Editorial
Difiriendo expectativas
Por Gonzalo Arias
Resulta muy arriesgado intentar renovar expectativas a partir de supuestos logros en el plano financiero cuando no se perciben en el horizonte cercano mejoras palpables en la economía real.

En apenas dieciséis minutos de un discurso auto celebratorio difundido en cadena nacional, el presidente Javier Milei, anunció un superávit financiero del 0,2% del PBI para el primer trimestre, calificándolo de "hazaña sin precedentes en la historia", ratificando además el rumbo económico y respaldando al equipo que encabeza Luis Toto Caputo.

Fiel a su particular impronta discursiva, en un mensaje comunicacionalmente muy cuidado, al punto de que fue leído, el presidente ofreció asimismo algunas definiciones que buscan subrayar tanto el carácter disruptivo y fundacional de su proyecto, como reforzar argumentos en torno a la pretendida "batalla cultural" y la cruzada "anti-casta" para alimentar las emociones (desasosiego, frustración, hartazgo, etc.) que han venido sosteniendo la experiencia liderada por el economista libertario.

El objetivo principal quedó más que claro, tanto por el contenido y puesta en escena, como por la oportunidad para su difusión. Un mensaje que busca insuflar nuevos bríos a las expectativas de quienes apoyan a Milei, es decir, a aquellos que en el argot libertario "la ven", quienes han percibido hasta aquí que los sacrificios valen la pena o que son ineludibles para poder ver la "luz al final del túnel".

No es casual por ello que el equipo comunicacional de Milei haya, por un lado, buscado darle sentido y significación desde la narrativa oficial a las abstracciones económicas propias de las cuentas públicas y la macroeconomía, procurando construirlas como hitos o logros de una gestión exitosa, y que ratifican el rumbo seguido. Y, por el otro, intentar recrear expectativas reconociendo como un "esfuerzo heroico" a los argentinos que vienen sosteniendo el ajuste, pero ratificando -sin apelar a argumentación racional- que "esta vez el esfuerzo va a valer la pena".

Todo ello, por cierto, en un momento que no está ajeno al contexto: las vísperas de la masiva marcha en defensa de la universidad pública, un acontecimiento político que puede convertirse en un primer signo de alerta real para el oficialismo, y a días del comienzo del tratamiento de la renovada ley de bases y el paquete impositivo, con el desafío que entraña para el gobierno la posibilidad de sancionar su primera ley a casi 5 meses de haber asumido el poder, y que le permitiría proyectar de cara a los mercados la imagen de que las reformas tienen no solo mayor respaldo jurídico que el que ofrece un decreto sino también de que el Gobierno no solo cuenta con el apoyo de amplios sectores de la opinión pública sino con suficiente capital político para profundizar el rumbo.

En materia de definiciones, no hubo grandes sorpresas: el presidente reafirmó los signos identitarios de su proyecto libertario. "No esperen la salida desde el gasto público. La salida será de la mano de la inversión del sector privado y el crédito, financiado por el ahorro", afirmó en el último tramo de su mensaje, dejando en claro que su apuesta para la recuperación económica no pasa por la intervención estatal sino que va de la mano de la desregulación y la reducción del gasto. En este sentido, puso énfasis en una sentencia que seguramente intentará convertir en una suerte de mantra libertario: "La era del supuesto Estado presente ha terminado".

Por otra parte, y en repetidas oportunidades apuntó contra el "establishment", los medios de comunicación y los "políticos", a quienes acusó de querer "gastar mucho porque son los principales beneficiarios de ese gasto".

Sin embargo, y como era esperable, Milei no se refirió a los tres pilares esenciales sobre los que se edificó ese pretendido "logro". En primer lugar, la combinación entre un brutal recorte del gasto y -a contramano del ideario liberal- un importante aumento de impuestos. En segundo lugar, licuadora para jubilaciones y remuneraciones del sector público. Por último, el denominado "reacomodamiento" de precios relativos -incremento de las tarifas de los servicios públicos- y la mejora de las reservas del Banco Central.

Fue con esa "caja de herramientas" con que Milei y el equipo económico lograron el resultado financiero anunciado en cadena nacional, y la baja de una inflación que parece encaminarse casi con seguridad a un digito. Y de allí precisamente surgen los mismos interrogantes sobre la consistencia y sustentabilidad de este plan de ajuste más allá del primer trimestre. Dudas que, por cierto, se extienden aun a muchos economistas ortodoxos, como el otrora asesor libertario y ex funcionario menemista Carlos Rodríguez, que sentenció que se trata de "un ajuste hecho a los hachazos, insostenible".

Es que, como expuso el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), durante este primer trimestre 15 de los 16 componentes del gasto tuvieron descensos en términos reales, con la única excepción de asignaciones universales para la protección social (10,6%). Algunos de este componentes, como transferencias de capital a provincias (-98,4%), inversión real directa (-82,5%) o Transferencias corrientes a provincias (-76,3%), tuvieron caídas muy significativas, con muchas partidas específicas dentro de estos componentes sin siquiera ejecución presupuestaria.

En lo que respecta al descenso de la inflación, resulta a esta altura más que evidente que su contracara es la brutal caída del nivel de actividad económica. Un dato que no solo se evidencia ya en el desplome del consumo y la merma de la recaudación, sino que ya comienza a reflejarse en algunas investigaciones de opinión pública. Por ejemplo, en la última encuesta de Poliarquía ya se observa un desplazamiento en las prioridades ciudadanas desde la escalada de los precios hacia los problemas de empleo.

Lo cierto es que, una vez más, y en consonancia con la lógica de "todo o nada", la apuesta del presidente se revela tan audaz como temeraria. Por un lado, porque el intento de puesta en valor de la importancia de la reducción del déficit fiscal parece recrear esa máxima menemista "estamos mal, pero vamos bien", un desplazamiento de expectativas que puede ser potencialmente muy peligroso, como lo evidenció la propia experiencia del gobierno de Macri con las malogradas apelaciones al "segundo semestre" o los inminentes "brotes verdes". Por el otro, porque resulta muy arriesgado intentar renovar expectativas a partir de supuestos logros en el plano financiero cuando no se perciben en el horizonte cercano mejoras palpables en la economía real, es decir, en el bolsillo de los ciudadanos de a pie.

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