Editorial
Una victoria simbólica
Por Gonzalo Arias
El presidente no solo gana tiempo después del enfrentamiento con las provincias, sino que vuelve a la carga con la aprobación de algunas de sus reformas estructurales en el Congreso.

Tras el fracaso parlamentario de la "Ley de Bases", y cuando la escalada del conflicto con los gobernadores parecía incluso coadyuvar a galvanizar una mayoría legislativa para rechazar el DNU del pasado diciembre, el presidente volvió a aprovechar tanto el desconcierto y la perplejidad de la dirigencia política tradicional, como los altos niveles de aprobación de su gestión, para recuperar iniciativa e intentar convertir lo que parece ser una agenda pública ya bastante consolidada, en una agenda política concreta.

En su proclamada "batalla cultural", el presidente puede así anotarse con su discurso ante la Asamblea Legislativa del pasado viernes una victoria que, aunque parcial, no deja de ser importante como punto de partida para sus objetivos. En este contexto, Milei continuó sorprendiendo a propios y extraños, trascendiendo los límites de aquello a lo que nos tenían acostumbrados este tipo de discursos, criticando descarnadamente a gran parte de la dirigencia política, sindical y empresaria argentina ante la pasividad de un recinto otrora acostumbrado a gritos y chicanas, y expandiendo así -una vez más- los cada vez más amplios bordes del campo de las disputas.

A casi 90 días de haber asumido la primer magistratura, parece claro que -al menos hasta ahora- el relato disruptivo, descarnado y refundacional se ha revelado como exitoso en esa disputa por el sentido de la turbulenta realidad que estamos atravesando, batalla en la que presente, pasado y futuro se articulan en el discurso mesiánico que acompaña este proyecto inédito de transformaciones radicales.

Un relato que, con los lógicos matices, conecta con las frustraciones acumuladas, la desazón ante los recurrentes fracasos, el hastío frente a los políticos, y otras tantas emociones que, en gran medida, explican cómo es posible que ante el ajuste y la recesión, el Presidente tenga una imagen positiva del 57%, según la última medición de Aresco. En este contexto se registra un fenómeno tan inédito como el experimento político que encabeza Milei: a la par que parece consolidarse un consenso en torno a la idea de que "el ajuste es inevitable", el relato presidencial parece recrear expectativas optimistas con respecto al futuro. La paradoja del presente es, a todas luces, evidente: la recesión se combina con optimismo, al menos en amplias franjas de la ciudadanía.

El presidente, seguramente consciente de esto, subió la apuesta. A le vez que dedicó muchos pasajes de su discurso a alimentar los sentimientos negativos ante la "casta", fustigó a los "jinetes del fracaso" y anunció nuevas medidas de austeridad que conectan con una demanda social, sorprendió con la convocatoria al denominado "Pacto de Mayo". Una convocatoria que lejos está de representar un gesto de moderación y una repentina disposición al consenso, sino una herramienta poderosa no tanto para imponer los 10 "mandamientos" que lo inspiran, sino para poder conseguir la aprobación previa del núcleo fundamental de la frustrada "ley ómnibus".

En un escenario en el que las transferencias automáticas de la Nación (coparticipación, leyes especiales y compensación del Consenso Fiscal) en febrero cayeron en términos reales 20,4% interanual, y las transferencias discrecionales cayeron un 67,3%, el presidente anunció asimismo la convocatoria previa a un pacto fiscal, que podría aliviar la situación de las provincias -luego Francos sumaría la confirmación del envió de un proyecto de restitución del impuesto a las ganancias-. Con esa "zanahoria" y un humor social favorable al libertario, no llamó la atención la disposición de la mayoría de los mandatarios provinciales a tratar e incluso -en algunos casos- a aceptar los 10 puntos del "pacto de Mayo".

Lo cierto es que aún falta mucho para poder convertir esta victoria -no menor- en el plano simbólico, en hechos y transformaciones concretas. Por ahora, el presidente no solo gana tiempo después del enfrentamiento con las provincias, sino que vuelve a la carga con la aprobación de algunas de sus reformas estructurales en el Congreso, convirtiéndolas en prenda de negociación para un pacto fiscal.

Así las cosas, desde el próximo viernes -cuando se plasme el primer encuentro con los gobernadores- habrá que ver realmente si hay una disposición auténtica de edificar un nuevo consenso, o si solo se trató de un nuevo golpe de efecto para seguir aprovechando la fragmentación y desconcierto de la oposición.

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