Massa en el ojo de la tormenta

Con estos niveles de incertidumbre, incapacidad para estabilizar las variables económicas, y un imprevisible proceso electoral en ciernes, los que pueden se cubren ante la potencial debacle.

Tras el tan inexorable como esperado renunciamiento de Alberto Fernández a su plan reeleccionista, toda la atención y la presión está puesta sobre la figura de Sergio Massa. Si bien ahora sí el tigrense parece haberse liberado finalmente de toda interferencia u obstáculo para el ejercicio pleno de los "superpoderes" con los que se anunció su desembarco al gobierno, parece haberse quedado al mismo tiempo sin más válvulas que le permitan disipar las altas presiones que operan sobre las principales variables de la economía.

Es lo que Massa siempre quiso, aunque seguramente llega en el momento más complicado e inoportuno para sus aspiraciones personales. Si el "superministro" especulaba en intentar una aventura electoral proyectando la imagen de "piloto de tormentas" de una gestión que se había quedado sin respuestas y posicionándose como garante frente a la amenaza de un potencial colapso, el líder del Frente Renovador se quedó sólo en el ojo de la tormenta.

Una verdadera tormenta perfecta, que ya no puede presentar como ajena ofreciendo fusibles ni excusas que lo liberen de la responsabilidad directa por el manejo de la crisis, y que amenaza con arrastrarlo a un prematuro retiro de los primeros planos junto a la cabeza del gobierno que supuestamente llegó para salvar.

Como ha venido siendo ya recurrente a lo largo de una gestión plagada tanto de errores no forzados como de "fuego amigo", el presidente muestra una asombrosa fidelidad a su histórica falta de timing. Habiendo sostenido por meses su delirante proyecto reeleccionista al solo efecto de irritar a quien le permitió sentarse en el "sillón de Rivadavia", aún a sabiendas de las tensiones adicionales que ello generaba al interior de la precaria coalición oficialista, optó por blanquear lo que era a todas luces inevitable en el peor momento posible. Debió saber que al abrazar el inevitable "síndrome del pato rengo" no solo asumía la licuación de su propio poder, sino que dejaba expuesta a la gestión de Massa, ya sin ningún pararrayos que aguantara al menos parte de la actividad eléctrica durante la tormenta.

El siempre voluntarista y pragmático ministro parece haberse quedado sin tiempo para su tan mentado "plan aguantar". Si Massa y su círculo rojo creían que la salida del incómodo jefe de asesores presidencial permitiría frenar la corrida cambiaria, la realidad demostró ser mucho más compleja. No solo el gobierno parece haber perdido la confianza de los mercados, sino también el propio Massa, que otrora supo capitalizar su buena sintonía con el establishment financiero local e internacional como un activo que solo él podía aportar como garantía de gobernabilidad.

El dólar sigue su imparable escalada aún tras varios días de la salida del "entrometido" Aracre y del renunciamiento de Alberto, y la brecha cambiaria alcanza niveles difíciles de sostener. El presidente, cada vez más alejado de la realidad, se encargó de culpar a la "derecha": un argumento tan ambiguo como anacrónico. No es una cuestión de derechas o izquierdas, sino de confianza. Con estos niveles de incertidumbre, incapacidad para estabilizar las variables económicas, y un imprevisible proceso electoral en ciernes, los que pueden se cubren ante la potencial debacle. Dejando los juicios morales a un lado, es una situación lógica en el marco de un mundo capitalista.

Y todo ello sucede en un contexto en donde el equipo económico parece haberse quedado sin herramientas de peso para enfrentar la magnitud de la corrida. A tal punto de que la suerte de Massa -al menos en el corto plazo- parece estar atada hoy exclusivamente a dos actores con los que puede negociar pero que no controla: el campo y el FMI.

En el primer caso, el panorama es desalentador. Lo liquidado en virtud del nuevo "dólar soja" estará por debajo del 50% de los 5 mil millones que esperaba Massa. Aquí ya no solo incide el incentivo negativo que implica una brecha cambiaria superior al 100% y la perspectiva de una posible devaluación futura, sino también los efectos de la sequía sobre la actual campaña y la desfavorable situación en materia de precios.

En lo que respecta al Fondo, Massa parece albergar alguna expectativa. Por lo pronto, cuando el dólar informal parecía encaminarse a perforar los 500 pesos, desde el FMI se hizo circular en los medios que ya se estaba negociando una revisión del acuerdo. Una gentileza para el ministro, que en estos días estará viajando a Washington con el objetivo de conseguir un adelanto de los desembolsos previstos para más adelante. Ahora bien, aún en el caso de que el organismo acceda, una pregunta se impone: ¿cuál será la condición que exigirá el Fondo? Y, en concreto, ¿pedirá una devaluación? La respuesta no es menor, no solo por el impacto que ello podría tener en el plano económico, sino porque ello podría enterrar definitivamente las chances electorales del oficialismo.