Opinión
Biden hará grande a Amerikkka otra vez
Por Jesús Pérez Gaona
Los demócratas vencieron a Trump pero no al trumpismo. Aunque los republicanos no sólo no pudieron republicanizar a Trump, al contrario Trump trumperizó al Partido Republicano.


Presidente, s. Figura dominante en un grupito de hombres

que son los únicos de los que se sabe con certeza que la inmensa mayoría 

de sus compatriotas no deseaban que llegaran a la presidencia.

Ambrose Bierce, El diccionario del diablo



Lejos de candidatos o partidos, hay campañas presidenciales a las que recordaremos porque fueron brillantes, inteligentes, seductoras, otras -como la de Trump 2020- no. En Florida, por ejemplo, embriagados de un oscurantismo imperialista y bajo un estado de alarma, se votó y celebró la derrota en el estado de Joe Biden porque «es un comunista». Funcionó que durante los últimos meses se machacara con esa payasada para que ganara de nuevo el trumpismo. Funesto por donde se le mire, francamente patético, el golpismo en Venezuela, el bloqueo económico a Cuba y las sanciones contra Irán y Nicaragua tienen garantizado su financiamiento con el nuevo gobierno.

Pero si para la ultraderecha norteamericana el presidente electo de Estados Unidos es un furibundo castro-chavista, no imagino cómo se referirán a Bernie Sanders. Bueno, no hay necesidad de imaginarlo: es «Satán», según la propaganda rusa y del alt-right en redes sociales. Toda una decepción, nunca creí que el patas de cabra capitularía ante Obama (dos veces).

El Partido Demócrata, sombra del conservadurismo, imitación vegana, ambientalista y multicultural de los republicanos (recuerdo ahora los airados aplausos de Nancy Pelosi a Juan Guaidó en el Capitolio), también lució sus ideas más inspiradas durante esta campaña. Tras eyectar el proyecto presidencial del DSA (Democratic Socialists of America), los demócratas contestaron a las demandas de Black Lives Matter con la postulación de un policía para la dupla presidencial; en sus propias palabras: «top cop», no cualquiera. El movimiento que explotó en la cara de Barack, y que mandó a Donald y Melania a dormir al búnker de la Casa Blanca, tiene frente a sí a Kamala Harris, virtual candidata presidencial del establishment para 2024 y quien no por ser afroamericana ha actuado menos opresora con su propia comunidad que un supremacista cristiano como Mike Pence. Pues la fiscal, la mejor policía, ahora es vicepresidenta; según los más pesimistas sobre el estado de salud de Biden: presidenta de facto. El eje de su estrategia contra el racismo y la violencia policial, la sugerida por su jefe: «shoot them in the leg».

Sabiendo que para ninguna encuestadora, war room o think tank importó de verdad el racismo de AmeriKKKa, no deja de sorprender que un virus reviviera la moribunda campaña presidencial del Partido Demócrata, tras meses de especulación y pronósticos sobre la inevitable reelección de Donald Trump. Pese a que no reconoce todavía la derrota, su más reciente berrinche, por más pantanoso que quiera tornar el conflicto postelectoral o judicial, tiene hasta el 20 de enero de 2021 para hacer lo que no pudo en el Palacio de Miraflores y dedicarse al retiro en Mar-a-Lago, evocando los años en los que le sacó jugo a la vida junto a su entrañable amigo Jeffrey Epstein.

Casi se ha olvidado para conveniencia de los demócratas que fueron sus errores los que entronizaron a un personaje tan polémico y singular, cuyo proyecto político -por otro lado- está lejos de haber muerto. Nueve millones más de votantes con respecto al resultado que obtuvo en 2016, muy lejos de la supuesta goliza de los demócratas a los republicanos que anticiparon equivocadamente los sondeos. Ese es el horror: los demócratas vencieron a Trump pero no al trumpismo, y los republicanos no sólo no pudieron republicanizar a Trump sino que, al contrario, Trump trumperizó al Partido Republicano.

Por ello, quien ya lo envidia, a quien le robaron el paraíso, al menos por cuatro años, es Joe Biden, el cual -insisto- debe su éxito a la emergencia sanitaria, combustible del tercer mandato de Obama. Hasta febrero de este año era visto desde el retrovisor por los seguidores de Elizabeth Warren y Bernie Sanders como el caballo de troya de las corporaciones que buscan un lavado de imagen y como el favorito de los militares que gustan de las guerras como actos patrióticos (sólo por razones de seguridad nacional, no por caprichos presidenciales). Quiso el destino que el grito «I can't breathe» de Eric Garner y George Floyd se repitiese en todas partes del planeta cuando millones de personas son entubadas por Covid-19, acreditando que sólo es posible hacer a América grande otra vez con salud pública -digan lo que digan los redneck- y sufragando la gran apuesta del Partido Demócrata en 2020, la nostalgia por el régimen anterior a Trump: gestionar el caos que es uno mismo en dos rubros (salud y economía) sin improvisados ni improvisaciones. Gestionarlo no resolverlo, resolverlo gestionándolo, fingiendo que no lo hacen peor y hasta pueden verse cool, que los inconvenientes no franquearán los cauces institucionales como en los últimos cuatro años, y que no se ventilará nada nunca más. En síntesis: gestionar el caos frente al que este gobierno quedó muy mal, como si fueran una potencia en crecimiento y no un imperio agonizando. ¿Existe acaso un mejor panegírico de la Presidencia de EU que asumirá Joe Biden?

'Es hora de dejar la retórica dura a un lado, y bajar la temperatura'. No habla en serio Biden. Fiel a ese estilo embaucador de los demócratas, como el Partido Socialista de España o el Laborista del Reino Unido, sus palabras son una trampa y lodo sus promesas.

«Me acuerdo cuando era un niño cómo mi abuelo me decía al salir de nuestra casa en Scranton: 'Joey, mantén la fe'. Y nuestra abuela, cuando todavía vivía, me decía: 'No Joey, propágala'. ¡Propaga la fe!», contó Biden al dar su primer discurso como presidente electo. ¿Quién en su sano juicio puede mantener un espíritu optimista con él a cargo? En disputa con la hegemonía militar de Putin, con China como nueva potencia económica del planeta, sin el control del Senado (aún en controversia) y una Corte Suprema de Justicia apestando a partidarios republicanos, Biden deberá remontar las dificultades por la pandemia lidiando además con el ambiente hostil del fan trumpista -ahora a la ofensiva- que lo marcará con la pasión de un hater en temporada de caza.

Por ello, la reconciliación y unión a la que invitó suena a protocolo descortés de tan previsible. Sonó y sonará así para aquel que no quiere pecar de ignorante y comprende que este 3 de noviembre el gran elector estadounidense votó para regresar el golpe al bully de Trump y humillarlo, no por esperanza, entusiasmo o simpatía con un mandato demócrata que despierta sospechas hasta entre sus propios militantes. Lo anterior debería analizarse en Palacio Nacional rumbo a las elecciones intermedias de 2021 que definirán el clima de 2024: ser votado por odio a otro no es un cheque en blanco, y el verdugo se convierte en víctima del repudio muy rápido.

Las elecciones quedaron atrás, la campaña no. «Es hora de dejar la retórica dura a un lado, y bajar la temperatura». No habla en serio Biden. Fiel a ese estilo embaucador de los demócratas, como el Partido Socialista de España o el Laborista del Reino Unido, sus palabras son una trampa y lodo sus promesas. El clima hay que destemplarlo cuando no ofrece la presión necesaria, como en 2016, 2012, 2008. Hacia adentro su grupo prepara por enésima vez la marginación de los exóticos radicales que casi les roban el partido (Sanders, Ocasio-Cortez y compañía), también ya trabajan en una legislación más dura contra los grupos antifascistas y otra menos estricta para la venta y uso de armas como exigen los trumpistas, así como en nuevos recortes y una implacable austeridad como apremia el gran capital.

Mientras, para afuera, Biden ofrece invasiones a los republicanos que quieren invadir países, volviendo a su vez al Acuerdo Climático de París sin mayores consecuencias (como tampoco las hubo por su salida, más allá de recursos para organizaciones) y garantizando fondos a la Organización Mundial de la Salud, ahora en manos de Xi Jinping. Cuando todo ello demuestre no dar los resultados prometidos, a menos que Biden tenga un Plan B del que aún no estamos enterados, resurgirá empoderada esa parte de Norteamérica que atenta dio acuse de recibido a la orden de su líder caído en desgracia: «Stand back and stand by».

En conclusión, ¿no somos afortunados aquellos que no tuvimos que elegir en las urnas entre dos opciones igualmente de malas? El dilema era optar entre la cólera o la gonorrea, como dijo Julian Assange sobre la elección de 2016 (Hillary vs Trump). Cuatro años más tarde las opciones cambiaron, no en el mejor sentido: Covid con cólera o Covid con gonorrea. Aun así algunos soltaron un suspiro de alivio ante el triunfo de los demócratas, y hubo también quien celebró la derrota de los republicanos. En general, para dejar testimonio de ello, el mundo pareció estar feliz de que perdiera Trump y triste porque ganó Biden. Unos más advirtieron en cambio que Joe «tratará de resolver la crisis económica como siempre lo ha hecho el imperialismo americano: con una mayor explotación de los trabajadores del mundo», como escribió Left Voice en una editorial titulada «We fought Trump, time to fight Biden too».

«Joe Biden usará su presidencia para 'resolver' la crisis económica sobre la espalda de la clase trabajadora, justo como lo hicieron él y Obama en 2009, sacando de apuros a Wall Street pero haciendo menos que nada por los trabajadores». Para decirlo en cristiano: Make America Great Again.


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