orfebre

Esta intensidad podría ser transformadora. Pero el maridaje con el aislamiento es un experimento novedoso. Menem se apalancó con la Ucedé, y tenía al peronismo. Kirchner sedujo a la UCR, y tenía al peronismo. En el espejo inverso podemos ver a Cristina y La Cámpora, y a Macri y su Cámpora, el marcospeñismo. Según estos ejemplos, en apariencia, el aislamiento le da un brillo no deseable a la falta de resultados.

Guillermo Oliveto, experto en consumo, publicó en La Nación una columna en la que explica justamente esto. En la comparación con distintos indicadores respecto de 2022 y 2023 lo único que tiene flechita para arriba es la confianza en el Gobierno, la ilusión. Flechita para abajo casi todo lo demás. En 2024 podemos ver caída en consumo masivo, supermercados, farmacias, indumentaria, despacho de cemento, motos y electrodomésticos. Ver el cuadro de cerca es profundamente contraintuitivo. Todo para abajo, la confianza para arriba.

El cuadro de Guillermo Oliveto en La Nación

No es poco. La confianza es un bien abstracto que se sostiene 2 pilares. Uno muy potente, casi irrompible. El otro más endeble. El primero es el pasado que se llevó puesto al peronismo y Juntos por el Cambio. Su evidente e innegable fracaso sostienen la expectativa en Javier Milei, que critica casi todo ese pasado con la vehemencia disruptiva que, aunque salga tan natural, recomienda cualquier táctica comunicacional que sabe leer el contexto. El otro pilar es el futuro. Es la expectativa que solo espera resultados. No los espera cómodamente, sino transitando cambios de hábito, angustia y como espectadores de una política cada vez más agresiva y confrontativa. La intensidad + el aislamiento requieren resultados urgentes porque esa intensidad acelera necesidades. La eficaz comunicación del Gobierno no podrá reemplazar lo concreto. Lo dijo Calamaro, fiel defensor libertario: no se puede vivir del amor.

Las redes NO sociales

De social no tienen nada. Premian la intensidad y exacerban la confrontación. Las tribus son comunidades paralelas que en el mejor de los casos se ignoran, y en otros se cancelan. Estar dentro de una comunidad es una sensación agradable, porque está todo lo que nos interesa y casi todos piensan como nosotros.

La dimensión digital también favorece el aislamiento. Repasemos: estas plataformas quieren que pasemos la mayor parte del tiempo navegando en ellas. ¿Cómo lo logran? Detectan fácilmente lo que nos gusta y ofrece contenido ilimitado de eso, lo que nos gusta. Es lo que suele sacarnos algunos minutos más de sueño a la noche. Es un entretenimiento peligroso porque libera dopamina y es adictivo. No se puede salir tan fácil de la placentera sensación de tener razón.

No solo hay papers, investigaciones y libros que explican esto. La Ciudad de Nueva York acaba de presentar una demanda contra las gigantescas empresas tecnológicas por considerar a las redes sociales adictivas y peligrosas. Además de incentivar el aislamiento, las redes sociales son profundamente generosas con la intensidad. A los grupos más activos les regala una abrumadora visibilidad. Seguramente sabés que un Trending Topic no se logra con mucha gente, sino con algunas personas diciendo lo mismo al mismo tiempo. Dos mil personas no logran generar un movimiento político, ni son el target de una política pública, pero un TT te consiguen.

Es por esto que las posiciones extremas tienen premio. Un terraplanista o un militante antivacunas tiene un enorme incentivo para hacer activismo digital por dos razones que componen su círculo virtuoso: en el ámbito digital es más fácil encontrar las minorías. A su vez las redes, al ver que es más activa su participación, ofrece mayor visibilidad para estas agendas.

El tiempo en redes es nocivo. Nos encierran en nuestros propios intereses, y en nuestras propias creencias. Refuerzan nuestros costados más extremos y premian la intensidad, nunca el intercambio de ideas. En las redes todos encontramos argumentos para tener razón. Si nuestras posiciones son más extremas o en general han sido poco compartidas socialmente, en el ámbito digital encontramos un mundo ideal.

Lo importante y lo que cambia la vida de las personas está afuera de las pantallas y fuera de nuestro rango de interés. La función pública requiere justamente eso, salir de nuestra cámara de eco. Eli Pariser, en su libro El Filtro Burbuja, lo explica mejor: "Los asuntos importantes que de forma indirecta afectan a toda nuestra vida pero existen fuera de la esfera de nuestro propio interés inmediato son la piedra angular y la razón de la democracia".

Sin intensidad, también hay aislamiento

Hay una escena que le robó una sonrisa al peronismo. Lemoine acusa a sus colegas opositores de pertenecer a la izquierda. "Ustedes de derecha no son" sacude terminante ante la risa de los presentes. Nuestra centro-izquierda es más parecida a Lemoine de lo que quisiera.

El progresismo argentino quiere herir a Milei gritándole lo que a Milei no solo le agrada, sino que lo enorgullece. No puede salir de ahí. El perro quiere morderse la cola, pero lo más frustrante es que no puede. Con un pasado pesado distintos exponentes de la oposición acusan al Gobierno de ajustador, de insensible, de cruel, de incapaz, de ignorante, de desequilibrado. Es el Presidente el que se ríe. Y Lemoine también.

El progresismo argentino quiere herir a Milei gritándole lo que a Milei no solo le agrada, sino que lo enorgullece. No puede salir de ahí. El perro quiere morderse la cola, pero lo más frustrante es que no puede

La potencia electoral de Milei está anclada en el pasado, y ese pasado es el que quiere reivindicar el peronismo. La brújula está rota. Como todo provocador, Milei busca una reacción. Y esta reacción es reaccionaria en un mundo que desesperadamente quiere cambiar. El orden binario es lo que Milei necesita para existir. Milei, que reemplazó a Macri, a JxC y al PRO, sigue teniendo a Cristina y al peronismo, haciendo el mismo peronismo que perdió las elecciones.

"Si le dije que no a Alberto, ¿cómo no le voy a decir que no a Milei?" dijo Máximo en la puerta del Congreso. El modelo es de oposición permanente. El kirchnerismo se fagocitó al peronismo. Ninguna novedad. El PJ quedó a merced de un extremo que al progresismo le cae mejor, pero que no resiste los datos. El capital simbólico que sostiene la feligresía kirchnerista es similar al que está construyendo Milei. La inteligencia de un relato que se apoya en los abstracto y no en lo concreto.

Pero eso terminó. Milei es hijo de la falta de resultados. El peronismo es sinónimo de Estado. Llega Milei y quiere terminar con el Estado, porque lee perfectamente que es una cáscara indignante de ineficiencia y corrupción. Un plato de langostinos en un yate no va a resolverse levantando la bandera del Estado, defendiendo el déficit fiscal, justificándolo o proponiendo más emisión. Tampoco hablando de Macri, ni del FMI. Es un poco más difícil, pero hace falta un debate nuevo, más valiente, que ponga en crisis todo lo anterior.

La parresía dice Foucault. Un concepto interesante para aplicar. La valentía no es para cincelar el ego, sino para dejar de ser el perro que intenta morderse la cola. Hablar de seguridad, de orden en las cuentas, de planes sociales, de trabajo y el nuevo mercado laboral. Decían que sacar privilegios políticos era simbólico. Les ganó un despeinado a los gritos gritando "casta", que tiene razón en muchos de sus planteos, uno de ellos es que no la vieron.

La decepción argentina no biodegradó bien, pero ahora nadie quiere hacerse cargo. Milei es más hijo del fracaso peronista que de sus propios padres. Ahora toca apechugar, repensar y sobre todo aceptar. No hay manera de ofrecerle credibilidad a los ciudadanos sin un discurso renovado, que revise agendas viejas, que proponga las nuevas. Acá también falta algo concreto. El discurso políticamente correcto de la igualdad esta roto. No fue magia, lo rompieron. 

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