Kirchner también se refugia en Cafiero

La incorporación de Juan Pablo Cafiero como embajador en el Vaticano, demuestra que los Kirchner están más despiertos y dispuestos a suturar ciertas heridas. La importancia del apellido Cafiero cuando se habla de Iglesia y peronismo.
La seguridad en la fuerza propia, que de eso se trata la arrogancia, es la peor consejera del poder. Por el contrario, la debilidad siempre ofrece un nuevo camino al que tiene verdadero instinto de supervivencia y permite desplegar la fina creatividad de la política que genera nuevos escenarios.

La decisión de incorporar a un Cafiero al staff gubernamental, ofreciéndole la embajada en el Vaticano, demuestra que los Kirchner están mucho más despiertos de lo que parecía, y dispuestos a suturar algunas heridas más bien inútiles, provocadas apenas por el espíritu entre caprichoso y adolescente, a veces también desbocado, del matrimonio presidencial.

Antonio Cafiero, padre de Juan Pablo, no sólo fue el ministro más joven que tenía Juan Perón en su gabinete. También fue el único ministro que tuvo el coraje de renunciarle al líder, en abierta disconformidad con el enfrentamiento de Perón con la Iglesia.

El peronismo ortodoxo no compartió jamás ese herejía, y difamó la imagen de Cafiero con epítetos del estilo “chupacirios”, pero la visión del joven economista era más pragmática, y pasaba por llamar la atención de un Perón encerrado entre aduladores, incapaz de comprender el malestar que provocaba entre la población peronista y católica la ausencia de toda moderación en la relación con la jerarquía eclesial.
Años más tarde, durante el gobierno de Isabel Perón se le ofreció la embajada en el Vaticano a Cafiero, que no dudó en aceptar. Hasta allí viajó apurado, con instrucciones precisas de recomponer sin demoras el diálogo destrozado. Pero poco pudo hacer. No mucho tiempo después, llegó el golpe.

Y Cafiero, en lugar de quedarse en Italia, que con gusto lo hubiera refugiado, se sintió en la obligación moral de volver al país, a pesar de los ruegos de su esposa Ana que imaginaba su próximo destino, y ponerse a disposición de las autoridades golpistas. Volvió apenas hubo un vuelo a Buenos Aires y quedó detenido inmediatamente.

La opinión de los demás

Llevar a un Cafiero al Vaticano, supone aceptar que algo conocido como tradición en la relación entre los países, existe. Nada más alejado en la gestión Kirchner hasta ahora. Supone, también, que la opinión de los demás, importa. Tampoco fue un estilo predominante de los K . Y como si esto fuera poco, el contenido político de una decisión inteligente (designación de Juan Pablo Cafiero) fue acompañado con las formas adecuadas. Desde la Cancillería, cuyo jefe Jorge Taiana fue el impulsor de la iniciativa, se cumplieron los pasos diplomáticos de uso (consulta previa e informal a la Santa Sede, entre ellos), usualmente despreciados por Néstor Kirchner, aún en iniciativas recientes, como la decisión de pagar la deuda con el Club de París.

Se sabe que Néstor Kirchner estuvo por ir para atrás esa decisión, al comprobar que el anuncio no había servido para mejorar la calificación de la Argentina. No podía entender que ya nadie cree en los anuncios de este país irreverente que no sigue ninguna regla conocida.

Pero en el ofrecimiento al hijo de Antonio todo fue tan normal, que se transformó en algo excéntrico. ¿Qué es lo que verdaderamente está pasando en la Argentina?

Tal vez los Kirchner estén aprendiendo a gobernar, y empiezan a aceptar que los modos rudos del sur y las políticas de sumisión no funcionan con igual eficiencia en todas partes del mundo. Tal vez hayan caído en la cuenta de que el aislamiento que llegó a enorgullecer a Cristina en discursos recientes no sea finalmente tan bueno como pretendían. Tal vez se estén dando otra oportunidad y todavía tengan tiempo de salir de todos los laberintos donde se metieron porque creían posible inventar lo inventado. O tal no. Tal vez ya no tengan tiempo de nada.