Editorial
No es China; somos nosotros
Por Eduardo Curia
No somos más que un hito en la nueva fase de la economía asiática –que pasó de la periferia al centro-, mientras para Argentina, China no es más que un capítulo del ciclo en que se halla.

El trámite parlamentario de aprobación del Convenio Comercial marco con China, provocó bastante revuelo, sobre todo, en función de una serie de cláusulas problemáticas que el mismo contiene. Allí se habla de la posibilidad de otorgar facilidades a las importaciones provenientes de ese país, de proyectos de tipo “crédito atado”, de adjudicación directa, con los bemoles que pueden desprenderse de aquéllas en lo que hace a la integración productiva nacional de los proyectos. Con el trasfondo puntual de una relación comercial externa concreta con China, muy deficitaria en pocos años.

En un paper de inicios de este año, intitulado ¿”Peligro Chino”, o Alerta Sobre el Futuro?, partiendo de ese tópico específico, buscamos perfilar un contexto referencial más amplio, naturalmente influyente en aquél, pero que marca lineamientos mucho más abarcativos. En ese contexto, se hallan involucrados los ciclos más generales, tanto de la economía china como de la nuestra. Con lo cual, nosotros no somos más que un hito en la nueva fase de desenvolvimiento de la economía asiática –que pasó de la periferia al centro-; mientras que el tema del amigo chino, para la economía argentina, no es más que un capítulo –aunque grande- del ciclo en que se halla incursa desde hace años, y que puede, en lo esencial, perseverar hacia delante.

China viene alejándose del notable esquema de desarrollo que la catapultó en el orbe, asentado en gran medida en el tipo de cambio competitivo y en el notable despliegue industrial, con plataforma en las exportaciones. Abandonó el cambio fijo, el de tenor real se aprecia visiblemente, y con muchos altibajos y dificultades, intenta reorientar la expansión hacia dentro. Como economía céntrica que es ahora, pretende avanzar en la internacionalización de su moneda –la cúspide es erigirla en moneda de reserva mundial-, y en usar una buena parte de sus cuantiosas reservas –vía fondos soberanos- para encarar una avalancha inversora en el mundo, posicionándose en distintos rubros que luzcan claves en producción y abastecimiento, y tratando de mejorar su posición externa neta (el balance entre los rindes de las inversiones externas en China, y los de las chinas en otras plazas). Los swaps o canjes de moneda, son un atisbo, indirecto, de esa internacionalización (hay otra fórmulas), y, en cuanto a las inversiones, entre otros resortes, abundan los take over totales o parciales de empresas y los proyectos atados a una financiación promocional global, que facilita la colocación de sus productos (justo cuando la competitividad directa afloja).

¿Y la Argentina?. A partir del severo giro macroeconómico pegado a partir de 2010, pasando de la matriz del dólar alto a una de dólar bajo, termina penetrando en un estadio manifiesto de restricción externa, que complica de raíz su andar económico: faltan divisas. Durante 2012-13, se creyó a nivel oficial que el remedio era reprimir los conductos de demanda de dólares. Ante el fracaso, surge el híbrido de fines de 2013, que desliza la atención hacia la generación de dólares. Hoy por hoy, atendiendo a lo que denominamos el Plan Verano –el esquema “de tránsito” de política económica gubernamental de cierre de gestión-, se busca solventar en dólares dicho plan durante el año, computando compromisos de u$s 12/13.000 millones. Con una sobrevaluación cambiaria real aguda consolidada, que hasta puede acentuarse (más el contexto externo), no es mucho lo que se espera de la cuenta comercial externa. Por eso, para zafar del sacrificio de reservas, y poder respaldar en dólares alguna tonificación de la actividad, las autoridades requieren vitalmente de las divisas que provengan de la cuenta capital externa “a como sea”, máxime con los focos financieros conflictivos aun operantes.

A esta altura, ya se torna obvio como calzan los ciclos. La asimetría es tajante: hay un país al que le sobran los dólares, mientras que al otro le faltan. Por de pronto, Argentina debe resolver su horizonte de divisas para el 2015. Con conocidos flancos írritos en lo atinente al mercado de capitales mundial, el aporte del amigo chino viene al dedillo, porque, en términos relativos – y aunque los chinos regulan cuidadosamente la administración de su flujo inversor-, ofrece una financiación (bajo diversas modalidades) que pinta generosa, barata y sin ninguna condicionalidad macroeconómica, lo que no es moco de pavo. Obviamente, esa financiación –que también cuaja con los objetivos generales de la nueva fase de desenvolvimiento del país asiático-, trae “material de trasbordo”, y de ahí el duro debate sobre el citado convenio.

Pero, que quede claro: no es que la Argentina “defina” la caracterización del ciclo chino (algo extremadamente obvio por la ruda asimetría de fuerzas), ni que el “grandote” amigo chino “defina” nuestro ciclo (por más grandote que sea). El ciclo argentino, signado por la falta relativa de dólares, lo definimos nosotros, en función de nuestras propias opciones macroeconómicas claves. Y el camino, en principio, se pavimenta cada vez más en dirección a una onda de neofinanciamiento externo y de tipo de cambio real deprimido, con las probables implicancias del caso en materia de sustentabilidad general, de estructura productiva y de empleo.

Supongamos por un instante que, con el tiempo, cambian los vientos, y que China ya no es nuestro amigo, o lo es menos, surgiendo otros jugadores y amigos. Necesitados de divisas, debiendo internacionalizar nuestra economía, con un tipo de cambio anticompetitivo (incluso, debiendo acelerar probablemente, en virtud del fallo de la OMC, el desmontaje del tinglado de política comercial erigido últimamente), ¿creemos acaso fácil desenganchar la urgida financiación externa de la provisión férvida de material del exterior?. ¿Creemos que el Club de París, por ejemplo, financiará fácilmente a los proveedores del país?.

Cuando en la primera parte de esta década larga, mientras crecíamos casi al 9% anual sostenido, contábamos con un superávit comercial externo promedio del 6% del PIB, y un superávit corriente casi por la mitad, lucía más plausible el manejo pragmático de la eventual financiación externa, celando las condiciones. En el nuevo contexto, las cosas pintan, prima facie, muy diferentes. Al fin de cuentas, no es China; somos nosotros.

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