Editorial
¿Es Llaryora un nuevo peronismo?
Por Hernán Madera
En medio del diluvio del PJ, el arca del gobernador electo zarpó rumbo a 2027

La desilusión con el peronismo es intensa. No está relacionada únicamente con el gobierno de Alberto Fernández, sino que sus raíces históricas están en cómo dejó el menemismo al país en 1999 y cómo lo está dejando el kirchnerismo ahora. Los peronistas consiguieron disfrazar sus vicios mejor, pero los repiten peor.

Aún así, si la coalición libertaria-liberal (es decir la alianza Milei-Macri) que se prepara para gobernar el país a partir de diciembre, cumple tan sólo un tercio de sus promesas, el colapso generará un sufrimiento tal que el peronismo recibirá una nueva y última oportunidad.

¿Por qué el peronismo?

A diferencia de España o de Corea del Sur, Argentina no transitó el camino de dictadura al desarrollo para, posteriormente, coronarlo con la democracia. Argentina tiene que transitar una vía más compleja: coronar la democracia con el desarrollo económico.

Los liberales argentinos pueden alcanzar para el país un logro intermedio, previo al desarrollo, que es, como admirablemente lo ha conseguido Chile, bajar de forma permanente los índices de pobreza e indigencia.

Pero la negativa liberal a, por ejemplo, que los agroexportadores subsidien la industrialización del país es el primer ítem de una lista que los descarta como desarrollistas. No son desarrollistas y, probablemente, nunca lo serán.

Queda el peronismo con sus virtudes y sus vicios. Un peronismo que si, finalmente, no es una de las llaves para abandonar el subdesarrollo, lo mejor para el país es que siga barranca abajo.

El peor vicio del PJ

Es falso que la convertibilidad se sostuvo demasiado tiempo porque "nos enamoramos de la herramienta" y también es falaz que el Banco Central terminó en 2015 con reservas negativas por la "corrupción kirchnerista".

Como buenos peronistas que no consideran legítimos los límites constitucionales impuestos por Alberdi, tanto Carlos Menem como Cristina Kirchner buscaron la reelección indefinida y esa es la causa última de que las economías peronistas terminen como terminan.

Es importante, estimado lector, comprender que el peronismo no evoluciona, se adapta: lo que cada tanto se vende como un "justicialismo moderno" es, en realidad, un justicialismo cada vez más atado de manos que enmascara cada nueva limitación como si fuese una superación. Y como, fuera de Formosa, la reelección indefinida es en los hechos ya imposible, los peronistas le encontraron dos reemplazos: la sucesión intercalada y la conducción indefinida. Si Cristina se dedicó a torpedear a Alberto fue para sostener esa conducción indefinida al darse cuenta que ella no iba a poder regresar a la Casa Rosada en 2027. El costo para el país y para el justicialismo es altísimo, pero consiguió su objetivo.

El problema con la sucesión intercalada es que entra en crisis cuando fallece uno de sus dos participantes. Pero, mientras Cristina no consiguió resolver esa situación, el PJ de Córdoba sí.

Un nuevo peronismo es, primero que nada, un justicialismo que institucionaliza una sucesión real donde hay conductor, pero no indefinido.

La sucesión intercalada no es una solución a largo plazo: los resultados del cuarto gobierno kirchnerista son la prueba más punzante de que esto es así.

Un muchacho cordobés

La nueva oportunidad será para un Partido Justicialista que tiene cero de kirchnerista y que consiguió atravesar este diluvio derrotando a una oposición unificada -a diferencia de Axel Kicillof que compite contra una oposición dividida-.

El abogado cordobés Martín Miguel Llaryora de 50 años, padre de tres hijos y gobernador electo del segundo distrito electoral del país es número puesto para tomar la posta después del colapso libertario-liberal.

Sólo el tiempo nos revelará si Llaryora se sube al tren que pronto se detendrá en su estación.

El primer problema con el que nos encontramos con Llaryora es justamente que rechaza las retenciones y los mecanismos por los cuales el agro subsidia al resto de los sectores: la transferencia de ingresos clave de nuestra economía. Sin esta transferencia nos quedaría una economía primarizante y expulsiva como la uruguaya.

Si Llaryora no rompe esta promesa, el PJ transitaría el mismo camino que el PRI: el de convertirse a la religión de sus oponentes para luego ser relevado porque no es el original, sino la copia. En este escenario, el PJ tendría su Enrique Peña Nieto o, en otras palabras, su último capítulo.

"No le tengo miedo a nada"

Llaryora tiene las características decisivas de un líder peronista: ambición, audacia y, crucialmente, se siente cómodo maniobrando en este menjunje antielitista e inconformista que somos los argentinos.

Los anteriores intendentes de la capital cordobesa arrugaron con el sindicato municipal, pero Llaryora no: lo enfrentó, terminó con sus privilegios y con el cogobierno.

Un rasgo decisivo del gobernador electo es que su interés pasa por el poder y no por los negocios, hecho que, a la larga, diferencia a los que llegan y se sostienen de los que no.

"Ustedes saben que no le tengo miedo a nada" dijo el día que su candidato retuvo la intendencia de la capital. Dos segundos le tomó darse cuenta que había que moderar esa afirmación: "...excepto a no cumplirle al pueblo".

Un nuevo peronismo retiene lo mejor del anterior: acepta a la sociedad como es para desde ese punto transformarla convenciéndola de un camino superador. La catarsis perpetua continúa entonces como patrimonio del antiperonismo.

¿Y el gringo?

Juan Schiaretti tiene dos opciones: puede proceder como lo hizo en su momento Rubén Marín y dar paso a una sucesión prolija que convirtió a La Pampa en una de las provincias mejor administradas de la Argentina o puede manejarse como José Gioja que -igual que Cristina con Alberto- no paró de disputar la conducción con su sucesor Sergio Uñac hasta que los dos terminaron por hundirse y se llevaron consigo a un peronismo sanjuanino que tenía buenas condiciones para continuar.

Si nos guiamos por los enfrentamientos cada vez menos disimulables por el armado del gabinete de Llaryora, Schiaretti parece estar decantándose por la segunda opción.

Somos espectadores entonces del primer episodio de la nueva temporada del cordobesismo.

Un choque entre dos generaciones. Un heredero seguro de que su antagonista está cercado por las fuerzas del tiempo. Pero ojo, porque al gringo lo mataron tantas veces y ahí está, con un caminar dificultoso pero que, así y todo, sigue dejando a varios por el camino sin mirar atrás. Ahora, operando y rosqueando intenta evitar que, desde el tremendo portaaviones que construyó junto al gallego De la Sota, vuele un pibe que no le aportó ni un tornillo.

Tal vez ya sea tarde, porque si Martín Llaryora se está colocando el casco es porque está listo para despegar. 

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