Qué dejan los doce años de kirchnerismo detrás de su proclamado “modelo”. Inconsistencias y protegidos. |
Muchos se preguntan tras el resultado de las PASO de agosto por qué fue Scioli el elegido si, supuestamente, no trajo los votos que prometía. ¿Qué llevó a elegirlo? ¿Porque es el que más mide? Cierto, pero ahora cuando el triunfo en primera vuelta no está cantado, parece que con eso no alcanza. ¿Porque tiene el perfil justo de cambio y continuidad dentro del aparato peronista? El peronismo no resuelve con armonía sus diferencias. ¿Porque tiene un plan? Y acá me detengo. Se eligió a Scioli porque no se sabe cómo seguir. El mundo de 2015 cambió, se acabó el súper ciclo de los commodities. Elegir a Scioli es más una decisión de preservación de la tripulación, que de la dirección del barco. Se sabe más qué es lo que no se quiere perder (AUH, jubilaciones, etc.) que lo que se quiere ganar.
En 2008, el año que vivimos en peligro, se configuró el tipo de relación que tendría el Estado con la economía. Dicho rápido: el kirchnerismo modificó ese año la relación del Estado con la economía (de la política con la economía) pero no cambió la economía, no modificó la estructura productiva, aunque lo haya intentado. Cuando aquel año en medio del conflicto, la presidenta anunció la implementación de un Programa de Redistribución Social con una lista ambiciosa de hospitales y obras públicas de carácter social a construir, también desnudó en esas intenciones que el Estado quería recaudar más aunque no tuviera estrictamente claro para qué, con qué objetivo puntual e improvisara a tientas en su propia flotación de subsidios, políticas sociales y estímulos al consumo una vaga idea. Aquel conflicto fue constitutivo e identitario, y cada uno sabe de qué lado se puso. Aún guiado por la intuición de que es mejor un Estado más poderoso, también supuso el cumplimiento de su “programa” en una musculosa relación de fuerzas contra sectores de la economía, subordinándolos, eligiendo siempre bien con cuáles de ellos hacerlo. No opuso al campo el peso de una burguesía industrial, sino, el peso de la política, del Estado y de los sindicatos movilizados de ese entonces (con Moyano a la cabeza).
Un dato más: en 2008 todavía no estaba internamente saldada para el gobierno la “discusión” sobre la implementación de la AUH, algo que la derrota electoral bonaerense de 2009 destrabó positivamente. Pero ese fue el almuerzo desnudo: “Estado” versus “el sector más dinámico e internacionalizado de la economía”, el campo. No era sólo contra las “patronales” agrarias sino contra todo un sector de la economía. No era sólo una pelea fiscal: fue una pelea de poder. Y todos, absolutamente todos, disputaron “la calle”. Hasta Zanini reconoce de aquellas jornadas su carácter democrático cuando advierte en el “voto no positivo” una capacidad de resolución institucional a los conflictos. Después vendría Clarín, la batalla cultural, etc., y todo eso se iría sofisticando y desvariando.
2008 mostró la forma de un país real y el conflicto de intereses que los años de crecimiento a tasas chinas tenían latente: las líneas paralelas entre el boom de la soja y el tejido industrial. Comparado a 2001 mostraba “el estallido de la recuperación”, no el estallido del fracaso: era un relámpago en la noche serena. El Estado, las corporaciones y la sociedad argentina debían encontrar su punto de equilibrio luego de esos años de abundancia y anestesia social de consumo (2003-2007). Todo análisis sobre 2001 debe ir hacia atrás pero también hacia adelante: hacia la forma en que se estructuraría el país una vez que dejaba atrás la etapa de crisis.
El modelo y Tinelli
Lo que mostró la crisis con el campo es que el “modelo económico” es sobre todo un proyecto político que puede incluir una cierta economía, una intuición industrialista, pero que no es estrictamente en esa economía donde tiene sus mayores y perdurables logros. El kirchnerismo hizo más fuerte al Estado, lo dotó de más herramientas fiscales, financieras y políticas. La pregunta, más allá del industrialismo, el neokeynesianismo y distintas anunciaciones es qué economía queremos y podemos tener, terminado el duelo por la ausencia de una burguesía argentina. El conflicto con el campo develó dos cosas que son la misma: el fracaso de la búsqueda de una “burguesía nacional” y/o el descubrimiento de la fracción más poderosa de la burguesía nacional realmente existente: ese sujeto agrario.
En un artículo llamado “Las dos ovejas negras”, el economista Claudio Scaletta (insospechado de opositor al gobierno, pero sin concesiones en su inteligencia crítica) apunta sobre los dos vértices de la “industrialización de la década”: el sector automotor y la electrónica fueguina. Dice en Le Monde Diplomatique: “Por su fuerte crecimiento, los sectores estrella de la industria local a partir de 2003 fueron el automotor y la electrónica fueguina. Se trata de actividades muy diferentes pero que, a la vez, tienen profundos denominadores comunes: están controladas por un núcleo cerrado de empresas que se apropian de los beneficios recibidos, tanto de regímenes impositivos especiales, en Tierra del Fuego, como de reservas de mercado, en ambos casos, y se tornarían insustentables frente al cese de toda protección y estímulo. En sus procesos productivos predomina el ensamblado, con desnacionalización de las etapas de diseño y desarrollo, y presentan un déficit en la composición nacional de insumos, piezas y partes que se traduce, a su vez, en un potente déficit de divisas. Adicionalmente, cuanto más crece el mercado interno, mayores son los déficits externos.” Evidentemente estas dos actividades no forman imagen de un modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones y el aumento de las exportaciones. “No es lo mismo mejorar la distribución del ingreso que el desarrollo. La falta de lo segundo le pone un límite a lo primero”, dice Scaletta.
En la Argentina del mercado interno como utopía, tenemos una confusión notable acerca de lo que significa ser consumidor (con todo derecho) y ser trabajador (también con todo derecho). Entre lo que significa el derecho a consumir y la dirección de la economía (y el empleo). Veamos un caso sintomático ocurrido los últimos días. A Marcelo Tinelli el conflicto por el cierre de la empresa de dulce de leche (La Salamandra) se le metió en el estudio. Lo vimos: mientras una pareja bailaba, un ex empleado de la empresa de Cristóbal López (cerrada en noviembre pasado, dejando 36 trabajadores en la calle) se paró de prepo delante de la cámara e intentó que su remera blanca con letras negras y una leyenda que incluía el nombre del empresario se leyera en millones de hogares. Días después, un Tinelli pasado de rosca, después de pergeñar las mil teorías de quién le puso a esos desempleados sindicalizados en su estudio (si eran barras, si eran activistas, si fue Moyano, si fue su interna en AFA) prometió un juicio contra ellos y dijo algo dantesco al describirlos: “parecían grandotes físicamente, no sé si tenía un gimnasio la empresa esta, porque la verdad habían crecido mucho físicamente”. Para Tinelli no hay forma de construir un “cuerpo así”, trabajando. El trabajo físico parece reducido a Piquín o Matías Alé, es decir, al nivel del sacrificio físico exclusivo para el goce. El hedonismo de trabajar para el cuerpo. El cuerpo es el medio para el cuerpo. No alcanzó que Julio Sigales, dirigente del sindicato lechero Atilra, reconociera la afiliación gremial de los trabajadores despedidos y negara que fueran “barrabravas” o amantes del crossfit. Estado, periodismo, militantes, corporaciones y espectáculo se cruzaron en esa escena repentina. En un país (y una metrópolis) de discursos inflados y sobre-interpretados, no había lugar para esa imagen limpia: un trabajador defendía su fuente de trabajo usurpando violentamente el aire más caro de la televisión argentina con la sola astucia de la razón de que Marcelo Tinelli y Cristóbal López son socios.
El trabajador lechero fue un pequeño cisne negro filmado en vivo en un país donde la calidad del empleo y la calidad de la economía no conmueven la agenda. La Salamandra era una empresa con decenas de trabajadores que producía un tipo de dulce de leche y que exportaba sus productos al mundo. Ya sabemos: la política se espectacularizó, el espectáculo de politizó. Corramos el circo y veamos la Argentina real otra vez: ¿de qué trabajan los que trabajan, cómo viven, qué hacen nuestras empresas, qué le dan al país y al mundo?
En una escena soñada, los trabajadores de la empresa cerrada podrían interrumpir el baile de Showmatch con una remera blanca y escrito en letra cursiva: “Es el desarrollo, estúpido”.
Por favor no corte ni pegue en la web nuestras notas, tiene la posibilidad de redistribuirlas usando nuestras herramientas.
- 115/09/1523:57Gran artículo Martín. Siempre te leo. A veces también compro Le Monde Diplomatique aunque por su precio no es una constante en mi hogar. La cuestión sobre el desarrollo, ¡qué bien!. Sí, alquimia rara si las habrá... Yo no sé si es en Tierra del Fuego o en Escobar, el ensamblaje parece un imaginario de muy corto alcance. Yo estudie unos años en la UTN pero nunca llegué a asomarme a ver qué tipo de prototipos se desarrollan en nuestras universidades nacionales. De seguro que estamos lejos de Silicon Valley pero apuesto a que la distancia no es tanta al garage de Steve Jobs donde informalmente se fundó un vector de la informatica moderna. Pensando en éso, se me viene a la cabeza la idea de una tecnología más grande en el sentido de chips mas voluminosos aunque el paradigma ya es recontramilsabido, es hacer todo super portatil e hiper pequeño. A mi no me molestaría tener una compu 100% nacional si tuviese un diseño copado. Ponele que se me vuelca el mate, bueno que tenga ua membrana que evite que el agua entre a los chips. Es una boludez pero cuenta. También, me gustaría que ponerle más memoria sea una opción. Por ahí son tonterias, lo sé.