UN LUGAR EN EL MUNDO
La presencia de Brasil y México en la cumbre del G-8 reveló el retroceso internacional de Argentina.

Por Ignacio Fidanza

En la ciudad de los zares, la deslumbrante San Petesburgo, se juntaron la semana pasada los presidentes de las naciones más poderosas del mundo, que participan de ese exclusivo club llamado G-8. Como es natural, la Argentina no formó parte de la tenida.

Estaban allí los de siempre, Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Canadá y Japón. Pero la novedad es que esta vez, los socios cursaron invitaciones especiales: los presidentes de China, India, México y Brasil, pudieron disfrutar de los jardines del Palacio Konstantinovsky y jugar con la ilusión de ser parte de los que rigen "el rumbo" de la humanidad.

Ya nadie discute que el poder en el mundo está cambiando. Procesos como la reorganización de Rusia, el crecimiento de China y el surgimiento de India, son datos duros que se meten en esa aparente discusión bilateral que capitalizaban Estados Unidos y la Europa unificada, luego de la caída del Muro de Berlin.

En la década pasada Samuel Huntington acuñó el término unimultipolaridad para describir este raro momento universal en el que existe claramente una supremacía mundial de los Estados Unidos, que por razones internas y externas no se traduce en la creación de un nuevo imperio de alcance global.

En el plano interno el gobierno de Estados Unidos ve limitadas sus pretensiones imperiales, por tratarse de una democracia de masas. El retroceso que tuvo que dar el presidente Bush en su política de desconocer los derechos humanos de los presos supuestamente terroristas de las bases de Guantánamo, acorralado por las críticas y los procesos judiciales internos y no de terceros países, habla de esa peculiaridad.

En el plano externo el surgimiento de nuevas potencias como las mencionadas anteriormente, que están construyendo un grado de autonomía que les permite sino enfrentar al menos resistir las políticas de la Casa Blanca, le da al nuevo orden ese rasgo multipolar.

La declaración de la cumbre del G-8 de San Petesburgo sobre la crisis de Medio Oriente incluyó sobre todo por la acción diplomática de Rusia -que no por nada tiene como escudo un águila de dos cabezas, una mirando a occidente y otra a oriente- una serie de "recomendaciones" a Israel, que matizan y le dan al problema una complejidad que no calza en absoluto con la ideología de la guerra antiterrorista norteamericana. Se puede encontrar aquí un rasgo de ese mundo multipolar del que habla Huntington.


La Argentina y el mundo


Y qué tiene que ver esto con la Argentina? Perón decía que la política había que entenderla desde la internacional a lo nacional. Mal que nos pese, es más posible que lo que suceda en el mundo de las grandes decisiones globales influya en nuestro destino, que al revés.

¿Y qué tiene que ver esto con la Argentina? Perón decía que la política había que entenderla desde la internacional a lo nacional. Mal que nos pese, es más posible que lo que suceda en el mundo de las grandes decisiones globales influya en nuestro destino, que al revés.

Con esa lógica y viendo el mundo bipolar de la Guerra Fría, Perón planteó la Tercera Posición, que no era otra cosa que sumar las fuerzas de los países subdesarrollados para intentar balancear las esferas de influencia de Rusia y Estados Unidos. Perón defendía la unidad Latinoamericana como un paso necesario para obtener autonomía política en un planeta que inevitablemente iba a la globalización que hoy vivimos.

El pensador brasileño Helio Jaguaribe sostiene que en el mundo actual hay tres niveles de países. Un nivel dirigente con supremacía de Estados Unidos y algún grado de influencia de Europa -en especial Inglaterra, Francia y Alemania- y Japón. Luego vendría un segundo nivel de naciones con cierta autonomía como China, Rusia, India e Irán -hoy no casualmente en la mira de los halcones republicanos-. Y un tercer nivel que integran el resto de las naciones que no logran salir de la dependencia.

Jaguaribe al igual que Perón sostiene que la unidad de Latinoamérica -hoy entendida como Mercosur- es un requisito indispensable para obtener en este mundo multipolar que se está formando el necesario margen de autonomía política que permita consolidar procesos de desarrollo nacional, cuyo obvio objetivo debería ser alcanzar sociedades más justas y equilibradas.

El pensador brasileño cree que si esto no es posible por las interesadas maniobras de las potencias centrales -por ejemplo el ALCA- o la torpeza de los gobernantes latinoamericanos, o ambas, Brasil por ser el único país semicontinental de la región, tendría todavía una oportunidad de establecer por si sólo, una alianza estratégica con Rusia, China e India, que le permitiría equilibrar a Estados Unidos y Europa.

¿Y qué estamos haciendo nosotros? ¿Cuál es nuestro plan? ¿Quiénes son nuestros aliados? ¿Hacia dónde queremos ir? ¿Cuáles son al menos las frases, las ideas-fuerza, que orientan nuestra política exterior? No es necesario enumerar la colección de enojos, fastidios y desplantes que hemos causado en los últimos años a toda clase de países. Tampoco vamos a hablar del agotamiento que vive el Mercosur. O de los crecientes márgenes de acción que cedemos a Venezuela en la región.

Es más, nada de eso sería necesariamente malo si fuera parte de una estrategia de posicionamiento en el nuevo orden mundial. El gobierno del día a día llevado al plano internacional no parece suficiente para abordar los desafíos de esta época en la que el poder del mundo empieza lentamente a entrar en una fase de rediscusión.

Es en estos momentos claves, de incertidumbre y límites y coaliciones todavía imprecisos, cuando un error, una elección apresurada, se suele pagar con décadas de atraso. La Argentina ya vivió y aún padece ese pecado.

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