
La audaz y estratégica movida para poner en marcha una flota mercante de bandera a circular por la HidrovÃa. Una industria naval innovadora aún requiere urgentes medidas crediticias y fiscales para ser una verdadera polÃtica de Estado. |
De cara a salir de la pandemia, el gobierno nacional hizo en agosto una movida estratégica crucial: resolvió una cuantiosa inversión para poner a punto la infraestructura de los puertos fluviales, creó un consorcio estatal (mixto entre la nación y siete provincias) para administrar el tramo argentino de la HidrovÃa Paraná- Paraguay y conformó una mesa de trabajo en la órbita del Ministerio de Transporte, donde actualmente funcionarios, profesionales, empresarios y organizaciones gremiales estudiamos conjuntamente cómo transformar la ineficiente infraestructura logÃstica que articula las economÃas regionales de nuestro paÃs con el comercio interior y exterior.
Para quienes desde hace años venimos trabajando en este tema, esta movida parte de una necesidad obvia: la Argentina no tiene flota mercante y pierde 3.900 millones de dólares anuales en concepto de fletes para colocar sus exportaciones. Todo esto a manos de corporaciones multinacionales que, desde hace décadas, se han hecho con un negocio fabuloso (pocos paÃses en el mundo generan los millones de toneladas de carga que exporta el nuestro, en términos de volumen fÃsico), pero que no tributan en el paÃs, ni emplean trabajadores argentinos, ni ofrecen ventajas competitivas a nuestros productores locales.
Probablemente esos mismos intereses son los que han influido en la decisión del gobierno anterior de vetar las cláusulas fiscales y el régimen de financiamiento establecidos por la Ley 27.914, sancionada por el Congreso Nacional hace tres años para poner en marcha a la industria naval y una flota mercante de bandera.
Quienes peleamos en su momento para que se sancionase esa ley -dirigentes sindicales, empresarios y trabajadores de astilleros públicos y privados, organizaciones de la sociedad civil, académicos, legisladores de casi todas las bancadas, sin "grietas"- sentimos entonces que fue vaciada de contenido. Y hoy nuevamente trabajamos para que la normativa recupere aquel espÃritu, y para lograr que el asunto cobre estado parlamentario este año que viene.
Intento aquà explicar por qué. La inexistencia de una marina mercante nacional en un paÃs como el nuestro, cuya riqueza depende en gran medida del volumen fÃsico de sus exportaciones -es difÃcil contarlo sin que se ponga en relieve la irracionalidad que esto significa-, se debe a que la presión fiscal sobre aquellas empresas navieras que quieran transportar carga bajo bandera argentina es excesiva. Sobre todo, en comparación con las facilidades que dan otros paÃses, como Paraguay o Bolivia, cuyas banderas tienen el mismo derecho de circular por la HidrovÃa. La presión fiscal argentina más que triplica a la de estos paÃses, los cual hace que las grandes compañÃas que hoy operan en esta área lo hagan bajo banderas extranjeras, que además les ofrecen normativas y legislaciones laborales y de seguridad mucho más laxas. Todo esto ocurre en aguas de nuestro paÃs, que tiene una tradición histórica en cuanto a la formación y capacitación de su personal embarcado, pero donde los egresados de la Escuela Nacional de Náutica o la Escuela Nacional Fluvial tienen cada vez menos trabajo a pesar de que la circulación de cargas por aguas argentinas fluviales y de ultramar no para de crecer.
Súmense a esto los subsidios a la carga de combustible que benefician a buques extranjeros en nuestros puertos, y el hecho de que el 85% de la producción nacional, gran parte del cual podrÃa circular en barco y en tren, lo hace en camiones, lo que multiplica por cinco los costos logÃsticos para nuestras economÃas regionales.
Una conclusión parece sencilla, y en verdad lo es: poner en marcha una flota mercante de bandera es una decisión no sólo brindarÃa una solución a múltiples problemas -o más bien ventajas que, por ser desaprovechadas, se han convertido en lastres-, sino que además no requiere una inversión del Estado.
La actual presión impositiva, que en teorÃa beneficiarÃa a un Estado recaudador, en realidad no hace más que desincentivar las inversiones en el sector y causar el efecto exactamente opuesto. Es que al no haber buques transportando carga bajo bandera argentina, la recaudación fiscal es cero, cuando hay empresas argentinas esperando a que baje es presión fiscal para invertir en el transporte naviero de cargas, tributar al Estado argentino y a las provincias, tripular sus buques con los profesionales mejor capacitados de América Latina y renovar su flota en astilleros nacionales.
Y este es el otro punto clave de la estrategia que el gobierno, a nuestro entender, deberÃa seguir si quiere llevar a buen puerto la propia decisión que parece haber tomado. El Ministerio de Transporte ha manifestado su claro interés en el proyecto de construcción de buques remolcadores de empuje propulsados a GNL, presentado por el Centro de Patrones y Oficiales Fluviales , el Astillero Paraná Sur y otros astilleros y empresas locales.
No se trata sólo de la fabricación de un buque sino, también, de un proyecto estratégico. El GNL es un combustible del que la Argentina dispone en cantidades como para convertirse en proveedor mundial. Implementarlo en los remolcadores de empuje transportadores de barcazas permitirÃa, por su precio, bajar un 68% los costos logÃsticos de los productores de nuestro litoral, que hoy mueven sus cargas en camiones o en buques a fueloil. Y por sus caracterÃsticas ecológicas -hoy el GNL es el estándar en la navegación europea-, disminuirÃa drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero y de desechos tóxicos en las aguas.
El caso es que nuestros astilleros cuentan con la capacidad técnica para hacer realidad un proyecto asÃ, pero no con la capacidad financiera. En este sentido van las reuniones que nuestro grupo de trabajo está teniendo en estas semanas con las autoridades del Banco Nación, para el otorgamiento de lÃneas de crédito a la industria naval.
Esperamos que estas gestiones den resultado, pero para el desarrollo de la marina mercante y la industria naval como polÃtica de Estado, generadora de empleo, de un salto tecnológico y de competitividad para nuestra economÃa, es preciso que estas iniciativas y buena disposición que hallamos en el Ministerio de Transporte trascienda a esta área de gobierno y se difunda a los ministerios de EconomÃa y Desarrollo Productivo, que son los que pueden habilitar las herramientas necesarias.
Para esto serÃa vital que esa lÃnea baje desde el nivel de la Presidencia, del mismo modo que bajó el compromiso para hacerse cargo de la HidrovÃa como recurso clave para la economÃa y el desarrollo, más allá de los intereses particulares de cualquier sector. Ese compromiso será fundamental también para sostener las acciones polÃticas que los gremios, cámaras empresariales y profesionales llevan a cabo junto a legisladores de todas las bancadas, a fin de devolverle a las legislaciones para la marina mercante y la industria naval ese espÃritu del que fueron vaciadas.
Por otra parte, no se trata de que las compañÃas extranjeras que operan en nuestros puertos y con nuestras cargas dejen de hacerlo. Nuestros estudios dicen que una flota mercante local que opere apenas con un 10% de la carga que hoy sale de nuestros puertos al exterior -y esa carga, por cierto, va en aumento año a año- bastarÃa para sumar 1.200 millones de dólares anuales a favor en la balanza comercial de nuestro paÃs, tan escaso de divisas.
Para que una movida desequilibrante se convierta en una partida ganada es preciso ser consecuentes con la estrategia planteada y tener el valor de dar todos los pasos necesarios. De lo contrario, no será más que otra oportunidad perdida. En el contexto dado por la necesidad de reactivar la economÃa tras esta cruel pandemia, no parece haber espacio para perder esta oportunidad de oro que significan el desarrollo de la HidrovÃa, la marina mercante y la industria naval. Más que una enorme cantidad de recursos del Estado, lo que se requiere para reactivar este sector son grandes decisiones desde el Estado.
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