Era previsible. Con su adversario interno Paul Rayn dominando la Cámara de Representantes, Trump no estaba para incendiar la pradera. Esta noche el magnate confirmó que su chief of staff será Reince Priebus, un político tradicional del denostado –por el magnate- establishment de Washington DC.
La elección no es casual: Priebus es muy cercano a Ryan y desde su lugar en la Casa Blanca podría ayudar a Trump a suavizar el paso de las leyes que necesitará su gestión.
La designación es además consistente con una serie de moderaciones que destacados integrantes de su equipo, como el ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, vienen deslizando respecto a las iniciativas mas polémicas de Trump, como la eliminación del Obamacare y la construcción de un muro en la frontera con México.
La designación de Priebus significó marginar al otro candidato para el puesto, nada menos que Stephen Bannon, el hombre que rescató la campaña de Trump y editor del sitio de derecha Breitbart News.
Como premio consuelo o acaso ubicándolo en un inquietante –para Priebus- banco de suplentes, Trump nombró también esta noche a Bannon como su encargado de “estrategia”, sea lo que sea que eso signifique.
Bannon destrozó a Rayn en su sitio por su tibio apoyo a Trump durante la campaña, lo calificó de enemigo y lo acusó de negociar bajo cuerda con Obama. Razones no le faltan. Si Trump era derrotado el líder de los diputados, hubiera quedado como el republicano mejor posicionado para la próxima presidencial.
Priebus si bien tiene buena relación con Ryan, jugó fuerte por Trump, a diferencia de la mayoría del establishment de su partido y el propio candidato se lo reconoció, al ser uno de los pocos que mencionó en su discurso de aceptación de la victoria en la madrugada del miércoles. “Es un tipo extraordinario, una estrella”, afirmó. Hoy llegó la recompensa.
La elección entonces de Priebus como jefe de Gabinete viene en la línea del paso al frente que están insinuando viejos lobos de mar del partido como Newt Gingrich, Rudolph Giuliani, Chris Christie y su propio vice Mike Pence, recién nombrado jefe del equipo de transición, que han morigerado en las últimas horas algunas de las propuestas más polémicas del magnate.
Pero Trump sabe que buena parte de su base electoral lo votó porque quería un cambio total en el sistema de Washington al que califican como disfuncional, ineficiente y hasta corrupto.
Esta dualidad entre el pragmatismo necesario para ejercer la presidencia y conservar su base electoral, sea acaso la que llevó a Trump a anunciar este sábado que depeortará tres millones de inmigrantes ilegales, luego de una primer semana plena de gestos de moderación, como sus elogios a Obama.
Se trata por supuesto de una promesa fácil, ya que la actual administración demócrata tiene el récord histórico de deportaciones y no había mucho más que hacer que continuar con esa política, para alcanzar esa cifra.
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