Elecciones anticipadas

El drama del jugador

La jugada de Néstor Kirchner no logra ocultar la profunda crisis política que conmueve los cimientos del oficialismo. Maniobra táctica que genera la ilusión de habilidad política, pero que puede terminar en un inmenso bochorno sino consiguen los votos en el Congreso para anticipar las elecciones. Porqué, con o sin anticipo, el peronismo ya empezó a despedirse de los Kirchner.
“Abuela, ¿y si no sale el rojo?”, Alexéi Ivánovich en “El Jugador”, de Feodor Dostoievski.


El vértigo de jugarse hasta lo último, de vivir en blanco sobre negro, la simpleza de los absolutos, la imposibilidad del retroceso, la ansiedad de las apuestas irreversibles. Circuito de la tensión por la tensión, que devora sus mejores hijos.

Hace ya demasiado tiempo que el kirchnerismo se transformó en una aceitada maquinaria de destrucción política de ideas y hombres. Pero esa voracidad que en algún punto de su historia inicial le permitía capitalizar todo lo que tomaba, ahora es voracidad interna, destrucción masiva de lo propio.

Hay un hilo conductor entre el Kirchner que inició su descenso a los infiernos de la mano del conflicto con el campo y aquella oprobiosa –para la Casa Rosada- votación del Senado, y esta desmesura de las elecciones anticipadas. La apuesta fuerte y sorpresiva como única, compulsiva, salida de una decadencia que bien merecería un análisis menos repentista.

Pero ya parece demasiado tarde, la compulsión del jugador parece reinar en el dispositivo de poder que irradia desde la Quinta de Olivos. Mientras el coro fariseo del peronismo aplaude y felicita el paso del cajón.

Lo no dicho

El debate que hoy recorre la espina dorsal del peronismo con responsabilidades de gestión, a lo largo de todo el país, no es el anticipo de las elecciones. El problema esta más acá y más allá, es la crisis política severa que se percibe en el gobierno, incapaz de enderezar una respuesta articulada al impacto combinado de la debacle global y a las disfunciones de la economía local. Un escenario de recesión, déficit de las cuentas públicas, problemas de empleo, conflictividad social, ya golpea la puerta de esos despachos.

No es con jugadas tácticas sorpresivas como se van a disipar esas realidades. Daniel Scioli lo tiene clarísimo. Y más claro aún el peronismo bonaerense, que empezó a sumar dirigentes de peso al gabinete bonaerense –Eduardo Camaño es apenas el primero-, para un segundo semestre que exigirá uñas de guitarrero.

Terminaron los tiempos de gobernar con los incondicionales, los parientes y los afines. La hora exige oficio para evitar que la crisis económica decante en estallidos sociales y naufragios políticos. Ni siquiera es importante plantearse el post kirchnerismo, que ya es una realidad.

¿Y sino sale el rojo?

Frente a la realidad de un peronismo que retrocedía lentamente y en puntillas, Kirchner les impuso el abrazo del oso de las elecciones anticipadas. Bloqueó el efecto dominó de una catarata de desdoblamientos provinciales que lo dejaban sólo en octubre. Pero como suele suceder con las medidas desesperadas, el riesgo que abrió fue aún mayor.

Puede suceder por ejemplo que no consiga los votos para aprobar el adelantamiento, sobre todo en el Senado. O puede suceder que le demoren el trámite parlamentario, sin decirle que no, y los plazos vayan venciendo en los hechos y se caiga en el bochorno de nuevas modificaciones al calendario. Pueden incluso arrancarle concesiones impensadas como la boleta única –golpe al clientelismo bonaerense, argamasa de su poder-.

O puede pasar que a pesar de todo consiga la ratificación parlamentaria, en un triunfo a lo bonzo, violando reglamentos, autonomías partidarias y provinciales, imponiendo en definitiva su voluntad contra todos. O sea, reforzando ante la sociedad sus peores rasgos, y todo eso justo antes de ir a votar. En cualquier caso, la crisis está lejos de saldarse. La oposición debería agradecerle la “genialidad” de la movida que ideó Juan Carlos Mazzón.

Las encuestas no alcanzan

Francisco de Narváez vive por estas horas un sprint agotador. Corredor de fondo, vio luz y se lanzó. Hoy las encuestas le otorgan unos 20 puntos de intención de voto, entre cinco y siete por encima de Felipe Solá, que venía recorriendo la provincia, creciendo de nuevo, restañando viejas heridas.

“Felipe no alcanzó a caminar el segundo cordón del Conurbano. Cuando él va a las cabeceras de los distritos, habla, se reúne, explica su posición, crece. Con esto se quedó sin tiempo”, explicó a La Política Online uno de sus más importantes aliados. Felipe tenía por delante el horizonte generoso del peronismo bonaerense para crecer hasta octubre. Este es el riego que vio Néstor Kirchner también.

La jefatura nacional del ex presidente se basa en su condición de jefe político del PJ bonaerense. Si pierde eso, pierde todo. Por eso va a ser candidato y por eso no puede –no debe- afrontar una derrota. Sería demasiado el daño que le provocaría al gobierno de su mujer, y esa simple razón revela el casi nulo margen político que tiene el kirchnerismo, que se ve forzado a semejante salto sin red.

Y embarcado en esta aventura, por algún motivo, a Kirchner le preocupa más Solá que De Narváez. Aunque esté segundo en los sondeos.

Es que no sólo de encuestas vive el hombre. Mauricio Macri y De Narváez se equivocaron en su apoyo inicial al anticipo eleccionario. Solá y Carrió lo entendieron de inmediato. Para el electorado crítico del oficialismo, era una manipulación más de las instituciones. Imperdonable. Había que rechazarla. Así, casi sin darse cuenta, en el torbellino de los acontecimientos, Macri y De Narvaez terminaron convalidando al peor Kirchner.

Solá ya abrió una línea de contacto con Margarita Stolbizer. Carrió en Capital reforzó su perfil de única opositora. Y Macri se encontró este domingo con la tapa de un diario que hablaba de un pacto secreto entre él y el ex presidente. Las encuestas son fotos, que la película de la política puede borronear.

Son momentos electrizantes, difícil imaginar tiempos más políticos que estos. Cuando los mapas se queman, es el oficio de los viejos lobos de mar el que hace la diferencia. Nada es exactamente lo que parece.