Editorial
Los bloqueos al Plan Liberal
Por Hernán Madera
A pesar de la debacle electoral que se le viene encima, a la Argentina peronista todavía no hay que fijarle una fecha de vencimiento.

 "El peronismo es la expresión de una sociedad que no puede sobrevivir, pero que se resiste a morir". Así definió Tulio Halperín Donghi a la realidad argentina que comenzó a perfilarse a partir del golpe militar de junio de 1943.

Esa sociedad ha sufrido transformaciones, pero su núcleo se sostiene. Puede ser que ahora su dependencia del estado sea más directa que antes de las reformas de mercado que arrancan en 1989 y también es posible que sea menos costosa per cápita que antes de ese mismo año porque depende más de planes sociales o de jubilaciones sin aportes que, por ejemplo, de empleo en empresas estatales o en industrias protegidas. Es cierto, además, que se le sumó otro sector al agro como generador de dólares: el minero. Pero, aún con estos cambios recientes, las constantes de la economía peronista siguen siendo más relevantes.

Y una constante es que todos los sectores que no son agro o minería son deficitarios: textil, automotriz, plástico, maquinaria, energético, turístico, etc. Todos. Además, la minería no aporta ni el 10% de las divisas que aporta el agro. Resumiendo, Argentina sigue viviendo de los dólares del campo.

Este tipo de economía donde todos los sectores son deficitarios en dólares, excepto dos, no es la regla en países similares al nuestro. Porque las dictaduras, tanto en América Latina como en España, hicieron el trabajo sucio de desmantelar lo que daba pérdida. Incluso en países bien diferentes a los iberoamericanos se pudo liquidar a los sectores deficitarios sin violencia y sin generar emigración masiva: Australia, por ejemplo, cerró su última terminal automotriz en 2017.

Casi todo gobierno no-peronista ha intentado aplicar parcial o totalmente el plan de no sostener sectores deficitarios. Pero sólo consiguieron administrar la agonía o, incluso, empeorar la situación sin resolver prácticamente nada, como Mauricio Macri.

¿Por qué?

Las cuatro barreras

La Argentina peronista agoniza pero se resiste a morir, por eso, desde septiembre de 1955, el no-peronismo se ha encontrado con cuatro bloqueos para aplicar el programa liberal. El primero ya fue desactivado.

Con José Martinez de Hoz los militares fueron claros: "no podés privatizar, no podés generar desempleo, no podés disciplinar con una hiperinflación". Martínez de Hoz entonces, convencido por Ricardo Arriazu -hoy tratado como una especie de sabio-, maniobró en el único ámbito donde le dejaron las manos libres: la reforma financiera y monetaria, es decir, la libre circulación de capitales especulativos y la tablita. Terminó en colapso.

El primer bloqueo al plan liberal eran las Fuerzas Armadas. Hoy ese límite no está más. Por eso se pudo privatizar YPF, lotear Puerto Madero, vaciar el Complejo Aeronáutico de Córdoba y seguir rematando inmuebles castrenses. Medidas que en países como Chile o Brasil provocarían poco menos que un levantamiento militar.

La segunda barrera es la misma democracia, el electorado. Al tener un único sector hípersuperavitario, el agro, al gobierno de turno le toca elegir a cuál de todos los otros le facilitará dólares y a cuál no. Esos sectores deficitarios también son votos. La industria textil, por ejemplo, emplea a 300.000 trabajadores. Presentémoslo en otras palabras: los cada vez más empleados públicos, beneficiarios de planes sociales, hogares subsidiados en su consumo energético y jubilados sin aportes votan cada dos años. Imposible ir contra todos juntos porque, de hacerlo, la derrota electoral estará esperando en la próxima cuadra.

El tercer bloqueo son los sindicatos. En términos relativos y comparativos, los sindicatos argentinos son los que más fondos propios manejan en todo el planeta. Porque son propietarios de, al menos, la mitad del sistema de salud. Esa espalda no la tiene ningún sindicalista latinoamericano ni español, de hecho, estos últimos sobreviven gracias a las pequeñas transferencias que les deposita el estado.

Para controlar lo que realmente les interesa, las obras sociales, nuestros sindicalistas tienen que ganar sus propias elecciones, y aún cuando esos comicios no se destacan por su transparencia, sí hay resonantes caídas en desgracia, como, la más reciente, la de Antonió Caló en la UOM. Los sindicalistas argentinos no pueden ceder en cualquier tema con los liberales porque sus bases tienen poder de veto.

La última barrera a las reformas liberales es la misma calle, la gente de a pie. A este bloqueo Carlos Pagni lo denominaría como "el nudo". El se refiere a los ciudadanos en situación de pobreza más temidos del país, los del conurbano bonaerense. Pero lo cierto es que el Cordobazo de 1969, por ejemplo, sucedió a setecientos kilómetros de ese lugar. Porque, en definitiva, la población argentina es, desde los años revolucionarios de hace más de dos siglos, contestataria, antielitista, difícil de gobernar. Lo sabemos desde las amargas quejas de Juan Manuel de Rosas mientras intentaba mandar sobre un país cuyo impulso igualitario, él aseguraba, ya no tenía vuelta atrás.

En este punto es crucial entender que, aún cuando la sociedad argentina sí ha sido aterrorizada -como sucedió durante la última dictadura- nunca fue aplastada, es decir, no atravesó décadas de disciplinamiento con emigraciones fuertes, hambrunas, desempleo del 30%, fusilamientos y encarcelamientos masivos como sí sucedió en la España de la primera parte de la dictadura de Francisco Franco entre 1939 y 1958. Lo más parecido a eso fue la ocupación del interior del país impuesta por el presidente Bartolomé Mitre durante la guerra contra el Paraguay. El Martín Fierro es el testimonio de ese intento de aplastamiento. Pero no duró. La guerra terminó rápido, el autor del Martín Fierro se incorporó a la oligarquía gobernante, las exportaciones volaron y con esos recursos no sólo se pudo integrar a los gauchos sino también a millones de inmigrantes. Y Bartolomé Mitre fue castigado al nunca más poder acceder a la presidencia por la oposición del interior del país.

Conclusión

Tulio Halperín Donghi aceptó que se equivocó cuando en las últimas páginas de su libro de 1994 "La larga agonía de la Argentina peronista" pronosticó el final de esa sociedad. El mayor historiador argentino tal vez vio un proceso muy parecido al que vivía la sociedad priísta en México o la sociedad batllista en Uruguay, las cuales sí sucumbieron y sufrieron emigraciones masivas en medio de ajustes estructurales que no fueron revertidos.

Casi treinta años después de la publicación de "La larga agonía", vemos que al plan liberal se le está levantando la segunda barrera: la electoral. Del 1% obtenido por Álvaro Alsogaray en 1983 al 41% de Mauricio Macri en 2019 los liberales han recorrido un camino ascendente. La consecuencia clave será que el Senado perderá su condición de límite infranqueable para el no-peronismo.

Pero no cometamos el mismo error que cometió Halperín en 1994. Porque no sólo quedan otros dos obstáculos al plan de ajuste estructural, los sindicatos y la calle, sino que el mismo electorado puede bloquearlo en 2025 o 2027.

Además, tal vez haya un quinto bloqueo: la propia torpeza, prepotencia y corrupción de los mismos dirigentes que quieren aplicar el programa liberal.

Pero esa ya es otra historia.

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  • 1
    konig
    08/04/23
    19:57
    Muy buena nota excepto por la inclusión de Macri, a quienes los liberales consideramos en el mejor de los casos un "desarrollista" y en el peor de los casos un "socialista", absolutamente nada que ver con el liberalismo alguien que aumento el gasto publico, los planes sociales y los impuestos, entre otras medidas colectivistas.
    Responder
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