Editorial
La animalización de la política
Por Josefina Mendoza
La política, toda, le debe a los argentinos un debate sincero y profundo, no en likes ni tuits.

Hace tiempo pienso y reflexiono acerca del bajo nivel de discusión de la política argentina, y tal vez, metafóricamente, esto lo refleja la contemporánea animalización de la política, lo que intentaré explicar más abajo.

Hace tiempo estamos encerrados en dicotomías, si se me permite la expresión, estúpidas, simplistas y, por ende, mentirosas. Políticos, periodistas, "opinadores" seriales, comentaristas de la realidad, algunos poderosos de esos que no conocemos ni sus caras ni sus nombres, fogoneando una lógica macabra de la que nosotros mismos, con el tiempo, fuimos aceptando quedar presos y hasta hemos sido funcionales: si no pensas como yo, estás en frente. Ergo: sos todo lo que está mal.

Volviendo al tema que intento desarrollar en estas líneas, la animalización de la política, podríamos decir que no es un fenómeno nuevo en Argentina. Tanto aquellos que lo vivieron como quienes han pasado al menos brevemente por las páginas de la historia argentina, recordarán que a Arturo Illia se lo comparaba (¿en broma?) con una tortuga, haciendo alusión a su personalidad austera y tranquila tratando de instalar la idea de un presidente lento. También podemos mencionar el caso de Hipólito Yrigoyen, a quien apodaban "el peludo". Felipe Pigna escribió hace unos años sobre los apodos que recibieron los presidentes a lo largo de la historia y solo por traer algunos a colación, podemos mencionar los casos de Rivadavia, el "sapo del diluvio" o el de Urquiza, quien era conocido como "el tigre de Montiel", por su destreza militar.

Quizás uno de los términos que más tenemos presente es "gorila", término que comenzó a utilizarse en "La Revista Dislocada", un programa de radio cómico muy escuchado en los años ‘50 donde se tomó una frase de la película "Mogambo" (estrenada en 1953) en la que el personaje de Grace Kelly se asusta al oir unos rugidos, se arroja sobre los brazos del cazador y éste le dice "Calma, deben ser los gorilas" (la película estaba ambientada en la selva). Esa frase en el programa de radio comenzó a ser utilizada en diversas situaciones sin explicación evidente y la sociedad la fue incorporando.

Como explicó Aldo Cammarota (guionista del programa), alguna vez: "La frase fue adoptada por la gente. Ante cada cosa que se escuchaba y sucedía, la moda era repetir ‘deben ser los gorilas, deben ser'. Primero vino un intento fallido de golpe y luego el Golpe Militar de 1955. Al ingenio popular le quedó picando la pelota: ‘deben ser los gorilas, deben ser'. Los golpistas se calzaron gustosos aquel mote". Es decir, se comenzó utilizando el término en referencia a los militares golpistas y luego del golpe del ‘55 se incorporó para definir a los anti peronistas.

Hay quienes dicen que el desprecio del ser humano por la especie animal se materializa utilizando a los pobres bichos para adjetivar muchas veces de forma peyorativa.

En la actualidad, hemos reducido el debate público a una pelea de animalitos, como si eso hiciera más simpática la realidad. Tigres, leones, patos, gorilas, halcones y palomas. Hay quienes dicen que el desprecio del ser humano por la especie animal se materializa utilizando a los pobres bichos para adjetivar muchas veces de forma peyorativa (excepto cuando hablamos de Messi, ¡qué animal!). Acá va entonces, la novela argentina más reciente y protagonizada por animales.

El león se pone a gritar, arma altos shows y durante, al menos, dos años, todos estuvimos hablando de su personaje en lugar de hablar de sus ideas. ¡Fantástico! Miren hasta dónde llegó, ahora se llevó a los halcones y justifica el sexo con elefantes.

¿El tigre? Fingiendo demencia, es que el león acapara todas las miradas con cada rugido (léase ´barbaridad') entonces ¿para qué ponerse a explicar y responder?

¿El gato? Bueno, siendo el gato. Quienes describen a este animal aseguran que si se siente acorralado o ignorado, puede gruñir o incluso atacar. ¡Chan! Se quiso comer a las palomas y, como no pudo, atacó y rompió.

Resulta que luego de las elecciones generales, sucumbimos ante la trampa de dos espacios que se disputan el poder y, con toda la lógica, salieron a hablarles a los votantes que no los eligieron, es decir, a otros espacios. No hay que ser físico nuclear, matemático ni un político experto para saber que se gana sumando. El problema lo tuvo la tercera fuerza, el voto en disputa. Y, como la patria está en peligro, salieron un par de dirigentes que les ganaron a todos (dixit) por eso se arrogan la representación de 6 millones de personas, corriendo detrás del león. Aquí, la novela del gato, el pato y el león, junto con las ovejas que salieron corriendo detrás porque no sé qué. No contentos con una decisión inconsulta y, para explicarla/justificarla, salieron a buscar un chivo expiatorio: el radicalismo.

Claro, porque resulta que tomar una decisión responsable, democráticamente y debatida (con todos los hermosos condimentos que tiene un debate radical en el comité), cuando esa decisión no es funcional a los que se creen dueños del circo, es inmoral, tibio, kirchnerista, massista, peronista y coso. De nuevo la falsa dicotomía y la manía de repetir prácticas que supuestamente tienen "los de enfrente."

Ahora sí voy llegando a donde quería: la banalización y la simplificación forzada. No entiendo para qué algunos fueron a la universidad y tienen tantos estudios si van a sacar conclusiones tan lineales... seguro no fueron a una pública.

Para pasar en limpio, el radicalismo institucionalmente definió que no sería parte de esa falsa dicotomía entre dos opciones probadamente malas cuando el rol que nos asignó la sociedad es el de oposición. Sí, O-PO-SI-CIÓN, a lo que la RAE define como "conjunto de grupos o partidos que en un país se oponen a la política del Gobierno o al poder establecido" ó "En los cuerpos legislativos, minoría que habitualmente impugna las actuaciones y propuestas del Gobierno". Yo le agregaría que las oposiciones muchas veces ejerciendo su rol, acompañan lo que creen está bien y garantizan gobernabilidad, otras veces controlan y se oponen.

¿Acaso es inmoral esta posición? No lo creo. Los radicales somos parte de la historia de este país que supo tener grandes dirigentes, pensadores y estadistas. No nos vamos a resignar a quedar presos de una nueva grieta, sí, porque hay quienes necesitan de esa dinámica de la política para sobrevivir.

La política, toda, le debe a los argentinos un debate sincero y profundo, no en likes ni tuits. Tuitear y gobernar son cosas bastante distintas. Pero tampoco ejercer el rol de control de la próxima gestión es fácil; requiere de líderes responsables y comprometidos con el futuro de nuestra nación. Nos debemos políticas de estado, soluciones y nos merecemos prosperidad. Para eso, desde mi humilde lugar, invito a todos aquellos que tengan el tiempo y la deferencia de leer esto, a que vayan y voten conscientemente, pongan sus realidades, sus ideales, sus valores, sus falencias, pero sobre todo sus esperanzas, dentro del sobre y exijamos a la política que eleve su nivel de discusión. Que no te subestimen.

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