Nuevo Escenario
El otro Punto G
Por Gustavo Ferrari Wolfenson
El punto G de la política está relacionado con la gobernabilidad, la calidad del régimen y la consolidación de los sistemas democráticos.

 Cuando los lectores se asusten con el título de esta nota, podrán respirar tranquilos ya que la misma no será un relato detallado de posiciones sexuales que generan el placer entre parejas, sino un análisis frío de como el otro punto G, el de la política, está relacionado con la GOBERNABILIDAD, la calidad del régimen y la consolidación de los sistemas democráticos.

Hurgando por el ciber espacio encontré un artículo titulado “Tips para estimular el punto G”, que si bien su lectura está dirigida mucho más al campo amoroso, también es muy válido en los aspectos de la vida institucional y trataré de adecuarlos al mundo de la política y la gobernabilidad.

El primero de ellos dice: “Estimula su Mandíbula y creo que uno de los temas más críticos de la gobernabilidad es evitar que los políticos hablen de más y que su mandíbula no esté estimulada por incoherencias demagógicas discursivas”.

El segundo punto señala: “Hazle cariñitos en el antebrazo”, que traduzco como “no le hagas un corte de manga a la gente y cumple lo que les prometiste y no los mandes al carajo”.

El tercero es “Explora sus ingles”, dirigido especialmente para que el pueblo no se sorprenda y esté preparado para cuando se los quieran abrochar.

Finalizando con el cuarto tip que dice “Masajéale las pompas”, que simplemente lo defino en buen criollo como “Cuidado que no te caguen”.

En su Testamento político, el cardenal Richelieu sostuvo que los hombres de Estado enfrentan dos clases de problemas. Unos son fáciles de resolver. Los otros son insolubles. Lo que distingue a la primera clase de la segunda clase de problemas no es según Richelieu su dimensión, sino el hecho de que el hombre de Estado los haya anticipado o no. La frontera que divide a los problemas no es su magnitud, sino la distancia desde la cual el gobernante los advierte.

La gobernabilidad como esencia de su fortalecimiento, se afianza cuando un pueblo es responsable de sus actos y dueño de su destino. Entonces, no hay posibilidad alguna de construir una sociedad auténticamente genuina sin tener en cuenta el enorme cambio cultural que ello implica, promoviendo conductas solidarias, generando un fuerte compromiso social y afirmando un proceso educativo que permita construir un espacio para las interrelaciones sociales, que potencie ese desafío hacia una real alternativa de cambio.

En este sentido el concepto se relaciona directamente con la capacidad institucional (formal y no formal) para dar respuesta a los grandes temas y a los problemas comunes que aquejan a la sociedad.

Según un enfoque básico de las Naciones Unidas, la gobernabilidad democrática, constituye un conjunto de atributos o cualidades que se deben dar en el gobierno y en la comunidad, con el fin de que en esta relación compleja entre ambos términos se establezcan, como condiciones, el respeto a los derechos humanos, reglas de la mayoría para la elección de autoridades, la participación en las decisiones, el respeto al pluralismo, la eficacia en los logros del desarrollo humano y el respeto al estado de derecho constitucional.

No obstante, la experiencia, nos ha mostrado dos factores que han afectado la gobernabilidad democrática, al menos así entendida: la eficacia gubernamental, en términos de responder a demandas o cuestiones cruciales que afectan al conjunto de la comunidad. (La gobernabilidad tiene aquí la acepción de buen gobierno. Dieter Nohlen señala que el concepto de gobernabilidad se refiere a la interacción entre gobernantes y gobernados, es decir, entre capacidades de gobierno y demandas políticas.)

La segunda acepción liga gobernabilidad con calidad de régimen, e intenta mostrar cómo determinadas situaciones o procesos pueden afectar la calidad del régimen democrático sin necesariamente llegar a la ruptura institucional.

Por lo tanto, la gobernabilidad así entendida no sería entonces una problemática exclusiva del gobierno, sino en alguna medida una corresponsabilidad del conjunto del sistema político y de los diversos actores que lo constituyen. No es solo un gobierno lo que permite por sí mismo gobernar a una sociedad, ni tampoco es la sociedad en sí misma gobernable o ingobernable.

En consecuencia, la responsabilidad por mantener condiciones adecuadas de gobernabilidad democrática no recae de manera unilateral en el gobierno o en la sociedad. De este modo, gobierno y oposición, partidos y organizaciones ciudadanas han de comprometerse de manera conjunta para mantener un nivel aceptable de gobernabilidad.

La búsqueda de consensos políticos y sociales para que hagan posible estos esfuerzos de mayor integración con una noción de equidad nueva será fundamental para el fortalecimiento de una gobernabilidad que cambie los viejos parámetros de la política y fortalezca las bases republicanas.

El camino de estos desafíos es arduo. Muchas veces las actitudes y acciones de espaldas a la propia democracia participativa, logran que la comunidad mire con aprensión a las dirigencias políticas y no siempre se siente genuinamente representada por quienes ejercen las más altas funciones de gobierno. Si se tiene en cuenta que se trata de figuras ungidas por el voto popular, se advierte hasta qué punto existe hoy una contradicción de base en la relación entre gobernantes y gobernados. El camino para empezar a superar esa contradicción es el que lleva a la recomposición de las estructuras políticas, hoy envueltas en un inocultable descrédito y desencanto.

Actitudes no menos desalentadoras desde el punto de vista institucional han ido minando la credibilidad del sistema político. Aún subsisten, regímenes de organización política con resabios de dominación feudal, o basados en un caudillismo verticalista que imposibilita el funcionamiento de una democracia pluralista. También imperan antiguas deformaciones electorales, que distorsionan hasta extremos impensables la intención originaria del votante.

La reforma política de la que tanto se habla pero muy poco se avanza, debería barrer esos y otros vicios con el fin de fortalecer una democracia más participativa y vinculante. Las organizaciones partidarias, por su parte, están lejos de las metas de credibilidad y transparencia que el ideal democrático necesita y reclama. No se confía en la capacidad de los partidos para producir dirigencias idóneas y de irreprochable capacidad de gestión y prevalece el predominio de un sórdido internismo, muchas veces, amiguista, de afectos, clientelista y prebendario.

La estimulación de este otro Punto G (Gobernabilidad) no vendrá únicamente de una reforma política estructural o legal. Es menester e imprescindible el mejorar los sistemas electorales y el establecimiento de mecanismos de control que garanticen el buen funcionamiento interno de las fuerzas partidarias ya que, en última instancia, será la propia sociedad -la ciudadanía- la responsable de organizar fuerzas partidarias (generando una ruptura del monopolio de los partidos políticos tradicionales) de irreprochable raigambre democrática y de vertebrar un sistema que conduzca a la definitiva purificación de la vida institucional.



Publicar un comentario
Para enviar su comentario debe confirmar que ha leido y aceptado el reglamento de terminos y condiciones de LPO
Comentarios
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellas pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Aquel usuario que incluya en sus mensajes algun comentario violatorio del reglamento de terminos y condiciones será eliminado e inhabilitado para volver a comentar.
Más de Gustavo Ferrari Wolfenson

Argentina, treinta y dos años después

Por Gustavo Ferrari Wolfenson
No hay democracia sin demócratas, ni sociedad sin ciudadanos.