Editorial
La incomprensión de la época
Por César Martucci
Hay que dejar de dar todos los días pequeñas ventajas, que sumadas nos infringen derrotas que siempre terminan pagando aquellos que nosotros decimos querer representar: los que trabajan, los que producen y los que ya no pueden hacer ni una cosa ni la otra.

¿La capacidad de la política para alcanzar el estado de bienestar buscado tiene chances en la situación global actual?. Son muchos los que aseguran, como lo hizo Rubén Dri en el pasado, que "se trata de la crisis más profunda y extensa que hasta el momento hayan sufrido los proyectos que responden a la modernidad, tanto capitalistas como el denominado "socialismo real".

Haciendo un relevamiento breve podemos describir algunas realidades incontrastables, difíciles de refutar, para intentar aportar un poco a la confusión general y quizás entender algo más el porqué de los avances y retrocesos de lo popular en la región y en el mundo.

La Revolución Industrial incorporó al salario como elemento primario de distribución, no importaba si los medios de producción eran privados o estatales, el plus valor o valor agregado siempre quedaba en el circuito productivo, el trabajo volcaba ese excedente a través del consumo y el capital se expandía en sus unidades productivas existentes o en nuevos emprendimientos.

El proceso de desarrollo industrial a la fecha (la modernidad) parecería dar la razón a quienes sostienen que los medios de producción en manos privadas fueron más eficientes que en manos del estado, y a 250 años de la primera máquina industrial todo indica que es así. ¿Lo será?... es muy pronto todavía para asegurarlo.

La sociedad contemporánea, por excelencia capitalista, dista mucho de ser un modelo consagrado. La fuerte concentración de la riqueza por un lado y la pobreza por otro, es a mi entender el principal obstáculo de consagración plena. Resulta impensado encontrar una fórmula que impida que la especulación financiera, concentradora y parasitaria, no se quede con el grueso del excedente generado por la producción y el trabajo.

La salida de esos capitales del circuito virtuoso de la producción (consumo e inversión) genera el modelo de las dos concentraciones, y aún en pandemia los ricos son más ricos y los pobres más pobres. ¿Puede este modelo cantar las hurras y darse ganador?: absolutamente no.

Debemos sumar a este severo conflicto otro elemento de carácter definitorio para la distribución: el salario; que en la historia de la humanidad aparece con la muerte del feudalismo y en el ingreso a la Revolución Industrial se transforma en el paradigma de inclusión: sólo quien trabaja está dentro del sistema. Es innegable que no hay trabajo para todos, y sería equivocado no aceptarlo.

La subtracción de capitales al sistema productivo, la inteligencia artificial, la robótica, la automatización y la informática, atentan contra la ocupación en forma constante, y nada indica que esta situación pueda revertirse si no se encuentra otro mecanismo de distribución. Un mecanismo que deberá ser integrador y reinsertar en el sistema a los excluidos.

No alcanzan ni los empleos surgidos de las nuevas actividades, ni los programas de subsidios sociales, actualmente imprescindibles hasta tanto no se encuentren formas estables de inclusión (hay quienes ya sostienen un ingreso universal básico como alternativa). Debemos sumar la gran batalla cultural que nos toca dar contra quienes sostienen y se aferran cómo sea a este modelo, sin importar el costo de exclusión que se origina.

Son quienes dan la mayor pelea que logra instalar que no trabaja el que no quiere, que la meritocracia es sinónimo de premiar al que se esfuerza y que el mercado todo lo puede.

Algo así como que "es pobre el que quiere; que las mismas oportunidades están garantizadas, independientemente de si comés o no todos los días; y que el mercado por sí resuelve los conflictos de intereses sectoriales mágicamente, con soluciones individuales y no colectivas".

La llamada grieta, que de la superestructura se traslada al conjunto de los sectores sociales, no es otra cosa que la profunda disputa de intereses que hay en la sociedad contemporánea, donde se está del lado de las mayorías o del privilegio de las minorías, se toma partido por soluciones globales o se castiga al individuo porque es responsable de su auto exclusión.

Como dice Jorge Alemán "la derecha ya no tributa al sentido", mientras que nosotros quedamos en la disputa política, encerrados en nuestra coherencia, que surge de los valores de igualdad, libertad y fraternidad que nacieron con la Revolución Francesa y hoy tienen más vigencia que nunca para alcanzar el estado de bienestar deseado.

Hoy las minorías de la anti política parecen más ruidosas que las silenciosas mayorías políticas; somos muchos más los que nos vacunamos de los que no, pero ellos hacen más ruido con sus marchas que nosotros; son menos los que viajan al exterior de quienes nos quedamos, pero resaltan las quejas de los auto varados (eligieron salir); se robaron un PBI; mataron un fiscal; nos salen jorobas; qunitas, etc., etc. Una lista interminable de las minoríasruidosas, frente a nuestros silencios excesivos.

Esta es la pelea de la época, hay que dejar de dar todos los días pequeñas ventajas, que sumadas nos infringen derrotas que siempre terminan pagando aquellos que nosotros decimos querer representar: los que trabajan, los que producen y los que ya no pueden hacer ni una cosa ni la otra, atravesados por la pandemia que no hizo más que agudizar esta crisis. 

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