Sustraiak Habitat Design es una cooperativa pequeña registrada en Vitoria-Gasteiz, creada a comienzos de 2016. Su objetivo social es diseñar e implementar proyectos sostenibles en espacios rurales a través de una asesoría ecológica y técnica.
Se trata de un proyecto que promueve un nuevo modelo en el sector primario conocido como "agricultura regenerativa", más respetuoso con el medio ambiente, con el entorno natural y con los límites planetarios.
Marginal en la actualidad, este modelo deberá replicarse a gran escala en los próximos años para reemplazar a un sistema agroalimentario industrial herido de muerte.
Por un lado, representa aproximadamente una cuarta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Por el otro, depende en toda su cadena de combustibles fósiles abundantes y baratos, una matriz energética que desparecerá en los próximos años.
Una de las caras visibles de esta cooperativa es David González Sánchez, licenciado en Ciencias Químicas, máster en Ciencias Agroambientales, máster en Energías Renovables y especialista en la regeneración de suelos.
"Hoy lo que comemos recorre 4.000 km antes de llegar a nuestra mesa. Esa absurda cifra desnuda que sin una transición agroalimentaria hacia la agroecología no habrá transición energética posible", advierte este experto en diálogo con LPO.
En uno de tus recientes artículos citas un estudio sobre la cantidad de alimentos frescos de producción local que se consumen en la ciudad de Vitoria-Gasteiz, región agrícola: solo el 1%. ¿Qué nos dice este ínfimo porcentaje?
Nos dice que como sociedad estamos en un punto de fragilidad muy importante. Si en una provincia agrícola solo se consume el 1% de productos locales, la vulnerabilidad es alarmante. Y la dependencia hacia lo que viene del exterior, enorme. Nos estamos enfrentando a situaciones cada vez más críticas que dan cuenta de esta vulnerabilidad. La pandemia en Europa fue una llamada de alerta. Si dejamos la producción de bienes que son esenciales para la sociedad, como la alimentación, en terceras manos nos podemos enfrentar a problemas estructurales que dábamos por seguros y siempre resueltos. Lo mismo con situaciones que parecen anecdóticas pero que no son tanto. Por ejemplo: que un barco quede atrapado en el canal de Suez y toda la logista internacional quede bloqueada. No somos consientes de la vulnerabilidad alimentaria a la que nos enfrentamos.
Otra cifra impactante: los alimentos que importamos recorren una media de 4.000 kilómetros antes de llegar a nuestras mesas. Estamos "comiendo" combustibles fósiles con una naturalidad muy perturbadora.
Esa cifra es una auténtica locura. Para que este modelo agroalimentario funcione necesitamos combustibles fósiles baratos. Todavía tenemos acceso a estos combustibles. Pero ya empezamos a vivir un declive o un descenso de esta matriz energética y ello conlleva que el precio de los combustibles sean más caros. Y esto va a dificultar la continuidad del modelo industrializado de las últimas seis o siete décadas, cuando se implementaron a escala masiva una serie de innovaciones en agricultura. Hay que recordar que con la revolución industrial se empieza a importar insumos de otros territorios. Es cuando se da inicio al desacople entre los sistemas agroalimentarios y los territorios. Desde ese entonces, los derivados del petróleo y el gas natural son fundamentales para la agricultura global. Un dato: se necesitan hasta 13 unidades de energía fósil por cada unidad de energía alimentaria producida. Otro dato: el consumo de energía en los sistemas agroalimentarios aumentó más de un 20% entre 2000 y 2018.
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¿Por qué se habla tan poco de la transición del sistema agroalimentario? Hablamos mucho de transición energética, de renovables, pero muy poco de este problemón: tenemos un sistema agroalimentario muy insostenible, tanto desde un punto de vista ambiental como energético, que tarde o temprano va a colapsar.
No sé qué responder a esta pregunta. Me la hago muchas veces. Tal vez sea la complejidad de los sistemas. Hay una relación directa que vemos casi todos: la transición energética necesita la eliminación gradual de los combustible fósiles. Esto es obvio. Pero cuando le metemos otras cuestiones como la agroalimentaria, el razonamiento ya se complejiza. La gente no se plantea de dónde viene la comida. Vivimos en ciudades que tienen garantizado el acceso a la comida. No sabemos muy bien cómo ni por qué, pero por lo general casi nadie cuestiona este modelo. Y a nivel de los medios de comunicación se suele bajar un mensaje bastante simple respecto a la transición energética. Esto me preocupa. Transición energética no puede ser solo sinónimo de despliegue de las renovables. También tiene que ser sinónimo de transición del sistema agroalimentario, sobre todo porque muchas de sus actividades difícilmente podrán ser electrificadas. Un ejemplo: la maquinaria pesada, utilizada tanto en la producción de alimentos como en su transporte o en el procesado, resulta muy compleja de electrificar. En resumen: sin transición agroalimentaria no habrá transición energética posible. La transición energética afectará directamente al sistema alimentario, y viceversa.
¿Es posible romper la simplicidad y la naturalización del modelo agroalimentario sin un triunfo narrativo sobre su insostenibilidad? Estamos dando pasos muy lentos en temas vinculados a la transición ecológica que están desde hace años arriba de la mesa. La sensación es que este "melón" está por el momento completamente cerrado en el debate público.
Este fue el motivo que me llevó a escribir el artículo en Ctxt. La necesidad de poner esta reflexión sobre la mesa. Es imposible pensar una transición energética sin una transición agroalimentaria. Un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero son del sistema agroalimentario. Urge empezar a visibilizar todo esto.
¿Qué ejemplos pondrías para que el lector dimensione la dependencia del sistema agroalimentario mundial a los combustibles fósiles?
Es que los combustibles fósiles penetran toda la cadena: producción de semillas, fertilizantes, maquinaria pesada, la energía necesaria para activar los sistemas de regadío, para transformar las materias primas y por último la logística y distribución, ya sea de forma terrestre, en barcos o en aviones. Toda la cadena agroalimentaria depende de los combustibles fósiles. Pero esto no ha sido siempre así. Fue al calor de la Revolución Verde de las décadas de 1950 y 1960 cuando se enquista esta dependencia. Hasta ese momento, la humanidad había producido alimentos a partir de la utilización de recursos mayoritariamente locales que otorgaban mayor autonomía. La palabra autonomía es clave en toda esta discusión. Hay un estudio científico, publicado en 2022, que concluye que el 100 por ciento de los alimentos que se consumen en España podrían ser producidos de manera local con los recursos que tenemos dentro de la península ibérica. Estamos hablando de autonomía y de gran cantidad de puestos de trabajo. Dos ventajas nada despreciables en el mundo en el que nos adentramos.
Estamos "demonizando" esta dependencia a los combustibles fósiles, pero es indudable que logró alimentar a una población que creció de forma exponencial y que logró reducir la escasez de alimentos en muchas regiones del mundo. ¿Puede la agricultura regenerativa alimentar a las 10 mil millones de personas que habitarán el planeta en 2050?
Si lo que seguimos pensando es alimentar al planeta bajo los parámetros de la alimentación de occidente de las últimas dos o tres décadas, vamos mal. Tenemos que plantear transformaciones ineludibles, como por ejemplo el consumo desaforado de carne de los países desarrollados. Necesitamos una readaptación de la dieta y una adaptación a los recursos que pueden ofrecernos cada territorio. Dados estos pasos, sí es posible alimentar a la población a través de un sistema agroecológico. Y otra cosa: si bien la multiplicación de los rendimientos por superficie ha hecho posible alimentar a una población que se ha multiplicado por seis desde los inicios del siglo XX, también hay que decir que la cantidad de energía se ha multiplicado por ocho. Es decir, sostener la cadena alimentaria actual sólo puede realizarse a través de insumos petroquímicos. En este esquema, los enfoques agrícolas más sostenibles y regenerativos quedaron totalmente rezagados. Estoy convencido que podrían haber sostenido los ecosistemas y la soberanía alimentaria, con la ventaja de tener poco dependencia a los combustibles fósiles.
Mencionaste la palabra ecosistemas: hablamos poco también de los destructivo que es el sistema agroalimentario a la biodiversidad. Deforestación, contaminación de acuíferos, etc.
Totalmente. Y este es un problema de todo un modelo productivo que genera muchísimos impactos ambientales y sociales a todos los niveles. El ejemplo de Argentina con los agrotóxicos utilizados para el cultivo de la soja y su afección a la salud de la población es muy gráfico. Los impactos son bestiales. Por eso insisto: urge cuestionar y poner en crisis este modelo. De las pocas cosas positivas que se pueden rescatar de la última COP es esta voluntad de transición de los sistemas agroalimentarios. Toca ser valiente. En España la valentía tiene que empezar ya: estamos practicando una agricultura que nos lleva, literalmente, al desierto. Nos falta voluntad política y medidas transformadoras y estructurales.
Si esta transición no se pone en práctica o tarde mucho en hacerse, ¿por dónde va a petar el sistema? ¿Por precio, por escasez?
Eso ya lo estamos viendo. Quizás en occidente no lo estamos sintiendo con fuerza. Pero en África, en Asia y en partes de América el acceso a la alimentación es cada vez menor. Por un lado estamos viendo cómo empiezan a acabarse los alimentos baratos al encarecerse los combustibles fósiles y al multiplicarse los costes de producción; y por el otro lado los impactos del cambio climático son cada vez más sistémicos. En Estados Unidos, el 70 por ciento de las cosechas de cereales se han perdido por la sequía. En España la disminución también es muy significativa. Estamos hablando de una disminución de la producción global muy grande. Vamos camino a un mundo con dificultades para acceder a la alimentación.
¿La era de los alimentos baratos ha finalizado?
Es así. Ante esta situación podemos plantearnos dos miradas. La que se está apostando: la presión a los Estados para que sigan subsidiando los alimentos y contener así el alza de los precios. Esto claramente es pan para hoy y hambre para mañana. O podemos apostar por otro modelo, apostar por otras recetas: apoyar a los productores con ayudas y subsidios para que no pierdan sus explotaciones y al mismo tiempo puedan plantear una transición que permita a esos productores virar hacia modelos más resilientes y sostenibles.
Pero los agricultores, por las masivas manifestaciones que empiezan a darse en toda Europa, pareciera que exigen que se profundice la primera receta, subsidios para aferrarse a una rentabilidad pasada que ya no existe. ¿Qué se hace ante esto?
Es un escollo importante y preocupante, sin dudas. Además del conflicto entre la ruralidad y lo urbano, hay un sentimiento de abandono y de soledad del sector primario con respecto a la sociedad. Esto está prendiendo en una parte muy importante del sector primario y está siendo aprovechado por la extrema derecha, por sus discursos y prédicas. El nivel de resentimiento es tan grande que los Gobiernos en Europa deberían tomar cartas en el asunto. ¿Cómo? Con valentía. Animándose a plantear una transición a un modelo sostenible desde lo ambiental y rentable económicamente. Puede ser un buen método para que los agricultores no se escoren a la extrema derecha. Ahora si dejamos a los agricultores solos y con meros parches, la radicalización del sector puede ser de no retorno.
¿Asusta proyectar un triunfo del bloque más reaccionario de la derecha liberal junto a la extrema derecha en las elecciones europeas de junio? Si con cuatro años de agenda verde se avanzó poco en la transición agroalimentaria, con la agenda opuesta esta transformación puede convertirse en mala palabra.
Ese es el gran riesgo de los comicios de junio. Algunas veces me da la sensación como que se trata a la población de una forma muy infantil, de qué hay miedo de exponer los graves problemas de fondo que tenemos como sociedad. Como si se tratase de esconder los grandes retos que estamos obligados a enfrentar en los próximos años. La sensación es que hay un consenso político que poner esto sobre la mesa es sinónimo de perder elecciones. Es una manera paternalista de tratar a la sociedad, de pensar que la gente no está preparada para entender la gravedad de la emergencia. El peligro de esta actitud es caer en manos de una extrema derecha que sí va a proponer sus soluciones. Un retroceso en una transición alimentaria muy incipiente sería un golpe letal.
En España, con la revalidación de un gobierno progresista y con una vicepresidenta a cargo de un ministerio fuerte como el de Transición Ecológica, ¿hay una hoja de ruta concreta y palpable a favor de la transición alimentaria?
En el discurso de investidura, Pedro Sánchez pronunció las palabras agricultura regenerativa. Lo mismo hizo Teresa Ribera en la COP. Son pequeños guiños, que es mejor que nada. Pero dentro del sector agroecológico no hay noticias de que estos guiños se traduzcan en medidas. Necesitamos que esta legislatura sea un punto de inflexión. Uno entiende que estamos hablando de una transición muy compleja. El lobby agroalimentario es muy pero muy poderoso. Tocar todos los intereses de este sector es bastante complicado. Y también es cierto que sin una presión social fuerte, que hoy no existe, es difícil pensar que un Gobierno, por más progresista y verde que sea, va a mover hilos que son muy pesados de mover.
Llegamos al final de la entrevista y hemos dado por hecho el concepto de agricultura regenerativa. ¿Cómo lo resumirías en una frase?
Una transición agroalimentaria a modelos resilientes y regenerativos que aumenten la seguridad y soberanía alimentarias de nuestras comunidades y territorios dentro de los límites planetarios. No es algo utópico. Se puede hacer.
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