El paÃs se debate en una contradicción interna entre el orden republicano por el que el Estado sirve a los individuos y el espÃritu imperialista en el que prima la Nación. |
Los Estados Unidos salieron de la Segunda Guerra Mundial con el status de superpotencia, al igual que la Unión Soviética, pero mientras la primera es una república democrática, la segunda fue un Estado totalitario en el que las libertades fueron abolidas.
La semilla de la conversión de una superpotencia en un Imperio fue sembrada seguramente sin proponérselo, por uno de los más grandes diplomáticos de los Estados Unidos en todos los tiempos: George Kennan. En su célebre largo telegrama de 16 páginas en febrero de 1945, ante el requerimiento de la Secretaria de Defensa que se preguntaba por qué Stalin se negaba a integrar el Fondo Monetario y el Banco Mundial, habiendo sido aliados en combatir a Hitler y gozando Stalin en ese momento -1946- de cierto apoyo y admiración en algunos cÃrculos de las élites de los Estados Unidos, admirando muchos su sistema de economÃa colectivista orientada por sus planes quinquenales; vistos como una manera superior de organizar la economÃa en comparación con el mundo del capitalismo desenfrenado que habÃa llevado a la Gran Depresión y de ahà a la Segunda Guerra Mundial.
Kennan destrozó en su largo telegrama este consenso de las élites sosteniendo que Stalin, el sistema soviético y el pasado imperial de los zares hacÃan de la Unión Soviética un paÃs que buscaba de manera permanente la expansión de sus dominios territoriales. Esta mentalidad, aunada a un temor paranoico a que el paÃs fuese cercado por adversarios poderosos, parece reeditarse hoy como un calco en Vladimir Putin, actual presidente de Rusia.
En julio de 1947 escribió, bajo el seudónimo de X, en la revista clásica de la élite de los expertos en polÃtica exterior, el Foreign Affairs, un notable artÃculo en el que directamente afirmaba que la gran misión de los Estados Unidos en el mundo era contener a la Unión Soviética en sus instintos expansionistas, defendiendo por todos los medios a su alcance al mundo libre.
Este criterio estratégico fue el faro que permitió alumbrar el Plan Marshall, pilar de la polÃtica exterior de los Estados Unidos, y la semilla que hizo de esta Nación un verdadero Imperio con intereses planetarios, dispuesto a todo para contener a la Unión Soviética.
Sin embargo, nunca aceptarán los estadounidenses que su paÃs es un Imperio porque lo impide su sistema polÃtico democrático, pero las 180 bases militares que tienen en todo el mundo, apuntan con certeza a que la mentalidad dominante en el paÃs es la de ser el centro del mundo, como todo Imperio lo ha creÃdo a lo largo de los siglos.
La gran contradicción es que jamás ningún Imperio anterior proclamó ser una democracia, porque todos fueron fundados por reyes, emperadores o jefes conquistadores, y asà permanecieron hasta su decadencia: Roma, Persia, el Imperio árabe y después el Otomano, Inglaterra, Francia, España, jamás se proclamaron democracias, porque nada tenÃan de tales.
Pero los Estados Unidos sà se proclaman democráticos y hacen referencia a los padres fundadores de su Constitución, a la que consideran la mejor y la primera del mundo, porque hacÃa del Estado el servidor del individuo y no a la inversa como casi siempre sucedió en la historia del hombre.
La gran contradicción que enfrentan hoy los Estados Unidos es que, por su poder militar, económico, financiero y tecnológico, por su misión mundial de promover la democracia, las libertades y los derechos humanos, son de facto un auténtico Imperio y el único al que se le puede dar ese calificativo, porque la Unión Soviética y su Imperio se desintegraron y China está todavÃa lejos de poder tener ese rango.
Ahora bien, las leyes que rigen los Imperios son totalmente contrarias a las leyes que rigen las repúblicas democráticas, por lo que de manera sistemática surgen tensiones y conflictos entre esas dos "almas". Esto explica en buena parte el ascenso casi increÃble de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, con su promesa central de llevar a cabo un nacionalismo económico cerrado, de rechazar los acuerdos multilaterales en beneficio de los convenios bilaterales, del rechazo a intervenir en guerras lejanas y de su poco entusiasmo, por no decir rechazo, a la OTAN. La conclusión lógica del lema America First puede llevar al aislacionismo como polÃtica exterior central, algo que ataca el corazón mismo de la concepción imperial que ha dominado dicha polÃtica durante los últimos 70 años.
En esta pugna entre República democrática e Imperio, alguna de las dos se tendrá que imponer de modo decisivo, ya que el aislacionismo exterior y el proteccionismo económico son dos caras de la misma moneda, y cuentan con el apoyo de una vasta parte de la población, mientras que las élites financieras, empresarias, tecnológicas, son partidarias de una globalización sin lÃmites que afirmarÃa y expandirÃa el Imperio de los Estados Unidos de un modo todavÃa más rotundo que en el presente.
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