Editorial
¿Orden o caos?
Por Gonzalo Arias
Transcurridos apenas 50 días de su sorprendente ascenso al poder, el inédito experimento político libertario choca con una realidad política.

Concentración del poder y extrema fragilidad, intransigencia y claudicación, rigidez y pragmatismo, arrogancia y torpeza, orden y caos. Toda una serie de atributos y adjetivaciones que, aunque antónimos según cualquier diccionario de la lengua española, parecen ser hoy las dos caras de una misma moneda: el gobierno de Javier Milei.

Transcurridos apenas 50 días de su sorprendente ascenso al poder, el inédito experimento político libertario choca con una realidad política -y, en gran medida, social- que parece irreductible no sólo a la magnitud y alcance de las transformaciones que pretende el presidente, sino también a la metodología elegida para avanzar hacia una controvertida "revolución liberal".

El extenuante y turbulento trámite parlamentario de la denominada "ley ómnibus" en la Cámara de Diputados es, en este sentido, la demostración cabal tanto de estos límites que la realidad le impone al ambicioso proyecto libertario como de las actitudes pendulares de un gobierno que parece recostarse en el caos como modus operandi.

Solo así se entiende la paradójica situación que atraviesa hoy el proyecto del oficialismo en la cámara baja: pese a haber resignado el estratégico paquete fiscal y haberse resignado al desguace de más de 300 artículos de la redacción original (aproximadamente la mitad de la ley), el gobierno logró a duras penas aprobar la iniciativa en general. Pero, para lograr esa victoria pírrica acabó por tensar al máximo un sistema político que aún procuraba reconfigurarse, exponiéndose a una frágil situación que plantea muchos interrogantes con respecto a la gobernabilidad.

Resulta muy difícil de explicar por qué el gobierno no envió en diciembre un proyecto de emergencia y delegación de facultades, como hizo Alberto Fernández en 2019 (y casi todos los gobiernos desde 2002), que seguramente se hubiese aprobado con celeridad, y le hubiese permitido incluso al gobierno avanzar con muchas de las cuestiones que estaban planteadas en está jibarizada ley de bases, de la que quedan apenas algunos jirones, y un costo muy alto en términos de gobernabilidad. Indudablemente, faltó experiencia política y abundó la improvisación

Lo cierto es que el clima de tensión seguramente sumará esta semana un nuevo capítulo, cuando en la discusión en particular de algunos puntos centrales de la ley, pueda materializarse algún rechazo puntual o plantearse alguna modificación no deseada por la Casa Rosada. Es que en un contexto en que en la votación en general el proyecto aglutinó apenas 144 votos (apenas 15 más que los 129 necesarios), no sobra nada.

Más allá de discusiones puntuales vinculadas a los alcances, materias y bases para la delegación de facultades legislativas, y las empresas que podrían quedar alcanzadas por la política de privatizaciones, el foco estará puesto en lo que suceda con el impuesto PAIS. Tras una frustrada negociación entre el Ministro Francos y los gobernadores "dialoguistas", rápidamente desautorizada por el presidente a través de su entusiasta vocero, Milei bajó la orden de "no ceder" en nada más, dejando trascender incluso la decisión de un potencial veto a esa modificación planteada por los mandatarios provinciales y los mismos legisladores que -pese a ser fustigados reiteradamente por el presidente- fueron claves para la aprobación de la ley.

Lo cierto es que el Presidente y su entorno de confianza parecen no tomar nota de las dificultades y transmiten optimismo. Algo a todas luces tan curioso como potencialmente riesgoso. No solo porque ante la caída del paquete fiscal y las modificaciones previsionales (junto a la potencial coparticipación del impuesto PAIS) se tornará mucho más difícil alcanzar el objetivo del déficit cero. Sino, fundamentalmente, porque no parece haber ninguna intención de revisar esta estrategia confrontativa que, si bien en lo discursivo puede ser redituable en el corto plazo, se cierne como una amenaza con consecuencias impredecibles ante el inminente escenario de estanflación.

Así las cosas, Milei pareciera creer, siguiendo a su admirado Hayek, que, al igual que los mercados, la política se autorregula para alcanzar así una suerte de "orden espontáneo". Una idea tan peligrosa como la misma concepción de democracia que tiene uno de los fundadores de la escuela austriaca, que la reduce a mero "instrumento utilitario para salvaguardar la .. libertad individual". 

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