Región
La columna de Riva Palacio
Lecciones del golpe a Allende
El acto en Chile para conmemorar al presidente derrocado en 1973 no alcanzó para reducir la polarización que pone en jaque a una democracia que supo ser ejemplar.

Cincuenta años después del golpe de Estado al presidente Salvador Allende, el romanticismo se ha ido evaporando en Chile y se empieza a analizar la brutal intervención militar respaldada por la CIA de una forma más fría. 

Carlos Ominami, un hombre de izquierda muy respetado lo sintetizó en una charla con The Wall Street Journal al hacer énfasis en sus políticas económicas que resultaron en una hiperinflación, desabasto de alimentos y mercado negro para comprar los bienes faltantes. "Todo eso creó un clima muy favorable para el golpe", dijo, al describir a Allende como "un socialdemócrata con un complejo revolucionario", admirador de Fidel Castro, a quien invitó a Chile y cuyos discursos incendiarios comenzaron a erosionar el débil respaldo que tenía entre las clases medias.

El golpe de Estado en Chile ha sido bandera de la izquierda latinoamericana por décadas, en gran parte porque la brutalidad de los militares chilenos fue registrada por las cámaras de cine que mostraron la atrocidad del bombardeo del Palacio de la Moneda con aviones de combate de la Fuerza Aérea, potenciada por la muerte heróica de Allende en la sede del gobierno. 

La izquierda continental nunca ha querido analizar las causas que llevaron a ese putsch, que en otras partes del mundo fue precondición para entender de los errores de Allende para no repetirlos, y se mantuvo en la parte épica, a veces cursi, y en la lucha indomable por acabar con la dictadura de Augusto Pinochet.

La acción de fuerza de los militares chilenos que rompieron con la institucionalidad impecable que habían tenido en una subregión repleta de gorilas en los tiempos álgidos de la guerra fría, interrumpió también, como escribió en El País la expresidenta Michelle Bachelet, décadas de transformaciones sociales y avances democráticos, que entusiasmó a los jóvenes por las posibilidades que ofrecían la política y la construcción de proyectos colectivos.

"La democracia era el acuerdo común, el punto de partida para expresar en las urnas los apoyos que concitaban los proyectos de unos y otros", apuntó Bachelet, una de tantos que se entusiasmó por la llegada de Allende al poder. "La gran mayoría creía en el voto y el estado de derecho como marco para tomar decisiones. Sobre todo, las crecientes libertades eran un claro ejemplo de cómo Chile se modernizaba".

Ese pacto social es lo que demolió la dictadura. En los 17 años de régimen militar,  cerró el Congreso, prohibió partidos, intervino universidades, estableció la censura y manipuló a los medios, dejando a la mitad del país por debajo de la línea de la pobreza. Es decir, lo que por décadas había sido un país modelo de civilidad y disenso en armonía, sino un consenso para caminar hacia delante se convirtió con la dictadura de Pinochet en terreno fértil para la polarización.

La dictadura definió la sociedad y la política, como expresó el año pasado Jonathan Tshizubu, profesor de la Universidad Estatal de Georgia, en términos de "nosotros" contra "ellos", cuyas visiones eran excluyentes, y que tuvo una expresión con el neoliberalismo salvaje de los monetaristas educados en Chicago, que provocó una desigualdad prácticamente sin par en América Latina.

La polarización provocada por el régimen militar dividió a todos al eliminar la democracia por la fuerza, como argumentaron Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en un aclamado libro, "Cómo mueren las democracias" (2018). La despolarización de Chile vino tras el plebiscito de 1988, diseñado por Pinochet para prolongarse una década más en el poder, sin imaginarse que los chilenos saldrían a las calles despojados del miedo a votar porque se fuera del poder.

El plebiscito fue simple, pero profundo, con sólo dos casillas a marcar, "Sí" o "No". Ganó la obligación a Pinochet -de acuerdo con la constitución escrita por los militares ocho años antes-, de dejar el poder, que al consumarse dio inicio a una nueva etapa de despolarización. Fue el principio de un proceso que se profundizó con las elecciones presidenciales y legislativas de 1989, que permitieron la reemergencia de los partidos políticos, en el inicio de la reconstrucción de la vida institucional en Chile. Renacía la democracia de la mano de los partidos que cortaron la polarización y abrieron la puerta al crecimiento económico.

Sin embargo, como apuntó Tshizubu, hubo áreas clave que no fueron resueltas e hizo que se mantuviera la polarización, principalmente por la desigualdad, que tenía a Chile como el país más económicamente injusto de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, donde el 60% de los hogares tenía ingresos inferiores a los necesarios para satisfacer sus gastos mínimos. El pico de la polarización, registra el académico, fue en 2019, al darse una explosión social por el incremento en las tarifas del transporte público, y la percepción entre los más pobres de falta de movilidad social por el nepotismo de la élite nacional.

"El régimen autoritario que creó la polarización había sido remplazado por los autócratas que compraban su entrada a los niveles de riqueza en un Chile crecientemente desigual", señaló Tshizubu. Paradójicamente, la democracia y la dictadura estimularon la polarización. La primera porque al no resolver los problemas básicos de la población los gobiernos, entraron en la crisis de los partidos políticos que dio entrada a los líderes carismáticos y populistas. La segunda porque al romper el consenso nacional, desapareció la democracia.

La conmemoración de los 50 años del golpe de Estado en Chile no fue un momento para la reconciliación nacional, sino una exposición universal de lo dividido que se encuentra un país que enamoró al mundo en los 90's por la forma en como de la dictadura transitaron a la democracia mediante un gran acuerdo nacional. Hoy está roto. Los partidos de derecha no participaron en las ceremonias que conmemoraron el golpe, y los chilenos aceleradamente van olvidando el sentido de lo que fue la lucha por recuperar el país, en una clara erosión de la democracia.

Esto lo dejó claro la última encuesta CERC-MORI dada a conocer en mayo, que probó cómo se desvaneció el apoyo a la democracia en una década. En 2013, el 62% de los chilenos decían que el golpe de Estado había destruido la democracia, mientras que apenas el 18% sostenían que el dictador Augusto Pinochet había salvado al país del marxismo. En 2023, la idea de que el golpe destruyó la democracia cayó 20 puntos (42), mientras que se duplicó el número de chilenos que consideran que los militares salvaron a Chile del marxismo (36%).

La llegada de Gabriel Boric al poder, un activista y político de izquierda que ni siquiera vivió como adulto la muerte de Pinochet en 2006, no revitalizó el apoyo a la democracia. De hecho, la evaporación de ese sistema de organización social se dio en el contexto de una fuerte oposición a su administración que hace dos años sufrió la peor derrota sufrida por un gobierno de izquierda desde el regreso a la democracia, cuando el 62% de los chilenos rechazaron la nueva constitución que había propuesto. Una segunda derrota se dio en mayo, cuando los partidos de la derecha alcanzaron el 57% de los votos para quedarse con la mayoría de los consejeros que redactaran una nueva constitución, obteniendo una mayoría absoluta en el Congreso por primera vez desde 1946.

Boric lleva poco más de un año en el poder, y pese a algunos avances en materia laboral, medio ambiente y salud, la economía acumula tres trimestres de contracción, que afecta su programa, agravado por el rechazo del Congreso a su reforma tributaria, que lo dejó sin recursos para sus reformas. Su popularidad se encuentra en 30%, y la conmemoración del golpe de Estado era una oportunidad para reducir las tensiones con la derecha, pero fracasó.

Chile vive la peor crisis social, política y económica desde el retorno de la democracia, y la clase gobernante y los partidos políticos, enfrascados en un choque permanente, han quedado atrapados en la polarización sin voltear a ver a una sociedad donde el 42% dice que es irrelevante el golpe de Estado de 1973. Está muy lejos para apreciar lo que se perdió, y también está lejano en su memoria lo que se ganó con el retorno a la democracia. 

Quieren una solución rápida a sus problemas materiales y un horizonte para sus expectativas. Quieren seguridad y movilidad social, salud y educación. Se necesitan políticas públicas que vuelvan a acercar a la población y restablezcan la cohesión nacional, donde la democracia deje de ser una idea y sea el eje para el desarrollo de todos y no de unos cuantos. No se puede gobernar para una minoría, como ha sucedido desde 1973, y que a medio siglo de distancia, mantiene a Chile viviendo aún bajo la sombra de Pinochet.


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