El discurso del triunfo de la Presidenta fue eficaz como suelen ser sus intervenciones. Manejó el clima y los tiempos, y lo hizo aún bajo un intenso stress emocional por el recuerdo de Néstor Kirchner, que resumió con una frase: “Esta es una noche rara para mí, si les digo que estoy triste o feliz les miento”.

Emoción que resurgió con toda su intensidad cuando hizo subir al estrado del Hotel Intercontinental a sus hijos y se fundió en un largo abrazo con el varón, Máximo Kirchner, que agitó el puño en señal de fuerza, revelando lo que se intuye, que es un sostén anímico de enorme importancia para la Presidenta.

Sin embargo, Cristina pareció por un momento sentirse incómoda con el sentido que acaso podría desprenderse de su emoción y advirtió con gesto firme: “Digo esto como compañera de militancia, no como viuda”. Porque claro, el discurso fue antes que nada un discurso político, cargado de emotividad, pero también de definiciones.

Definiciones que se esperaban acaso con más suspenso que la propia elección, cuyo resultado ya venía cantado desde las primarias. Es que en una gobierno que se caracteriza por su hermetismo, las palabras de la Presidenta después de su triunfo, adquieren una enorme importancia para tratar de vislumbrar hacia dónde se encaminará en su segundo mandato.

Y el mensaje fue tranquilizador. Se mostró humilde: “No me la creí y no me la voy a creer”, afirmó, para luego pedir “muy humildemente” el apoyo de las fuerzas políticas “identificadas con el pueblo”.

Fue la convocatoria a la “unidad nacional” uno de los dos ejes centrales de su discurso. Reiterada en distintos tramos, con apelaciones a los partidos, los empresarios, los sindicalistas, los trabajadores. Con advertencias sobre la necesidad de estar unidos frente a un mundo que ingresa en una crisis de imprevisibles consecuencias.

Talante conciliador que extremó hasta el enojo cuando retó a los militantes que entonaban consignas contra dirigentes ubicados en las antípodas del kirchnerismo como los presidentes de Chile y de Colombia, este último a quien ella misma se encargó de subrayar como “amigo”.

El otro eje, más sutil pero también muy claro, fue el rechazo a la búsqueda de un tercer mandato, que acaso subidos a la euforia de una victoria como se vieron pocas en la historia del país, algunos sectores del kirchnerismo vienen alentando.

“Llegue a lugares que nunca imaginé, fui la primer Presidenta electa de la Argentina y ahora la primera reelecta, no quiero más nada”, dijo y pidió que el país ingrese en una senda de normalidad donde se pueda construir en base a la “continuidad de un proyecto de país y no de personas o de partidos”.

Fueron muchas las referencias a su escaso interés por perpetuarse, cuando en un contrapunto con algún piropeador del público, afirmó: “Gracias querido, pero soy una mujer de 58 años y te juro que los tengo”; o cuando agregó “el paso por la Casa Rosada es temporal y circunstancial”.

Tratándose de una oradora profesional como Cristina ninguno de esos conceptos fue casual. El discurso impugnó desde todos los costados posibles, institucionales, políticos, personales y hasta de tiempo de vida, la idea de la “Cristina eterna”, empujada por entusiastas atolondrados y agigantada por los sectores más opositores al gobierno.

Se podrá decir que es una estrategia, que el manual indica que los ultras empiecen instalando las re reelecciones y los Presidentes negándolas, hasta que se confirman. Puede ser. Pero Cristina tiene un punto a su favor que hoy se encargó de remachar: las primarias obligatorias.

Con razón, criticó a los periodistas que hasta días antes de las primarias ponían en duda su realización por el riesgo político que entrañaba para el gobierno. Se notó el sabor a revancha, el gusto por el desafío personal de una iniciativa que en el propio peronismo miraron con escepticismo y que terminó convertida en una formidable plataforma para el triunfo que cerró esta noche.

Sería necio entonces desconocer ese antecedente y caer acaso una vez más en un exceso de maquiavelismo. Tal vez cuando la Presidenta insinúa que no apoya una reforma que le habilite un tercer mandato sea eso lo que en realidad quiere.

Por otro lado, el tono conciliador no existió cuando se refirió al periodismo. No sólo reprochó el escepticismo respecto a las primarias, reivindicó la “maravillosa” ley de medios y pidió a la gente que “no mire tanto la televisión o los diarios, y miren más a los ojos de los argentinos”.

Retomó así la permanente búsqueda del kirchnerismo por saltearse a los medios -realidad de las sociedades de masas-, para tratar de entablar un diálogo “directo” con el pueblo, o al menos, para sostener ese relato.

Porque mientras enarbola ese discurso, el kirchnerismo lleva años creando y comprando medios afines, en una acción sobre la realidad que acaso más que una contradicción, revela una estrategia: criticar, minimizar el rol de los medios –en rigor los que no son propios-, mientras se avanza en la construcción de un conglomerado afín.

Cristina dejó en claro así que la pelea con el grupo Clarín, sigue siendo una prioridad para su gobierno, aún en un marco de la posición conciliadora que trazó esta noche. Por la mañana fue Julio de Vido, quien le dedicó a Clarín la victoria que ya se intuía.

Luego sobre el rumbo económico, acaso donde se acumulan los mayores interrogantes, Cristina se limitó a reiterar los grandes trazos, sin enredarse en la letra chica que plantea el momento. Habló de profundizar la industrialización, la apuesta por el valor agregado, la ciencia y la tecnología, así como la obra pública.

Es decir, enumeró los costados seguramente de mayor consenso de su política económica y evitó mencionar a la inflación, el creciente déficit, la fuga de divisas.

Mismos interrogantes que se ciernen sobre el equipo que la acompañará en su segundo mandato, aunque fue evidente el espacio y la consideración que una vez más le dio al ahora vicepresidente electo Amado Boudou.