Elecciones 2015
Argentina, treinta y dos años después
Por Gustavo Ferrari Wolfenson
No hay democracia sin demócratas, ni sociedad sin ciudadanos.

El próximo domingo 9 de agosto el país nuevamente saldrá a votar en las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), previas a la elección presidencial.

Las PASO fueron creadas en el 2009, tras la aprobación de la Ley Electoral n° 26.571. En la misma se definen básicamente dos cuestiones: cuáles partidos están habilitados a presentarse a las elecciones nacionales, que según la ley son aquellos que obtengan al menos el 1,5% de los votos válidamente emitidos en el distrito de que se trate para la respectiva categoría. También quedará definida la lista que representará a cada partido político, de ahí lo de interna abierta.

Hace 32 años, la democracia volvía a la Argentina como un sueño y una forma de vida que se recuperaba y que ponía fin a muchos años de desencuentros y autoritarismos de todo tipo de ideologías. Ese rezo laico que se declamaba en cada esquina y que era el preámbulo de la Constitución, significaba el sentir de un pueblo que quería de una vez por todas vivir en paz, construir un nuevo país o por lo menos darle fuerza institucional a un modelo devastado moralmente por las luchas individuales de aquellos que de una u otra forma siempre se sentían “los salvadores de la patria”.

Los años venideros no fueron un lecho de rosas. El sentir demagógico de que gracias a la democracia se conseguiría un armonioso desarrollo colectivo y la realización personal de los individuos no se cumplió. Los mensajes “con la democracia se come, se educa y se cura” , “síganme no los voy a defraudar”, “seré el médico, seré el maestro, seré el que dé trabajo a cada argentino”, “que se vayan todos”, “un país serio”, “la década ganada”, se convirtieron en el eco de frustración ante la creencia de que democracia y recuperación económica se retroalimentarían recíprocamente, que la vigencia del sistema institucional constituiría la garantía para que la población tuviera “salarios justos, pan, salud, seguridad, educación y vivienda”.

Los años posteriores se fueron consumiendo en la discusión sobre temas temporales, cuya trascendencia fue tan efímera como la propia coyuntura. Jamás se lograron definiciones sobre temas trascendentes para consolidar un destino que nos permitiera, de una vez por todas, encaminarnos en un proceso de fortalecimiento institucional, crecimiento sostenido, bienestar colectivo y que nos alejara de los límites de la marginación y la exclusión. Por eso nuestra democracia debió de ser algo más que normas, leyes y formas de organización. Nunca pudo constituirse en una cultura política, es decir un cuerpo de creencias sustentada por valores y expresada colectivamente a través de actitudes y conductas. No se lograron consensos políticos y sociales (más que electorales y de apetencias personales) para el logro de acuerdos de gobernabilidad que permitieran cambiar los viejos parámetros de la asignación de recursos públicos y los destinara a los que realmente los necesitaban. No se pudo erradicar el clientelismo, el histórico protagonismo caudillista prebendario, ni generar mecanismos de participación de los ciudadanos, principios fundamentales de todo proceso de consolidación política.

Nunca la dirigencia entendió que la democracia necesita crear expectativas hacia un futuro estable y que no puede hacerlo con instituciones débiles, con procesos económicos muy lejanos a la búsqueda del bienestar colectivo, con la falta de un marco de seguridad jurídica y con ineficiencias que han generado mayor desigualdad en la sociedad.

Aquel 1983 fue la expresión de la voluntad y la razón de un país que puso de manifiesto que la democracia iba a persistir gracias al esfuerzo, lucha y respaldo de todos los ciudadanos. Hoy 32 años después, nos encontramos nuevamente ante un desafío institucional en donde la dirigencia y la sociedad deberán empezar a desgranar sus pensamientos y propuestas concretas del modelo democrático y republicano del futuro.

Las PASO del próximo domingo, previas a las elecciones de octubre, tendrán que marcar un nuevo proceso político en donde, sobre todas las cosas, no podrá eludirse la responsabilidad de fortalecer a las instituciones como entes confiables y transparentes, que garanticen el funcionamiento de una democracia sólida y auténticamente pluralista.

Debemos de una vez por todas, eliminar las actitudes y acciones de espaldas a la propia democracia participativa, que sólo logran que la comunidad mire con aprensión a las dirigencias políticas y no siempre se siente genuinamente representada por quienes ejercen las más altas funciones de gobierno. Si se tiene en cuenta que se trata de figuras que serán ungidas por el voto popular, tengamos en claro que debemos iniciar el camino para empezar a la recomposición de las estructuras políticas, hoy envueltas en un inocultable descrédito y desencanto.

La reforma política de la que tanto se habla pero muy poco se avanza, debería ya deliberar sobre el papel actual que están cumpliendo los regímenes de organización política con resabios de dominación feudal, o basados en un caudillismo verticalista que imposibilita el funcionamiento de una democracia pluralista. Barrer esos y otros vicios sería un camino hacia la madurez de fortalecer una democracia más participativa, vinculante, creíble y transparente que la sociedad necesita y reclama..

Un nuevo proceso electoral comienza con una nueva oportunidad para que se avance hacia una reformulación política, de manera que se generen las condiciones para la consolidación de una democracia alejada de las hegemonías y fundada en una auténtica vocación de las distintas fuerzas por garantizar el pluralismo y la alternancia en el poder. Hay que generar condiciones para un debate de cara a la sociedad, sobre la problemática que se nos presenta y sobre las soluciones reales e integrales para enfrentar dichos problemas.

Esa reformulación no vendrá únicamente de una reforma política estructural o legal. Es menester e imprescindible el mejorar de los sistemas electorales y el establecimiento de mecanismos de control que garanticen el buen funcionamiento de las instituciones.

La dirigencia y los aspirantes del próximo domingo tendrán que entender que un país avanza hacia su consolidación institucional cuando hay un sólo patrón para medir los valores éticos y su responsabilidad civil; cuando cada ciudadano acepte que su futuro depende de su profunda reflexión y de su exhaustivo examen de conciencia; cuando todos nos decidamos de una buena vez a entrar en la historia por el camino de la verdad, asumiendo como seres maduros nuestras propias debilidades y nuestros propios errores. 

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  • 1
    floriana
    07/08/15
    13:16
    Muy buena nota, ojalà se cumplan los deseos del autor...Me parece un imposible...
    Responder
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