Opinión
Pasando la factura
Por Jesús Pérez Gaona
¿Has pensado en la muerte? Si la vida de un periodista no importa a nadie, ¿por qué habría de importarle a un político o a un "mal patrón"? Lourdes, Margarito, Miroslava, Javier, Rubén, Regina...

Algunas estampas del inicio de 2022. El periodista Juan Omar Fierro, miembro del equipo de investigación de Carmen Aristegui, declara a las cámaras de la directora Juliana Fanjul: «no merezco morir por mi trabajo». En la seguridad de su departamento, en primer plano, el periodista es cuestionado por la directora de Silencio Radio (2019) sobre si ha pensado en la muerte, en medio del affaire de la Casa Blanca de Peña Nieto cuyo reportaje derivó en el despido injustificado de Carmen Aristegui de MVS Noticias, y ante el acoso judicial, la censura y el espionaje político que enfrentaron la periodista y su equipo. ¿Has pensado en la muerte?, preguntan al también autor de Recetas para instalarse en el rencor, y después de vacilar, responder que no merece morir por cumplir como cualquiera con su trabajo, Juan Omar Fierro no puede evitar soltar unas lágrimas.

Ahora como entonces comparto su tristeza. En su obra, quizá no por casualidad, el periodista poeta reprochó: «yo que esperaba tu muerte con la bruma de los siglos, y no con la pena de los años, he leído que en paz descansas. ¿Descansas de qué? ¿A pesar de quién? (...) ¿Vas a perdonar acaso que te obligaban a vivir de día para salvar simples destellos de luz? No te rindas. Levántate». En el poema, cuyo título es «Pasando la factura» y cuya alusión vampirezca evoca al Dorian Grey de Oscar Wilde, Juan Omar parece hablarse a sí mismo: «nos negamos a morir contigo unos cuantos. ¿Y tú, muerto inútil, vas a permitir tu propio luto?».

Es enero de 2022 y ya han asesinado a tres periodistas en México; dos de ellos, en Tijuana: Margarito Martínez y Lourdes Maldonado, con una semana de diferencia. Quizá, como lo muestran Silencio Radio y las manifestaciones de indignación en al menos 48 ciudades del país, el gremio periodístico no se había dolido tanto por los homicidios de colegas desde los casos de Javier Valdez y Miroslava Breach en 2017. No son los primeros. Pero lamentablemente todos sabemos, y condenamos, que no serán los únicos.

Esta semana, el periodista de Baja California Lauro Ortiz Franco escribió el siguiente mensaje en su perfil de Facebook: «Estando en la redacción de ZETA, [Jesús] Blancornelas me ordenó cubrir el asesinato de un ‘periodista que acaba de ser baleado cerca de la Procuraduría'. Escoltados, Ramón Blanco y yo llegamos a la terrible escena de ese martes negro del 22 de junio de 2004, sólo para confirmar que se trataba de mi hermano, Francisco. Han pasado 17 años y el crimen sigue impune como la mayoría de los casos de periodistas asesinados, incluidos los recientes de Margarito y Lourdes. La investigación de mi hermano la atrajo el gobierno federal y Vicente Fox se comprometió ante Blancornelas y yo, que los responsables serían encarcelados. Felipe Calderón me dijo a través de nuestro amigo en común Alfredo García (+) lo mismo. Con Enrique Peña la comunicación resultó infructuosa y con López [Obrador] sigo intentándolo». Como ocurrió con Lourdes y Margarito, el reportero Francisco Javier Ortiz Franco fue ultimado en su automóvil en Tijuana, con cuatro impactos de bala. Atrás de él quedaron dos de sus tres hijos, horrorizados.

La talacha, así lo llamaba Vicente Leñero

Domingo 23 de enero, 7:30 de la noche. Recibo un mensaje de Juan Pablo, mi buen amigo jornalero. «¿Estás despierto?». Esto es rarísimo, la semana estuvo muy movida y cualquier noticia -a esta hora y en este día- debió carecer de un interés especial: inició en Palacio Nacional con el cateterismo de López Obrador, siguió en el Senado con la guerra que declararon Ricardo Monreal y Dante Delgado al gobierno de Cuitláhuac García en Veracruz, y culminó en Baja California con el seguimiento de las noticias por la ejecución del fotógrafo Margarito Martínez Esquivel, «el 4-4», hijo de la célebre periodista Eglantina Esquivel, el único que se dedicó a la profesión de su madre. «Era el primero en llegar a las escenas del crimen», me dijo Juan Pablo, quien lo conoció por la talacha en Tijuana, el reporteo, el trabajo diario, demandante, fatigoso, inacabable, inabarcable e inmisericorde. Y lo peor: mal pagado. Pero la noticia no descansa ni toma vacaciones, suele decirse entre quienes le damos a la talacha, y le encontramos el gusto a hacerlo. «Empieza a redactar», me dijo Juan Pablo. «Acaban de asesinar a otra periodista en Tijuana».

El caso de María de Lourdes Maldonado López en verdad provocó una sacudida en todos los que, de algún modo, están involucrados en su muerte, incluso sin desearlo ni saberlo. En Palacio Nacional se reconoció que el impacto fue directo a la administración de López Obrador. De los 52 periodistas asesinados en su gobierno, solamente en cinco casos se ha dictado sentencia; «Un 90% de impunidad en crímenes contra la prensa», reconoció el subsecretario Alejandro Encinas. Excusas aparte, ineptitud por descontado, las palabras del presidente el pasado 1 de diciembre ante un Zócalo repleto de simpatizantes son hoy toda la explicación que tenemos de lo que está ocurriendo: «podrá llevarnos tiempo el pacificar el país, pero...». Llevará tiempo, mientras tanto los números seguirán aumentando a cuentagotas, poniendo a prueba a la solidaridad con el gremio -eso deseo- y no sólo alimentando a la necropolítica y a la narcocultura mexicana.

A nivel estatal fue Jaime Bonilla quien tuvo que salir a dar la cara por lo sucedido. Inclusive ha dado más explicaciones que la propia gobernadora Marina del Pilar, ahora en una especie de luna de miel por el reciente nacimiento de su hijo el pasado 14 de enero. El exmandatario, quien se preparaba para embarcar al Gabinete Presidencial en CDMX, es objeto de la mayor intriga que se ha producido desde los tiempos en que Luis Donaldo Colosio fue asesinado en Lomas Taurinas bajo la administración del panista Ernesto Ruffo, primer gobernador de oposición en la historia de México. Así, pueden agruparse en dos a todos los rumores sobre quién fue y por qué: por un lado, quienes de manera aventurera señalan a Jaime Bonilla Valdez como el autor intelectual, y por el otro quienes explican esto como un golpe contra el tijuanense, precisamente para frenar su creciente influencia política.

Desde luego, la primera versión no tiene otro sustento que la denuncia de la propia periodista durante una mañanera de AMLO, en marzo de 2019. «Temo por mi vida», dijo Maldonado, y aseguró que Jaime Bonilla la había amenazado de muerte. El video de la acusación fue tan replicado que el mismo López Obrador hizo una video-reacción del momento en el Salón de la Tesorería. ¡Inaudito! En lo que se refiere al supuesto complot en contra del exgobernador de BC, esto se trata de la defensa mediática con la que respondió el grupo bonillista buscando convertir a su jefe en la víctima. Por ejemplo, desde la empresa de televisión de Bonilla a la que Maldonado demandó y ganó un laudo de medio millón de pesos (PSN, Primer Sistema de Noticias), se sugirió de manera miserable, a la mañana siguiente del crimen, que la periodista había sido «utilizada en diversas instancias», y que su muerte estaba siendo igualmente usada para hundir al cacique morenista de Tijuana. Alejandro Ruiz Uribe, delegado federal en Baja California y un conocido operador bonillista, fue menos sutil al develar sus más hondas sospechas, en conferencia de prensa. «Todos los caminos apuntan a un solo lado [el Hipódromo de Jorge Hank Rhon], y eso no se puede permitir», dijo, y relacionó este caso con el homicidio del periodista Héctor Félix Miranda, «el Gato Félix», por el que el dueño de Grupo Caliente ha sido históricamente señalado.

No podemos descartar la posibilidad de que sólo se haya limitado a una desestabilización local o regional, hasta en tanto no tengamos mayores elementos para poder determinarlo.

Quien también contribuyó a alimentar estas especulaciones fue el recién nombrado Fiscal General del Estado (FGE), nombrado dos semanas atrás al calor de la molestia pública por la ejecución de Margarito. De acuerdo con Ricardo Iván Carpio, es «posible» que la causa principal de la violencia contra el gremio en Tijuana sea desestabilizar no sólo al estado sino al país. «No podemos descartar la posibilidad de que simplemente se haya limitado a una desestabilización local o regional, hasta en tanto no tengamos mayores elementos para poder determinarlo», advirtió el fiscal. «¿Políticos involucrados?», insistió la periodista Jesusa Cervantes. «No descartamos ninguna posibilidad».

«Mal patrón»

Entre recelo, mucho miedo y reproches acumulados, sin dar crédito aún al deceso de Margarito Martínez por el que Lourdes Maldonado expresó su conmoción durante un acto en la Glorieta de Las Tijeras, los periodistas que acudieron al velorio para dejar un ramo de flores y dar el pésame a la madre de Lourdes Maldonado, también hacen las anotaciones de rigor o activan el obturador de sus cámaras para mandar la nota de hoy. Pues hoy los periodistas somos la nota, por las peores razones. Hablar de periodistas asesinados es desde hace mucho la normalidad en México.

Por eso quien se atreve a dar una declaración no habla de conspiraciones, sino de responsabilidades. A Lourdes, de 67 años, sus amigos la conocían como «Luby», había quien también solía llamarla «la Mana», debido a su costumbre de saludar con un «hola manita», «hola manito». Las palabras que dedicó a Jaime Bonilla -y que en su pleito contra la 4T pocos medios han recogido- son aquí las primeras que vienen a la mente de sus amigos, sus colegas, sus compañeros, al regresar a la calle, a la talacha, al verse en su espejo, el de quien fue corresponsal de 24 Horas de Jacobo Zabludovsky y fundadora de Televisa en BC; hablo de una periodista que trabajó para una compañía sólida, una corporación, en la prensa nacional. Ella llamó a Jaime Bonilla «mal patrón». Un mal patrón, eso fue el inicio de un litigio por derechos laborales que se prolongó por nueve años y que, en palabras del exgobernador, no era «para ultimar a nadie», sólo se trataba de «400 o 500 mil pesos». Una bicoca para el magnate tijuanense de los medios de comunicación, pero una fortuna para el periodista de a pie que como cualquier miembro de la clase obrera debe lidiar con la precarización del trabajo y, encima, en el municipio más violento del país, en el país más peligroso para ejercer el periodismo. Aunque, para decirlo sin medias tintas, no es la excepción, la mayoría de los empleos para la prensa en México no cuenta con ningún tipo de prestación o protección laboral; en la frontera, esto es peor que trabajar en la maquila.

En Ciudad de México, afuera del Palacio de Cobián, el viejo periodista Jorge Meléndez lo dirá de la siguiente manera. «Pero ya necesitamos hacerle sentir al Gobierno y a las empresas que no son nada sin los periodistas, que ellas no son las que nos hacen un favor empleándonos como les dé la gana, despidiéndonos cuando quieren, y con un gobierno que es omiso al hacer justicia». Su indignación es contagiosa cuando revela a los colegas reporteros, fotorreporteros, editores, activistas, todos los que integran la manifestación frente a la sede de la Secretaría de Gobernación, que no es ésta la primera vez que lo hace, porque también salió a marchar hace 38 años cuando asesinaron al legendario Manuel Buendía.

Pasando la factura

El cuerpo torturado con un tiro de gracia del fotógrafo veracruzano Rubén Espinosa, el sombrero manchado de sangre y arrojado en medio de la calle junto a Javier Valdez, el pequeño automóvil encendido por más de 40 minutos con el cadáver de Lourdes Maldonado frente a su casa, ¿merecen la pena de ser algo más que la nota del día? ¿Qué significará esto para empresarios de los medios como Ricardo Salinas Pliego quien inició 2022 atacando a los periodistas de Proceso, de los que dijo que -por hacer su trabajo- «lo poco que tienen para comer» es gracias a él?

Lástima y carroña

«Es verdaderamente triste tu esquela. Ni después de muerto te han dejado sin traición. Un banquete de lástima te dieron por entierro, y traje de carroña llevas por último vestido». De esta forma continúa el poema de Juan Omar Fierro, hoy en la redacción de Proceso. Lástima. Carroña. Si la vida de un periodista no importa a veces ni a sus propios compañeros, ¿por qué habría de importarle a un político? En Twitter, cantera y refugio de la oposición, así usó un ex presidente a Margarito y Lourdes para embestir a López Obrador: «El ataque a la prensa hace muy vulnerables a los periodistas. Los estigmatiza y hace ver como enemigos, prescindibles. Si el poder los ataca, ¿por qué los habría de defender? Y no, no es culpa del neoliberalismo. Es responsabilidad del gobierno en curso proteger a los ciudadanos».

Otra viñeta de este enero lacrimoso, incierto, sombrío. Mientras las redes se incendian con sus publicaciones y le recuerdan el homicidio en 2012 de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en Veracruz, y para variar a Carmen Aristegui y la censura en su contra durante su gobierno, Felipe Calderón calla ante el arresto de uno más de los superpolicías de su sexenio que va a prisión, otro funcionario de la mesa redonda de Genaro García Luna. Esta vez le tocó a Facundo Rosas Rosas, crítico acérrimo de la Guardia Nacional, promotor de los supuestos beneficios de la Policía Federal, y a quien se ejecutó una orden de aprehensión por el caso de «Rápido y Furioso». Si la experiencia no falla, los crímenes contra los periodistas serán soslayados bajo una tonelada de señalamientos, indicios, declaraciones, despistes y compromisos de reparación del daño y garantías de no repetición. Las palabras no revivirán a las víctimas; y como llegarán tarde, las promesas de justicia no garantizarán nada para quien siga en ello, en la talacha, ni siquiera para aquellos que como Lourdes Maldonado cuentan con el mecanismo de protección a periodistas. «Tenemos una bala dirigida a la cabeza», afirmó Sonia de Anda. «La persona que te va a matar, lo va a hacer porque está decidido y es su trabajo, por mucha escolta que tengas. Eso es parte de la realidad», agregó Antonio Maya. Ambos periodistas cuentan con tal protección y trabajan en Tijuana. «Lo estaban cazando. ¿Quién? No sé. ¿Por qué? Lo ignoro. Yo no puedo decir nada más, solamente que lo estaban cazando», así resumió Lourdes el homicidio de Margarito, una descripción que Margarito pudo hacer de la muerte de Lourdes. Nos están cazando.

Un apunte de Julio Scherer, precisamente en un libro que dedicó al expresidente panista, es lo único que viene a mi mente al hablar del periodismo y la muerte. «Un día leí que de la muerte hay que ocuparse en la vida, porque después ya no hay tiempo. La miro [a la muerte], ineludible y terrible. Ojalá, llegado el momento y si es el caso, pueda afrontarla con dignidad». Ojalá.

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