Argentina
El primer mes de Alberto Fernández en el poder
Por Ignacio Fidanza
Ajuste y ética de la resignación para un país empobrecido y cercado por la deuda. Primeros rasgos de la experiencia de Alberto en el poder.

El primer mes de Alberto Fernández entrega algunos datos significativos para lo que viene. Como se preveía, es un hombre experimentado en el manejo de poder a alto nivel. Los errores no forzados se redujeron de manera drástica. Hay una naturalidad discreta en el ejercicio de la presidencia, entre la que se filtran desplazamientos que apuntan a consolidar una base propia, en el estrecho margen que le dejaron las concesiones a Cristina y el resto de los actores principales de la coalición de Gobierno.

Lo segundo que se observa es que en efecto, Alberto está situado varios pasos hacia el centro respecto a su compañera de fórmula. Y no pierde el tiempo en disimularlo. Esa impronta central tiene dos ejes: una política económica que asoma consciente de las restricciones fiscales y una política internacional que entiende que Estados Unidos o es parte de la solución o es el muro para estrellarse.

Dos matices que en los hechos reconfiguran al último kirchnerismo y que acaso ofrecen la dimensión real de la extraordinaria decisión de la ex presidenta de ceder a su ex jefe de Gabinete el primer lugar en la boleta.

Alberto heredó un país empobrecido, con la economía en caída libre y con los márgenes de maniobra reducidos al límite por una deuda impagable. Un país pobre con escasa relevancia internacional y una pésima reputación. Eso es lo que tiene. Y todo indica que decidió asumir esa ingrata realidad. Se terminó la fantasía del G20, el volvimos al mundo y la lluvia de inversiones. Ajuste, lágrimas y peronismo para contener. Peronismo que deberá mostrar músculo en los próximos meses cuando el impacto de los aumentos de impuestos empiece a sentirse, junto con el previsible atraso salarial y la lluvia que no cesa de la inflación.

Se terminó la fantasía del G20, el volvimos al mundo y la lluvia de inversiones. Ajuste, lágrimas y peronismo para contener es lo que se ofrece. Una ética de la resignación que propone como eje central, atender con lo poco que se tiene a esa mitad del país que la está pasando muy mal.

Marzo es el mes bisagra donde una renegociación exitosa de la deuda, en términos de alcanzar un acuerdo, lo metería en ese mundo al que quiere entrar y le daría una legitimidad de ejercicio que acaso sirva como proteína en esa pulseada inevitable que mantiene con su vice y que signará su mandato.

Macri reubicó a la deuda en el corazón de la problemática argentina. Es su legado más nocivo y Alberto se juega el destino de su Presidencia en la resolución de ese condicionante. No hay manera de subestimar la escala y complejidad del desafío.

Hasta acá, Alberto demostró solvencia para hacer la política interna de su coalición y funcionó en los hechos como un presidente-primer ministro. La proyección de un relato que enamore a la sociedad no ha sido rutilante, pero acaso contenga la sobriedad que demanda un programa de ajuste, que es lo que puso en marcha. Una ética uruguaya de la resignación, un reconocimiento de las propias carencias que propone como eje central, atender con lo poco que se tiene a esa mitad del país que la está pasando muy mal. Y no da para mucho más.

Alberto habla mucho y muy seguido, a veces se contradice y a veces se enoja. Pero no comete errores importantes. Y en ese mar de palabras, va filtrando dosis de anestesia. Como si su objetivo central en esta etapa fuera más adormecer que enamorar. Como si reconociera que el paciente está más para recuperarse que para emprender la aventura de un nuevo amor. Y en esa sensatez desapasionada de burócrata curtido, acaso se oculten las fibras de un primer mes que sintonizó bastante bien con el tiempo que le tocó vivir. 

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