El riesgo de jugar al loco es quedarse sólo

La estrategia del loco que "va por todo" que utilizó con éxito Néstor Kirchner, parece haber encontrado su límite. El peronismo se rearma por fuera de su liderazgo, que empieza a verse como un obstáculo para la unidad del PJ. El ex presidente ya reconoce en la intimidad la posibilidad de su derrota.
En la teoría de los juegos existe un modelo de conflicto conocido como “Chicken game” o juego de la gallina, que consiste en dos autos embistiendo de frente uno contra el otro. El primero que pega el volantazo y elude la colisión es quien pierde.

Néstor Kirchner uso y abusó de esta estrategia para conseguir gobernabilidad y poder, luego de la debilidad estructural en la que lo dejó Carlos Menem al negarle la segunda vuelta y forzarlo a asumir la presidencia con el 22 % de los votos. Con la idea de que “ya estoy jugado, no tengo nada que perder”, Kirchner embistió contra las corporaciones y actores políticos y económicos más poderosos. Y ganó.

El problema es que después de cinco años de gobierno kirchnerista, la posición de “no tengo nada que perder” ahora esta en el terreno de sus adversarios, pero es Kirchner el que sigue jugando a todo o nada, sin comprender el cambio profundo del marco político. Es decir: ¿qué menoscabo afectaría a De Narvaez si en vez de ganar, pierde por tres o cuatro puntos? Es bastante obvio que sería un enorme triunfo para este empresario pasar de los 15 puntos que obtuvo en el 2007 a merodear los 30, contra Kirchner y todo el aparato del PJ bonaerense.

La apuesta de Kirchner de “yo o el caos”, se le vuelve en contra por la sencilla razón que hoy, es él mismo el poder consolidado a desafiar. Tanto por la oposición, como por los mismos empresarios que ven ante si un Estado omnímodo que hasta les designa directores en sus compañías. Más avanza el ex presidente, y más razones tienen lo que están enfrente para ubicarse en la posición de “perdido por perdido, me juego entero”. Es el riesgo de una política que sólo apela al látigo y se olvida del necesario complemento del amor. En algún momento el azotado comprende que sólo lo espera otro latigazo y se pasa a la oposición.

Luis D´Elía es acaso el más estruendoso de los que visualizaron el agotamiento de un modelo político, por más que es muy posible que en los próximos días monte la escenografía de un reencuentro. Pero el piquetero no es un dato importante, salvo por lo simbólico. El adios de un ultra, indica que la descomposición interna está golpeando las puertas de la suite presidencial.

El factor Kirchner

“¿Qué nos divide?”, se pregunta Antonio Cafiero, y propone un debate imposible entre kirchneristas y peronistas disidentes. No hay que ser un iluminado para adivinar quienes se niegan al desafío de confrontar sus ideas. Y es esa misma posición defensiva de quien se supone es el poder, la que revela la fragilidad del castillo kirchnerista.

La pregunta del veterano dirigente es genial por lo insidiosa. Tan simple como letal ¿Qué nos divide? Se preguntan por ejemplo Alberto Balestrini y Osvaldo Mércuri, o Felipe Solá y José Luis Gioja, Daniel Scioli y Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey y Francisco de Narváez, y así hasta el infinito de la policromía peronista.

No hay que verbalizar la respuesta. El incómodo silencio lo dice todo. Y ese fue tal vez el peor error de Néstor Kirchner. Agudizar artificialmente las contradicciones, extremar una visión maniquea de la realidad, hasta el punto en que sólo queda una caricatura, en la que nadie puede creer, por más que le pongan ganas.

Así como los productores de hoy no son la oligarquía ganadera de la década infame, los peronistas, disidentes, oficialistas y oficialistas en tránsito a la disidencia, empiezan a ver que tienen mucho más común que las supuestas diferencias que les marcan desde la Quinta de Olivos. O mejor dicho, que la línea de conflicto que traza Kirchner ya no es funcional a sus intereses. Un ejemplo: ¿Por qué un intendente exitoso y respetado –por ejemplo, como Pablo Bruera- debería rifar todo su capital político en un candidatura testimonial que su propia base electoral rechaza?

El riesgo de extremar al infinito la estrategia del loco, es que ocurra lo que le pasa a los locos: se quedan solos.

Nada por aquí, nada por allá

Ya no tiene sentido hablar de fugas, ni siquiera de estampida. Lo que está pasando en el peronismo es bastante novedoso. Se trata de un reacomodamiento, no ya en el estilo clásico de un líder ascendente que desafía a quien ocupa el poder. Sino de una construcción “por afuera” del poder formal que encarna Kirchner. Un proceso de vacío espontáneo, de reagrupamientos inconsultos, que eluden a la Quinta de Olivos. Movimientos que no están –todavía- coordinados, pero que tienen un poderoso denominador común: basta de Néstor Kirchner. El corolario es la imagen de la soledad del poder, o mejor, la soledad de quien ya no tiene poder. Así, todos juegan a “como si” Nestor siguiera siendo lo que saben ya no es.

Allí están Francisco de Narváez, Felipe Solá y Eduardo Duhalde articulando el escenario principal de la batalla del post kirchnerismo. Pero también en el norte hay movimientos y Juan Carlos Romero y Ramón Puerta reúnen a los suyos. Mientras que Juan Schiaretti es la explicitación de la rebelión sorda de los gobernadores, que en sus infinitos matices va desde el oficialismo “diferenciado” de José Luis Gioja y Mario das Neves, hasta el alineamiento a plazo fijo de pronto vencimiento de Daniel Scioli, Juan Manuel Urtubey y Jorge Capitanich.

Hasta antiguos socios fundadores como Alberto Fernández ya se anoticiaron del “cambio de época” que vive el peronismo, y ahora tratan de remixarse en articuladores de una mesa de gobernadores peronistas que después del 28 de junio tome las riendas del post kirchnerismo. No será tan sencillo que se pongan de acuerdo, salvo en dejar a Néstor detrás. Pero hay que decir que un nombre genera consenso: Carlos Reutemann. Sólo resta que gane Santa Fe y despeje los infinitos recelos que provoca su cambiante humor. Se verá.

La palabra derrota

José Pampuro y Miguel Angel Pichetto escucharon días atrás como Néstor Kirchner dejaba entrever, por primera vez, la posibilidad de una derrota. En realidad no era ninguna revelación, ya que –insólitamente- todo el eje discursivo de su campaña electoral hace eje en esa posibilidad. Las permanentes alusiones que realiza en los actos del Conurbano a los infiernos que esperan al país en caso de su derrota, confirman que esta eventualidad domina su pensamiento.

Este escenario que anticipan gran parte de las encuestas –salvo una que difundió esta semana el oficialismo-, la vienen palpando hace tiempo los intendentes del Conurbano. Es por eso que pese a las “testimoniales”, han decidido avanzar con sus colectoras y acuerdos con la dupla De Narváez- Solá. Por una sencillísima razón que uno de ellos le explicó a La Política Online: “En ese espacio hay votos”.

La único que sostiene en su sillón a un intendente en el impiadoso Conurbano, es la mayoría en el Concejo Deliberante. Si la pierde es cuestión de tiempo para que llegue el juicio político, la destitución y una cita en Tribunales. Por eso, aún a costa de perder algunos puntos en su propia boleta, siguen armando colectoras y acuerdos con el peronismo disidente, donde ven “votos”, es decir, concejales. “¿De qué me sirve ganar por cinco puntos a todo o nada, si después pierdo el Concejo?”, es la frase de otro de estos maestros de la real politik.

Fracaso entonces en toda la línea de la política “testimonial” que maquinó Néstor Kirchner para evitar las fugas por debajo de la mesa.

Tan adverso es el escenario político que ofrece el oficialismo, que incluso algunos intendentes –sobre todo de zonas de fuerte presencia rural-, están encantados de subirse a la política “testimonial” para postularse como senadores provinciales y dejar el municipio asediado a algún alma noble, que aguante los próximos dos años que no serán fáciles para nadie que se diga kirchnerista.

Otra vez, una manera elegante de hacer oficialismo, para despegarse del oficialismo. El juego que se puso de moda en el PJ que todavía no es “disidente”. Así, llegará el momento en que la disidencia sea oficialismo y otra vez, el peronismo habrá logrado el milagro de morderse la cola.