PERONISMO
El justicialismo: una fuerza latente en el corazón nacional
Por Heriberto Deibe
Pese a la urgencia de los opinólogos por leer en las PASO el fin del justicialismo, el partido continua en su rol de sistema inagotable de ideas para el país y de renovador de cuadros políticos.

Luego de esta última instancia electoral, como era predecible, varios de los entusiastas del espectro de opinólogos profesionales se envalentonaron -frecuentemente lo hacen- en la tarea de dictar la defunción del peronismo. Es comprensible esta conducta cuando se tiene una visión tan reduccionista, coyuntural e insustancial de la Política.

Resulta pertinente en este sentido resaltar la atemporalidad de la esencia del justicialismo, dado que el Gral. Juan Perón crea un dispositivo político para conducir estratégicamente a la Argentina por un sendero de desarrollo, ante el escenario en ciernes de posguerra. Esto denota la naturaleza histórico-estratégica del movimiento, que implica contemplar a la Argentina integralmente como un todo y ceñida, como toda Nación, a un proceso evolutivo ininterrumpido. Así, se advierte el carácter universal de las categorías de observación de este sistema político, que enlazan férrea e indisolublemente a la Argentina como entidad vital y al Justicialismo como sistema inagotable de ideas, en el devenir histórico nacional.

Es cierto, por otra parte, que al margen de cualquier proceso o resultado electoral (aún favorable), ya hace tiempo que el justicialismo debe realizar una profunda auto-revisión y reforma. Clara muestra de esto es el deplorable estado, en el Conurbano bonaerense, de los sectores sociales que presuponen la interpelación más sensible para el peronismo: los pobres y marginados. Se evidencia aquí que en los últimos tiempos ha triunfado el carrerismo electoral, de la simulación y la hipocresía de algunos dirigentes justicialistas, que por "beneficio propio", en función de bajos y mezquinos intereses, han sometido clientelarmente a estos sectores postergados.

Ahora bien, el justicialismo no entiende el gobierno como una mera administración técnica y circunstancial de recursos, sino como la conducción sociopolítica del país. Pero no puede conducir a una sociedad una fuerza política que antes no se autoconduce. Y dicha fuerza debe constituirse, precisamente, por dirigentes capaces de dirigirse a sí mismos. Lejos del caudillismo y abnegados a la nación.

Es la pequeñez individualista, ajena a una concepción unificada de un proyecto de país, lo que fragmenta el peronismo. Urge, por tanto, sustituir la lógica de querer "suceder" o "heredar" al gobierno de turno, por la de "superar" con la propia virtud. Sólo ésta última postura busca construir una auténtica alternativa de gobierno.

La reconstrucción del justicialismo, entonces, no implica un cambio de barniz en sus figuras políticas, sino que exige una profunda renovación individual y de conjunto -con profusa formación de cuadros políticos-, del movimiento en todos los órdenes de su pensamiento, sin poner en disputa su credo fundacional: soberanía política, independencia económica y justicia social.

Por tanto, debe elaborarse seriamente un modelo estratégico de país que, entre otras cosas, abarque un federalismo que permita una integración económico-financiera entre el gobierno central y las provincias, el financiamiento de las obras de infraestructura necesarias, una completa reforma tributaria; que aborde intensamente la seguridad y la reestructuración de la educación y la salud pública, una modernización del Estado que lo dote de mayor eficiencia, y, en un mundo plagado de amenazas, acucia vitalizar las Fuerzas Armadas.

Es indispensable, a su vez, concebir una verdadera integración regional, estimular un armónico desarrollo científico-tecnológico y de las pymes; potenciar al máximo las economías regionales, su integración con la económica interna y las demandas mundiales. Un rumbo de esta naturaleza permite disparar un proceso genuino de generación de riqueza y empleo, con una verdadera disminución de la pobreza.

Es decir, en función de las realidades del incipiente siglo XXI, es preciso estudiar las reformas nacionales necesarias, y la dinámica real del mundo, con el "lenguaje universal" -ajeno a una cerrada "pureza ideológica"- que lo rige, y las posibles influencias de las grandes tendencias en el desarrollo presente y futuro del país.

Finalmente, cabe concluir que el Justicialismo es imperecedero, pero su organicidad está sujeta a las voluntades dispuestas a encarnarlo con verdadero patriotismo, aportando a la construcción permanente de un ideal común inextinguible: ser Nación.

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