Cristina le sacó una luz de ventaja a Macri, pero el “modelo” mostró su lado débil

El acuerdo de esta noche permitió una vez más al peronismo, presentarse como el único bombero habilitado para enfrentar las llamas. Cristina giró al centro pragmático y Macri quedó como el "campeón moral", al costo de derechizarse y reducir su registro político. Pero detrás de la puja política, la irrupción de las ocupaciones puso en agenda la profunda deuda social, que siete años de crecimiento de la economía no lograron corregir.
El primer round fuerte por el 2011 se libró en la última semana. Todavía es demasiado prematuro para sacar conclusiones definitivas, ya que la crisis de las tomas abrió un proceso que dista de haber concluido. Sin embargo, si hubiera que hacer un primer corte en la foto del acuerdo sellada esta noche para enfrentar la toma del Indoamericano, el saldo acaso sea ligeramente favorable a Cristina.

El peronismo demostró una vez más que es la única fuerza política que posee la tecnología para regresar al tigre a la jaula, felino que muchas veces es el propio peronismo quien decide liberarlo. Pero aunque más no sea, tiene la capacidad de resolver los propios problemas que genera.

La escenografía no pudo ser más clara. El acuerdo se trabajó, cerró y anunció en la Casa Rosada. Cristina se dio además el lujo de ausentarse del proceso, que descargó en sus ministros, mientras que Macri le tuvo que poner el cuerpo a la discusión. Calculado gesto de la Presidenta para ubicarse por “encima” de uno de sus principales rivales electorales y de paso exhibir la “solvencia” de su equipo.

Es que la crisis de la última semana desnudó la malla de especulación, de calculo político permanente, que sostiene casi todas las decisiones de los gobernantes. El cinismo quedó expuesto como nunca, al ver a Cristina y Macri librando una impalcable pulseada de posicionamientos, sobre el lomo de un drama social.

El jefe de Gobierno buscó capitalizar –y en gran medida lo logró-, en base a agitar el hartazgo de amplias capas de la sociedad con las prácticas clientelares del oficialismo, que parece empeñado en demorar el salto hacia una política social que pase del asistencialismo más básico, a la capacitación de los sectores marginados para incluirlos en el proceso productivo y levantar así el pulmotor.

Lo hizo apelando a un coctel muy complicado, que mezcló dosis de discriminación a los inmigrantes de países limítrofes con conceptos de mano dura –“no vamos a dialogar con los que violan la ley, primero hay que desalojar el parque, luego se verá el tema de la vivienda”-, fue el slogan.

Esa declaración de derechos se derritió al calor de una crisis que escaló lo suficiente para forzar la elasticidad de los pensamientos. La doctrina fijada esta noche frente a las toma podría sintetizarse: desde ahora EN ADELANTE, los que ocupen predios públicos no recibirán planes sociales ni viviendas.

Pero los que ya están en el baile, bueno con esos vamos a hacer una excepción. Y a los que ocupan predios privados, a esos ni justicia, todo el peso de la ley para desalojarlos. Siempre que la toma se puede resolver sin mayores costos y no se pongan demasiado duros.

Fue el típico posibilismo peronista de moral flexible, el que se impuso sobre el principismo liberal del PRO. Y no podía ser de otra manera, en un país que ya en la crisis del 2001 entendió que frente a una sociedad con enormes deudas sociales, aplicar el manual de instrucción cívica sólo lleva a desastres aún más gravosos que los que se pretendía encarrilar ¿O acaso cuatro muertes no son más graves que una plaza ocupada?

Contra lo que podría suponerse, el gobierno nacional gana en el costado menos “progresista” del acuerdo que se cerró esta noche. La idea de suspender todo plan social a cualquier ocupante ilegal, ni siquiera la aplicó el gobierno de la Alianza o el menemismo, que enfrentaron bastantes tomas de tierras.

La orden de habilitar la intervención a la policía, esta tarea de “cumplimiento imposible” según Aníbal Fernández, que ayer se ejecutó en el bajo Flores y Lugano –por ejemplo-; también sirve como la anterior decisión, para conectar al gobierno nacional con lo que se intuye es la senda que transita la sociedad.

Hace mucho que se sabe que para un político es más fácil redefinirse, que intentar cambiar lo que piensa la gente. Lo que hicieron Macri y Cristina en esta crisis fue mezclarse en un proceso de redefinición, un ejercicio dialéctico en el que cada uno tomó un poco del otro.

Pero Cristina acaso haya logrado sacarle algunos metros, porque terminó más cerca del centro, mientras que Macri quedó desplazado a un extremo del que luego tuvo que regresar a disgusto. Y hace también ya muchos años que se sabe que las elecciones las ganan los que mejor abarcan ese centro inestable, que a veces se acomoda hacia la derecha y otras a la izquierda. Lo hicieron Bill Clinton y Tony Blair; y Piñera y el propio Macri en su versión moderada del 2005.

Sin embargo, la pulseada si algo reveló es que si bien Cristina es hoy la favorita según las encuestas, de aquí a octubre hay un camino larguísimo, un escenario inestable en el que nada está dado. De hecho, en las últimas 48 horas, la Presidenta mostró su cara mas nociva, otra vez la voz impostada imitando a Evita y las denuncias de oscuras conspiraciones, la misma dinámica que estaba llevando a una encerrona política al oficialismo, antes de la muerte de Kirchner.

Y por lo visto, esa pulsión aún hoy sigue vigente. Tan vigente como las inconsistencias de un “modelo” que acumula 7 años de crecimiento a tasas chinas y se cruza en la celebración de un nuevo aniversario en el poder, con una explosión de marginalidad y pobreza desesperada.