
Algunas zonas de Madrid parecen haber vuelto a la cuarentena obligatoria de la pandemia. Pocos coches, sin peatones y con vecinos teletrabajando de forma forzada desde sus casas. Esta vez, no hay ningún virus desconocido en el aire. Sà drones, aviones y helicópteros que vigilan -de muy cerca- la Cumbre de la OTAN, el punto geográfico más custodiado del planeta por estas horas.
Poner un pie en Ifema, donde se celebra este trascendente evento, una inmensa estructura de cemento de 200,000 m2 distribuidos en 13 pabellones, 85 salas, 2 centros de convenciones, no es nada sencillo. Hay miles de policÃas (10 mil en total), decenas de "check points" y el despliegue, por ejemplo, de 98 perros especializados en la detección de todo tipo de artefactos y 60 agentes a caballo en las zonas aledañas de este recinto ferial.
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La odisea de los acreditados -entre ellos LPO- empieza en un transporte público. Hay que subirse a un metro o a un autobús -no hay forma de llegar en un vehÃculo particular- para arribar a la oficina de prensa montada en el Instituto Gabriel GarcÃa Marquez, un colegio armado como "base de operaciones" para los periodistas.
Lo primero es retirar la acreditación. Un guardia policial pide el DNI para poder cruzar la primera puerta. El próximo control aparece en un mostrador: otra vez la identificación personal. Más el correo de confirmación de la oficina de prensa de la OTAN y la carta de respaldo del medio de comunicación. "Ninguna papel ni ninguna medida están de más", aclara, algo culposo, el personal de prensa de la Alianza.
La credencial colgando en el pecho habilita a ponerse a la fila para subirse al "enlace", un autobús que lleva a los periodistas a Ifema. Siete minutos de trayecto con la capital española vacÃa de fondo.
La recepción es con más controles. Un agente de la Guardia Civil contrasta DNI con acreditación. Después, el hall de la cumbre se transforma en un aeropuerto: un escáner de seguridad para controlar bolsos, mochilas y equipos y otro agente que obliga a levantar brazos y abrir piernas para un examen fÃsico con un detector de metales.
El control tiene una última etapa. Los periodistas deben sacar sus ordenadores, encenderlos y mostrárselos a un tercer uniformado. Una pegatina amarilla con la "Dirección General de la PolicÃa" da por terminado el riguroso chequeo. "Ahora sà puede pasar", autoriza un último guardia civil.
Pero hay más. La luz verde da paso a una larga caminata entre pasillos, cintas transportadoras y caminos custodiados por tierra (patrulleros, policÃa a caballo, tanques blindados) y aire (drones y helicópteros).
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Entonces sà las puertas de la Cumbre se abren por completo. Para los lÃderes y delegaciones -con otro protocolo y otros controles-, pasillos privados con herméticos salones donde se llevarán a cabo todas las reuniones. Para los periodistas, una inmensa sala de prensa con capacidad para dos mil trabajadores.
Eso sÃ; lo que aquà se escriba y se diga estará -también- bajo el "monitoreo" de la seguridad oficial. Agentes especializados en ciberdelincuencia adscritos a la ComisarÃa General de PolicÃa Judicial vigilan todas las redes, tanto en fuentes abiertas -redes sociales, foros, blogs o webs- como en la Deep Web. ¿El objetivo? detectar cualquier recurso o información que pueda suponer una amenaza.
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