Más de siete mil kilómetros cuadrados ya son totalmente áridos en España, un incremento de 2.000% respecto a la anterior década. Casi un tercio del suelo de Murcia y Almería -las "huertas" de Europa- se ha vuelto árido en los últimos diez años.
Los dos datos, que aparecen en el último estudio de la desertificación en España elaborado por la Estación Experimental de Zonas Áridas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), confirman lo que muchos científicos vienen alertando desde hace años: que la erosión de los suelos -las tierras sin vida- es el mayor problema medioambiental y productivo al que se enfrenta la península.
Y si bien la amenaza no aparece en la hoja de reclamaciones de los agricultores en una protesta que ya lleva una semana -todo lo contrario, el sector responsabiliza a la Agenda Verde, que tiene a la regeneración de los suelos como política central, de la pérdida de rentabilidad-, el avance de la desertificación estropea cada vez más cultivos.
Según el Plan Estratégico de la Política Agraria Común (PEPAC) para España en el periodo 2023-2027, el riesgo de "erosión severa" ya afecta a la mitad de las explotaciones solicitantes de PAC (396.673 explotaciones), al presentar alguna de sus superficies zonas con más de 25 t/ha-año de pérdidas de suelo.
Las pérdidas medias en los suelos agrícolas en algunas provincias como Barcelona o Málaga se sitúan en torno a las 90 t/ha-año y en otras como Castellón, Jaén, Girona, Córdoba y Granada entre 40 y 50 t/ha-año. El límite fijado como "tolerable" en lo que respecto a suelos erosionados es de 5 t/ha-año.
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Según los datos del Gobierno, se pierden al año unos 1.500 millones de toneladas de suelo, lo que equivale a decir que cada minuto se destruyen 3.000 toneladas de suelo.
Las pérdidas podría ser "superiores" por "el cambio de usos del suelo", según se reconoce en la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación, confeccionada en 2022 por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO).
Se advierte que el incremento de cultivos leñosos permanentes (principalmente olivar, cultivos tropicales y frutos secos) sobre zonas marginales y en zonas de cultivo anual en paisajes en pendiente, "agravará la problemática por su implantación sobre terrenos con alto riesgo de erosión".
"Las políticas agroambientales son el principal mecanismo para mitigar la futura tendencia negativa de la pérdida de suelo en la UE", explica el informe.
Es que este proceso de "erosión severa" que afecta a España se explica por el cambio climático (aridificación, sequías crónicas, calor extremo, incendios forestales, etc.) pero también por décadas de una insostenible agricultura intensiva.
El investigador del Instituto de Agricultura Sostenible del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), José Alfonso Gómez, explica que el suelo de una explotación agrícola puede estar degradándose durante décadas o cientos de años y, sin embargo, que su producción mejore gracias a las técnicas de la agricultura, que introduce nuevos fertilizantes y otros procedimientos que "enmascaran" la pérdida de suelo.
"Esto no es sostenible indefinidamente y nos hace más dependiente de insumos externos y variaciones en el clima", asevera el investigador en declaraciones a EFE, por lo que el reto es conseguir que la pérdida de suelo sea pequeña y cercana a la tasa de formación de suelo, o incluso mejorarla.
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El experto señala que las mayores tasas de erosión se producen en los cultivos leñosos sin un conveniente manejo de la cubierta vegetal y de los recursos hídricos.
No en vano, una de las preocupaciones del MITECO son los "cultivos de regadío sometidos a procesos de desertificación", debido a que "el potencial productivo que supone el regadío tiene como contrapartida el uso de un volumen importante de agua (en torno al 80 % del volumen total de usos del agua) en un país con territorios donde esta es escasa".
Actualmente la superficie regada en España alcanza los 3,8 millones de hectáreas, lo que supone alrededor del 23 % de la superficie total cultivada y aporta el 65 % del valor de la producción final agraria.
Entre 2010 y 2019 la superficie de regadío se ha incrementado un 14 %, mientras que la superficie cultivada, total se redujo un 1,3 %.
"El no desarrollo de buenas prácticas agrícolas y en particular las relativas a regadíos han ocasionado un grave deterioro del estado cuantitativo y cualitativo de las masas de agua tanto superficiales como subterráneas", se explica.
Los "claros efectos negativos" de la degradación del suelo en la productividad y rentabilidad deberían facilitar la "adopción de buenas prácticas de gestión sostenible de las explotaciones".
No hay indicios de esta obligada transición -negada por la ultraderecha y los partidos conservadores- en la protesta de estos días de los agricultores españoles y europeos.
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