En estos días en los que estamos presenciando la transición de ser África a Europa (pues la esperanza blanca finalmente se sentará en el sillón de Rivadavia), he notado la insistencia de algunos medios con una idea absurda: le debemos algo a Córdoba.

Yo no pienso deberle nada a Córdoba, que quede claro. Por empezar porque Córdoba está llena de cordobeses, lo cual me parece motivo suficiente para disponer ese territorio como lugar de prueba de armas nucleares. Estos hórridos sujetos no son héroes de nada, recordemos el mal que le han hecho al país creando al Dr. De la Rúa. Esta gente no puede venir a reclamar deuda moral alguna.

Ningún ser inferior que haya creado algo tan atroz como el cuarteto (una danza degenerada cuyo principal referente es un simio) puede erigirse como mi acreedor bajo ningún punto de vista. Recordemos que estos animales han ganado renombre internacional por ser los principales consumidores mundiales de ese sirope inmundo elaborado con yuyos y kerosene llamado Fernet.

Hace unos días llegó a mis manos un long play (o compact disc) llamado “Este tipo soy yo”, en el que el gobernador de esta plantación de peperina canta canciones románticas. Yo soy una mujer grande y creí haberlo visto todo, incluso vi al Partido Comunista apoyar el Proceso de Reorganización Nacional, pero jamás creí vivir para ver a este señor con injerto capilar de albinos cantar boleros como María Martha Serra Lima.

No señores. Mauricio Macri es presidente por el esfuerzo denodado de minorías compuestas por gente como yo: personas blancas y que saben leer de corrido. Minorías que durante estos 12 años hemos sido sometidas al yugo esclavista de la alpargata y la vagancia.

Si aún no le he solicitado a mi discípulo -el presidente electo Mauricio Macri- la inmediata intervención de esa tierra infecta, es porque yo no olvido que nos ha dado al hombre más buenmozo de la historia política argentina: el Dr. Domingo Felipe Cavallo. Nobleza obliga.