26 de abril, 2024
La pelea por la sucesión detrás del conflicto con Moyano
El peronismo está ingresando con sus modos y sus métodos en una nueva etapa de discusión del poder. Sin reelección de la Presidenta la pelea que debería abrirse en el 2015 se anticipó al 2013, es decir ahora.
En el plano formal se trata de un clásico conflicto sindical: un gremio reclama un aumento salarial y como no se lo conceden realiza un paro. Esa es la cáscara, pero la extrema tensión que envuelve por estas horas el conflicto de camioneros, revela que es mucho más lo que está en juego.
Se trata en rigor del primer cruce fuerte por la sucesión del kirchnerismo y como corresponde a la historia del peronismo se despliega en el plano de la acción directa, más que en alambicadas discusiones de comité. La tensión, la insinuación de la violencia, la posibilidad de envolver a todo el país en sus peleas, es una marca registrada del movimiento que fundó Juan Perón.
No hacen falta interpretaciones rebuscadas para señalar que se discute en este conflicto: el ministro Julio de Vido tuvo la gentileza de ponerlo en blanco sobre negro en el programa 678, que con su pasión por el trazo grueso, completaba esta noche sus palabras con didácticas placas que señalaban: “La operación de Moyano, Clarín, Barrionuevo y Scioli”.
Lo importante es la incorporación del último de la lista a los eternos conspiradores. Fue De Vido quien no dudó en cargarle la responsabilidad del conflicto y preguntarse sugerente por su oportuno viaje a Italia, justo cuando estalla la pelea. Lo mismo hizo la agencia Télam recordando su reciente foto con el camionero. Así, como Florencio Randazzo se olvidó por un momento de todos los planes que traza con Scioli lejos de los micrófonos y le pidió indignado que denuncie al líder de la CGT.
Es que Scioli cuando se sacó esa famosa foto con Moyano en su quinta del Tigre, sabía que sumaba un ingrediente sustancial para cualquier proyecto de poder serio en el peronismo: control de la calle. Músculo político que hoy empezó a exhibir Moyano con el despliegue cinematográfico de los mas fornidos de su gremio frente a las cámaras de televisión. No parece casual que ninguna columna de La Cámpora o Kolina se haya acercado al lugar.
Por eso, es natural que para el kirchnerismo Scioli mute de “compañero” a enemigo declarado, en la misma proporción que permanece bien arriba en las encuestas, su nombre crece en el peronismo como número puesto para la sucesión y encima suma aparato de verdad.
La previsibilidad del conflicto no significa que haya que quitarle trascendencia a lo que sucede. La primera en entenderlo fue la propia Cristina Kirchner, quien anticipó su regreso de Río de Janeiro, no porqué paró una rama de un sindicato; sino porque seguramente vislumbra con claridad la naturaleza del desafío que enfrenta, cuando lleva apenas poco más de medio año de su segundo mandato.
El inconveniente es que no se trata de un problema de sencilla solución. Es decir: ¿Si lo que está en juego es la sucesión y el gobierno a decidido pelearse con el candidato que más claramente garantizaría a su fuerza conservar el poder, qué es lo que sigue? ¿Forzar una renuncia de Scioli? ¿No enviarle el dinero para los sueldos y sumar un conflicto general en la provincia al paro de camioneros? ¿Meter preso a Moyano y también a su hijo?
Como se ve se trata de caminos que abren más interrogantes y riesgos de los que resuelven. Suponiendo que se trata de gente adulta que conoce del negocio del poder, lo más probable es que a este pico de tensión le siga una tregua forzada e inestable que enfrentará periódicos estallidos, en un in crescendo de conflictos que terminarán de expresarse en toda su magnitud en el cierre de las listas para las legislativas del 2013.
Pero, acaso el gobierno debería mirar más de cerca los riesgos de atar en su discurso a Scioli, Moyano y Clarín, en la construcción dialéctica de un dispositivo que se supone tiene como objetivo instalar al gobernador en la Casa Rosada.
Es decir: ¿Si Scioli tiene el poder para activar y desactivar a Moyano, para subordinar a Clarín a sus intereses, quién es el hombre más poderoso de la Argentina? O dicho de otra manera: ¿Quién fue el último político que concentró esos resortes? Néstor Kirchner, cuando era presidente, claro.
Porque el mensaje de la conspiración de los factores de poder puede lograr en los peronistas el efecto inverso del buscado, es decir acrecentar las ganas irrefrenables de sumarse, si de verdad terminan creyendo que el poder ya no está donde imaginaban.
Incluso, si fuera cierto que existe esa conspiración tampoco está el kirchnerismo como para rasgarse las vestiduras. Desde que asumió su segundo mandato, Scioli enfrenta una acción desestabilizadora permanente –y torpe- por parte de su vicegobernador Gabriel Mariotto y los diputados provinciales de la franquicia bonaerense de La Cámpora que “conduce” José Ottavis.
Con una rara consecuencia: por algún motivo Scioli logra quedar frente a la sociedad, no como un político de cuidado, sino como un muchachito un poco inocentón que sufre el martirio permanente de los kirchneristas. Ese desprecio de clase media progre que Mariotto exuda cuando se burla de los picaditos de fútbol de Scioli o de sus shows con Montaner o Pimpinela, son extraños en un peronista que suele detectar donde reside lo popular, más allá de gustos personales.
Pero claro, una cosa son Mariotto y Ottavis hoy raleados del corazón del poder –no es casual la resucitación de Randazzo y Alicia Kirchner en la provincia- y otra muy distinta Cristina.
Subestimar a la Presidenta sería a esta altura un error reservado a principiantes. Ya demostró todo lo que tenía que demostrar: gobernó cuatro años, se sobrepuso a la muerte de su marido y alcanzó su reelección por un margen aplastante. No es la mejor hora del gobierno, está claro, pero sigue siendo la Presidencia una maquinaria formidable, una acumulación de recursos y dispositivos que siempre le dan un plus de iniciativa política al que los controla, si sabe usarlos.
Esto significa que la pelea está muy abierta y promete, como siempre hizo el peronismo, cualquier cosa menos aburrimiento.
Se trata en rigor del primer cruce fuerte por la sucesión del kirchnerismo y como corresponde a la historia del peronismo se despliega en el plano de la acción directa, más que en alambicadas discusiones de comité. La tensión, la insinuación de la violencia, la posibilidad de envolver a todo el país en sus peleas, es una marca registrada del movimiento que fundó Juan Perón.
No hacen falta interpretaciones rebuscadas para señalar que se discute en este conflicto: el ministro Julio de Vido tuvo la gentileza de ponerlo en blanco sobre negro en el programa 678, que con su pasión por el trazo grueso, completaba esta noche sus palabras con didácticas placas que señalaban: “La operación de Moyano, Clarín, Barrionuevo y Scioli”.
Lo importante es la incorporación del último de la lista a los eternos conspiradores. Fue De Vido quien no dudó en cargarle la responsabilidad del conflicto y preguntarse sugerente por su oportuno viaje a Italia, justo cuando estalla la pelea. Lo mismo hizo la agencia Télam recordando su reciente foto con el camionero. Así, como Florencio Randazzo se olvidó por un momento de todos los planes que traza con Scioli lejos de los micrófonos y le pidió indignado que denuncie al líder de la CGT.
Es que Scioli cuando se sacó esa famosa foto con Moyano en su quinta del Tigre, sabía que sumaba un ingrediente sustancial para cualquier proyecto de poder serio en el peronismo: control de la calle. Músculo político que hoy empezó a exhibir Moyano con el despliegue cinematográfico de los mas fornidos de su gremio frente a las cámaras de televisión. No parece casual que ninguna columna de La Cámpora o Kolina se haya acercado al lugar.
Por eso, es natural que para el kirchnerismo Scioli mute de “compañero” a enemigo declarado, en la misma proporción que permanece bien arriba en las encuestas, su nombre crece en el peronismo como número puesto para la sucesión y encima suma aparato de verdad.
La previsibilidad del conflicto no significa que haya que quitarle trascendencia a lo que sucede. La primera en entenderlo fue la propia Cristina Kirchner, quien anticipó su regreso de Río de Janeiro, no porqué paró una rama de un sindicato; sino porque seguramente vislumbra con claridad la naturaleza del desafío que enfrenta, cuando lleva apenas poco más de medio año de su segundo mandato.
El inconveniente es que no se trata de un problema de sencilla solución. Es decir: ¿Si lo que está en juego es la sucesión y el gobierno a decidido pelearse con el candidato que más claramente garantizaría a su fuerza conservar el poder, qué es lo que sigue? ¿Forzar una renuncia de Scioli? ¿No enviarle el dinero para los sueldos y sumar un conflicto general en la provincia al paro de camioneros? ¿Meter preso a Moyano y también a su hijo?
Como se ve se trata de caminos que abren más interrogantes y riesgos de los que resuelven. Suponiendo que se trata de gente adulta que conoce del negocio del poder, lo más probable es que a este pico de tensión le siga una tregua forzada e inestable que enfrentará periódicos estallidos, en un in crescendo de conflictos que terminarán de expresarse en toda su magnitud en el cierre de las listas para las legislativas del 2013.
Pero, acaso el gobierno debería mirar más de cerca los riesgos de atar en su discurso a Scioli, Moyano y Clarín, en la construcción dialéctica de un dispositivo que se supone tiene como objetivo instalar al gobernador en la Casa Rosada.
Es decir: ¿Si Scioli tiene el poder para activar y desactivar a Moyano, para subordinar a Clarín a sus intereses, quién es el hombre más poderoso de la Argentina? O dicho de otra manera: ¿Quién fue el último político que concentró esos resortes? Néstor Kirchner, cuando era presidente, claro.
Porque el mensaje de la conspiración de los factores de poder puede lograr en los peronistas el efecto inverso del buscado, es decir acrecentar las ganas irrefrenables de sumarse, si de verdad terminan creyendo que el poder ya no está donde imaginaban.
Incluso, si fuera cierto que existe esa conspiración tampoco está el kirchnerismo como para rasgarse las vestiduras. Desde que asumió su segundo mandato, Scioli enfrenta una acción desestabilizadora permanente –y torpe- por parte de su vicegobernador Gabriel Mariotto y los diputados provinciales de la franquicia bonaerense de La Cámpora que “conduce” José Ottavis.
Con una rara consecuencia: por algún motivo Scioli logra quedar frente a la sociedad, no como un político de cuidado, sino como un muchachito un poco inocentón que sufre el martirio permanente de los kirchneristas. Ese desprecio de clase media progre que Mariotto exuda cuando se burla de los picaditos de fútbol de Scioli o de sus shows con Montaner o Pimpinela, son extraños en un peronista que suele detectar donde reside lo popular, más allá de gustos personales.
Pero claro, una cosa son Mariotto y Ottavis hoy raleados del corazón del poder –no es casual la resucitación de Randazzo y Alicia Kirchner en la provincia- y otra muy distinta Cristina.
Subestimar a la Presidenta sería a esta altura un error reservado a principiantes. Ya demostró todo lo que tenía que demostrar: gobernó cuatro años, se sobrepuso a la muerte de su marido y alcanzó su reelección por un margen aplastante. No es la mejor hora del gobierno, está claro, pero sigue siendo la Presidencia una maquinaria formidable, una acumulación de recursos y dispositivos que siempre le dan un plus de iniciativa política al que los controla, si sabe usarlos.
Esto significa que la pelea está muy abierta y promete, como siempre hizo el peronismo, cualquier cosa menos aburrimiento.
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