La negociación con el FMI

Un acuerdo que vale por lo que evita

El éxito político del Gobierno fue lograr que el FMI aceptara aflojar el ajuste en el año electoral. Para la Argentina lo más importante es lo que no se ve: el caos que sorteó.

Alberto Fernández esta noche puede ir a dormir tranquilo. Su Presidencia sorteó el desafió vital que enfrentaba: renegociar la impagable deuda externa que le dejó Macri. Es muy probable que el acuerdo con el FMI haya sido mejor que el alcanzado con los privados. Pero no todo es mérito del Gobierno, en el Fondo esta vez parece haber prevalecido un sentido pragmático, que se revela en su aceptación de la cláusula no escrita del peronismo: se ajusta en los años pares y se libera el gasto en los electorales.

La intervención política de Sergio Massa en el final de la negociación se centró en ese objetivo: anticipar ajuste a este año y liberar el 2023 para que el Frente de Todos siga siendo una herramienta viable en las presidenciales. Se podrá argumentar que estaba tratando de salvar su candidatura, ¿cuándo fue novedad que el motor de la política es la ambición?

Pero a no confundirse, el que más fichas tiene para cobrar con este acuerdo es el Presidente. El proyecto de reelección de Alberto Fernández encuentra un primer triunfo nítido en el que hacer pie. Por donde se la mire fue una operación política de alto nivel, compleja y terminó entregando un resultado razonable, que es mucho para la Argentina. Navegar entre el boicot mal disimulado de sectores kirchneristas y las presiones del Fondo no fue sencillo.

Lo que deja para el país es importantísimo, aunque poco visible. No se trata de obra pública ni de fondos frescos. La principal consecuencia es que aleja a la Argentina del riesgo de convertirse en un Estado paria y la vuelve a colocar en una senda hacia el centro, con sus particularidades. Peronismo básico.

El que más fichas tiene para cobrar con este acuerdo es el Presidente. El proyecto de reelección de Alberto Fernández encuentra un primer triunfo nítido en el que apoyarse. 

Tal vez el Presidente retomó en esta negociación esa promesa electoral inicial, que en buenos tramos de su mandato pareció extraviar. La decisión de mantener a Guzmán, aún en las horas más críticas de la crisis de gabinete de septiembre del año pasado, acaso sea la decisión política más importante que tomó. Alberto entró en compromisos con el kirchnerismo, loteó el gabinete, aguantó funcionarios que detesta, pero se reservó el control de la negociación con el Fondo. En la vida hay que elegir.

Para la vida cotidiana lo más importante tampoco se verá en lo inmediato: lo que logra este acuerdo es alejar el riesgo de una hiperinflación. Un trabajo de la consultora Equilibra anticipaba que en caso de default con el Fondo, la inflación pasaría a tener un piso del 85%, se frenarían todas las inversiones en Vaca Muerta y se cortaría el financiamiento de los organismos multilaterales que hoy sostienen la obra pública.

El Gobierno ahora deberá transitar un ajuste importante, que enfrentará -sobre todo- resistencias y reclamos de su ala izquierda. Podrá argumentar que a diferencia del pasado no hubo que aceptar reformas estructurales en el sistema de jubilaciones o laboral.

Pero el trazo grueso del acuerdo revela para este año un recorte del déficit de aproximadamente 1,5 puntos del PBI, esta vez sin la ayuda de los fondos extras del FMI por aumento de DEGs y sin impuesto a la riqueza. No es poco y si lo cumplen, se va a sentir.

Un ajuste que coincide con una muy desafiante meta de baja de la emisión de alrededor de tres puntos, que ubica la mira laser en los subsidios a la energía.

De esa combinación de baja de emisión y aumento de tarifas es probable que surja una inflación no muy distinta a la del año que pasó, en la franja del 50 por ciento para este año. Un año duro pero sin escenario de caos descontrolado, debería ser el saldo si la gestión y la política están a la altura. Que es decir mucho.

Por eso, la hoja de ruta que la intervención política le metió al tramo final del acuerdo libera el 2023, como el tiempo para cosechar ese esfuerzo. Para el año de las presidenciales el ajuste es de apenas un 0,6 del producto y para ese momento la inflación ya debería reflejar el apretón monetario y empezar a ceder.

Es imposible exagerar las consecuencias de este paso. Se trata de una intervención de alcance mayor que plantea enormes desafíos para el oficialismo, pero también para la oposición. Un volantazo al centro forzado por el corralito del acuerdo, que obligará a vivir con revisiones trimestrales y acaso el regreso de la dinámica de la negociación extenuante de incumplimientos y waivers. Son diez revisiones durante los dos años y medio que dura el acuerdo.

Una reconfiguración de los márgenes para hacer política, de los posicionamientos, de los discursos, que es muy improbable que se pueda eludir en la definición de candidatos y frentes para el 2023. Pasó en Grecia y puede pasar en la Argentina.