Un bloque con números aceptables pero sin agenda ni estrategia. La apuesta de Lula para diciembre. |
El Mercosur es como un matrimonio que no funciona pero evita el divorcio. Cada tanto se llegan a acuerdos mÃnimos que suaviza la convivencia pero ante el primero que levanta la voz, explotan los reproches. No fue siempre asÃ, está claro, pero 32 años de existencia evidencia un desgaste.
Mercosur fue un mecanismo de integración exitoso. En los orÃgenes previos a su fundación, Raúl AlfonsÃn y José Sarney plantaron la semilla a través de la Declaración de Iguazú en 1985 donde buscaron proteger la región en un contexto de endeudamiento externo, la falta de acceso a crédito y la necesidad de garantizar al continente como zona de paz luego de dictaduras militares. Lo lograron.
Uruguay propuso crear una zona de libre comercio y quedó fuera del comunicado conjunto
En 1991, ya con el bloque oficializado, los gobiernos de Fernando Collor de Mello y Fernando Henrique Cardoso y Carlos Menem dieron un salto de integración comercial que incorporó el plano de la infraestructura y le permitió al eje Lula/Néstor Kirchner materializar una idea de proyecto suramericano que además del Mercosur tuvo su centro de gravedad en la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
Como vemos, la base de todos estos avances durante los primeros 15 años partió de una alianza estratégica entre Argentina y Brasil y el consenso sobre un proyecto de región. Pero Brasil siempre diseñó la unidad para dos beneficios muy concretos: la internacionalización de sus empresas y la consolidación de su hegemonÃa polÃtica.
¿Dónde nos encontramos ahora? En un escenario de absoluto estancamiento y inexistencia de agenda. Antes de la llegada de Lula al gobierno, con Bolsonaro en la presidencia de Brasil y sin ninguna intención de liderar un proceso sudamericano de ningún tipo, nadie lograba imponer su voluntad; ni el proteccionismo de la década pasada ni el aperturismo promovido por los gobiernos de centroderecha. Brasil y Argentina pasaron de aliados a enemigos y la diplomacia presidencial durante el periodo Alberto-Bolsonaro no existió tornando deficitaria la relación bilateral y orientando toda la prioridad hacia China.
Lula trata de resolver la falta de conducción, lo necesita para devolverle a Brasil en la hegemonÃa suramericana a la que considera estratégica, pero aún no lo logra.
La integración regional es el proceso de transferencia de lealtades, expectativas y toma de decisiones hacia un nuevo centro donde las instituciones poseen o demandan jurisdicción sobre estados nacionales preexistentes. Desde hace varios años que la región orienta su integración en función de la coyuntura polÃtica y esto la deja a merced de la diplomacia presidencial, que se renueva al ritmo de los cambios de gobierno en cada paÃs.
Entre los dilemas que tienen el Mercosur, como un auto encallado en el barro sin posibilidad de avanzar unos metros, aparece el interrogante de lo que se puede hacer de forma conjunta, esa es la filosofÃa de la integración, que tienen costos que nadie está dispuesto a asumir.
Esto explica la inexistencia de agenda común. Mercosur está debatiendo hace 20 años un acuerdo con la Unión Europea que no tiene posibilidad de destrabar. Macri lo aceptó sin medir consecuencias y apurado por el año electoral de 2019, Alberto lo rechazó por razones ideológicas y ahora lo acepta con revisiones y cambios. Pero esto que cada 6 meses se convierte en el cuento de la buena pipa del cono sur depende pura y exclusivamente de Francia, que no parece estar dispuesto a perjudicar a sus productores agropecuarios. Con solo mirar la convulsión social en el paÃs europeo por la reforma de pensiones que Macron sacó por decreto y el estallido por el reciente caso de gatillo fácil, no habilitar este debate es mas que razonable.
Lo cierto es que Lula quiere ser el gran protagonista de la etapa que se viene y por eso reactiva Unasur y pretende que en la cumbre de Mercosur de diciembre se logren avances en torno a todos los temas que están dando vueltas hace más de 5 años. Para afuera, muestra los dientes a barreras ambientales insostenibles de Europa y defiende la industria, algo lógico si se tiene en cuenta el poderÃo de la Federación de Industriales de San Pablo, pero hacia adentro negocia para que salga. Lula es de la vieja escuela, dice lo que el otro o la mayorÃa quiere escuchar. Asà edificó su liderazgo, y no le fue tan mal.
Una fuente muy cercana al ex presidente confirma que Lula hace un doble juego, divide narrativa de negociación y en una reciente reunión con Macron en Francia se trajo el compromiso que la respuesta europea al borrador enviado por Mercosur será más fácil de procesar. Lula solo quiere que Brasil lidere Suramérica, por eso centraliza el diálogo con Bruselas, oficia de vocero en la crisis de Venezuela y contiene al dÃscolo Lacalle Pou todas las veces que puede.
Ordenar Venezuela es clave para Lula, por su frontera con el estado de Rondonia y por el malestar de las Fuerzas Armadas brasileñas que, en julio de 2020, publicaron la actualización de la PolÃtica Nacional de Defensa (PND) y la Estrategia Nacional de Defensa (END), dos documentos en el cual se proyectan objetivos estratégicos para los militares brasileños y donde se plantea una hipótesis de conflicto en la región con el foco puesto en la injerencia de potencias extrarregionales como China y Rusia en Caracas. A los militares brasileños le preocupa la cooperacion militar que pueda existir con China pero también que el gigante asiático desplace a Brasil en el vÃnculo con socios históricos. Por eso la insistencia con el Mercosur.
Las cumbres se tornaron repetitivas y sin hoja de ruta. Brasil conduce, Argentina acata, Paraguay escucha y Uruguay se queja y amenaza. Esto no es nuevo, pasó antes cuando la ola de gobiernos progresistas parecÃa indestructible. Lula y Dilma imponian las condiciones, Cristina las aceptaba a regañadientes, Paraguay buscaba pasar desapercibido y Uruguay, con Mujica y Tabaré y Luis Almagro como Canciller, coqueteaba con saltar del Mercosur a la Alianza del PacÃfico. El mismo cuento con diferentes actores pero igual de aburrido.
La integración está en crisis porque no hay entre los paÃses una idea de incrementar el comercio entre sà ni una voluntad de resolución conjunto de los problemas, mucho menos una idea de plantear una estrategia común ante desafÃos globales. Prima la desconfianza, las oportunidades están afuera, las amenazas adentro.
La falta de agenda lo que esconde es la creación de un método para tomar decisiones en torno al tipo de inserción internacional internacional en un contexto complejo, árido y disputado, con caÃda de commodities, desgloblalizacion y ralentización de las cadenas globales de valor. Un mundo difuso que se debate entre un posible retorno al proyecto globalista y el resquebrajamiento del orden liberal.
Los buenos números que refleja el bloque tras la pandemia es una oportunidad pero para dejar de estar como perro se que muerde la cola, hace falta estrategia y audacia. La región (y el Mercosur) navega en un barco sin timón, cargado de descofianza, que nos quita oportunidades y nos acerca a la irrelevancia. Con ratificar cada semestre el sentido de pertenencia no alcanza porque, como canta Fabiana Cantilo, "Nada es para siempre".
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España es u n conjunto de regiones que no se pueden ver unas a otras y su reflejo esta en los países hispanoamericanos a los que les pasa lo mismo a nivel de países que lo conforman, cuyas políticas exteriores con relación al resto son erráticas dependiendo el partido que gobierne en ese momento. No tienen uniformidad
Por eso Brasil es una unidad y el resto una dispersión que nunca se van a unir
Pero que flojos estuvieron los presidentes del Mercosur, che!!!
La agenda debería haber pasado en como hacemos para mandarle AAAAGUIIIITA SOBRE TU CUERPO AL BAILAR. ( Ráfaga, Augusto ajajaja ) mientras LP, hablaba de Venezuela y se hacía el superaaado y arrastraba las palaaaaaabras y se iba por las nubes de Úbeda tratando de ocultar que se está comiendo ( ......malas palabras..... ) ajajajaja.
Que como todo imperio, siempre busca expandirse solo que lo hace comercial y diplomaticamente, no militarmente. Por eso Lula habla de la moneda común para sudamérica, pero en realidad sería adoptar la moneda de Brasil.
Hoy estar en el mercosur es estar en el puño de Brasil.