
El PP ha filtrado el nombre de su candidata a la presidencia del Congreso y, si los planes de Pedro Sánchez y Yolanda Díaz fracasan, la dirigente que podrá arrebatar a la izquierda el tercer cargo del Estado: Cuca Gamarra. La secretaria general de los populares conoce los laberintos del Legislativo y ha demostrado ser una mujer del partido, sobreviviente de varios liderazgos y capaz de traducir en las Cortes los objetivos de su jefe.
Esta mañana comenzaron a circular las versiones sobre la designación de la número dos del PP, una opción que había sido pensada desde el minuto uno por el extitular de la Xunta, como confirman fuentes de Génova a LPO, aunque mantenida en secreto hasta las últimas horas. Gamarra está a cargo de las negociaciones con los potenciales aliados de los populares para la conformación de la Mesa del Congreso, un proceso clave para medir las posibilidades de un adelanto electoral.
La postulación de Gamarra se concretó por los vaivenes de Junts, que ahora pone en riesgo la elección de la socialista Francina Armengol como presidenta del Congreso, y los cálculos parecen cerrarle a la cúpula conservadora. Ninguno tiene amarrados los respaldos, pero en Génova suman los votos propios a los de Vox, UPN y quizás el único de Coalición Canaria, unos 172 en total, mientras que el bloque de izquierda se quedaría a uno, con 171 si los posconvergentes no cierran un trato.
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Sin embargo, CC definirá su voto a último minuto y lo mismo hará Junts, que ha programado una reunión telemática para apenas horas antes de la primera votación del órgano que regula el funcionamiento de las Cortes. El PP entiende que los canarios se terminarán inclinando por Gamarra cuando caiga el acuerdo entre el Gobierno en funciones y Junts. "Por algo lo ha negociado Cuca", dice a este medio un cuadro del PP en alusión a las negociaciones, parte del proyecto político -y hasta personal- de la número dos.
Gamarra se ha convertido en portavoz del Grupo Popular tras la salida de Cayetana Álvarez de Toledo en agosto de 2020, en plena pandemia y por pedido de Pablo Casado. En las primarias de 2018 había apostado a Soraya Sáenz de Santamaría, pero el entonces ganador y joven líder del PP no guardó rencor y le ofreció un escaparate desde el cual suavizar la imagen y la voz del partido. La tribuna del Congreso le otorgó una relevancia de la que muy pocos dirigentes disfrutan.
Cuando Casado cayó en desgracia, Gamarra se reacomodó por enésima vez y fue elegida secretaria general de la fuerza conservadora. A punto de dar el paso que podría consagrarle, y que condicionaría un hipotético segundo gobierno de Sánchez, apenas ha podido desmarcarse de Feijóo, si bien su suerte no está atada a la del dirigente gallego. La de la política riojana no es una empresa destinada al fracaso, porque las cartas no están aún sobre la mesa. En cambio, Feijóo se acerca al borde de la cornisa electoral.
En la dirección nacional del partido dan por descontado que los españoles volverán a las urnas antes de fin de año porque Sánchez no puede fiarse de los independentistas, venda o no lo contrario al público. A todas luces, el adelanto electoral es un riesgo para el PP, por lo que Feijóo ha priorizado ir por la presidencia del Congreso y asegurarse el control total de las Cortes. Si falla a la hora de ser investido -no podrá hacerlo en lo inmediato-, al menos controlará el legislativo.
La cautela es absoluta en Madrid. Ni el PP ni el PSOE, y menos aún los partidos más pequeños, han salido a valorar el estado de situación desde hace más de 24 horas. Ha habido poco comentario sobre Armengol desde fuera de las filas socialistas, el PNV no ha comentado los ofrecimientos de Génova y ERC no comenta el último anuncio de Sánchez y tampoco demuestra la expectación por la decisión de Junts, que terminará resolviendo si Maritxell Batet es sucedida por Gamarra o alguien de su formación.
El único en hablar ha sido Carles Puigdemont a través de unas valoraciones que han llevado optimismo a Génova. Sin los siete votos posconvergentes no habrá presidencia para los socialistas, quienes apuestan a ganar tiempo entre la primera y la segunda votación, cuando puedan aunar voluntades esquivas, si bien parece difícil y, con ese antecedente, una misión que deja a los partidos preparados para una nueva campaña electoral.
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