La ex mano derecha de Pedro Sánchez, uno de los "primeros sanchistas" del PSOE, el hombre que animó al hoy presidente de Gobierno a luchar por el liderazgo dentro del partido, el ex secretario de organización de Ferraz, se sentará a partir de ahora como una especie de escoria en el Grupo Mixto, el rincón del Congreso destinado a los diputados que no cumplen los requisitos esenciales para formar un grupo parlamentario propio.
En las próximas votaciones, José Luis Ábalos compartirá fila con Ione Belarra, líder de Podemos, con quién negoció cara a cara en diciembre de 2019 el primer gobierno de coalición de la historia democrática de España.
Es decir, Sánchez tendrá que negociar su hoja de ruta -los Presupuestos Generales, por ejemplo- con el partido que la legislatura pasada integró su Consejo de Ministros y también con quien fuera su mano derecha como si fuesen opositores.
Se trata de la foto más impensada de la legislatura imposible, un ciclo que la propia coalición está haciendo todavía más débil en los primeros cien días de gestión por un autoboicot difícil de explicar en términos políticos.
Los cachetazos no están llegando desde el PP, agazapado aún a la espera de una ruptura con el independentismo catalán. Tampoco los está propinando Carles Puigdemont, el socio más incómodo que tensa la cuerda pero que no la rompe.
Los golpes están siendo autoinfligidos. Primero, la ruptura ente Sumar y Podemos y la pérdida de disciplina de los cinco diputados morados, que tumbaron la reforma del subsidio de desempleo impulsada por Yolanda Díaz.
Luego, las durísimas críticas de muchos barones socialistas por el deterioro territorial del partido, agudizado tras la debacle de Galicia.
Y ahora, la mala gestión política del primer caso de corrupción que salpica al Gobierno, con un inédito atrincheramiento de Ábalos, quien se niega a ser la punta de lanza de la trama.
Sánchez le ordenó a quien hoy cumple el mismo rol que en su día cumplió Ábalos, a Santos Cerdán, Secretario de Organización del partido, que lo convenza de dar un paso al costado, el único cortafuego posible para poder mantener la "ejemplaridad" que pregona el Gobierno en la lucha contra la corrupción.
"No puede estar sentado en su escaño el miércoles en la Sesión de control al Gobierno", advirtió Sánchez, preocupado ante la posibilidad de regalarle al PP la imagen del encubrimiento político que tanto cuestionó cuando la corrupción salpicó a Génova.
"Es injusto, os estáis equivocando, no voy a entregar mi acta, me iré al Grupo Mixto", repitió Ábalos ante cada llamado telefónico de la cúpula del partido.
A partir de ahora, el ex ministro de Transporte podrá actuar como verso suelto en el Congreso, lo que podría complicar al Gobierno a la hora de sumar mayorías simples.
Difícilmente esa sea su estrategia. Ábalos quiere mantener su condición de aforado -lleva siete legislatura consecutivas como diputado- para protegerse ante cualquier nueva arista que pueda tomar la investigación judicial de la trama que involucra a su principal asesor. Sólo el Supremo podrá investigarle.
Pero el codo a codo de quien fuera uno de los máximo jefes de Ferraz con Belarra en el "gallinero" -como se denomina al Grupo Mixto- es igual o más dañino que el coste político que el PSOE decidió pagar por la amnistía.
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