Editorial
1990-2021: La segunda sociedad peronista
Por Hernán Madera
Guiados por reflexiones del número uno de la historiografía argentina nos aproximamos a respuestas para el país de hoy.

"Ya me acostumbré a que la Argentina es peronista y estoy tan derrotado por la vida que no me molesta en lo absoluto". Esta fue una de la últimas afirmaciones sobre el peronismo de quien es considerado por todas las corrientes historiográficas como el mayor historiador argentino, Tulio Halperín Donghi. Pero este autor, en 1994, había titulado a uno de sus libros La larga agonía de la Argentina peronista. Â¿Hay una contradicción?

En esa misma entrevista de 2008 con Carlos Pagni, Halperín reconoció que el título de su obra debió haber sido La larga agonía de la sociedad peronista. La sociedad peronista fue la que emergió a partir de la transformación de 1945-49 y que resistió todos los intentos de desmantelamiento desde Lonardi a Sourrouille hasta que finalmente recibió el golpe mortal con las dos hiperinflaciones y el posterior remate de los activos del Estado.

Para Halperín esa sociedad que "no podía sobrevivir pero que se resistía a morir" se materializaba en un país con estándares de vida europeos, con pleno empleo, con una industria importante pero no competitiva e insaciable de dólares junto a un sector primario que generaba cada vez menos divisas de las necesarias para sostener todo lo anterior.

En 1995, al año siguiente de la publicación de La larga agonía, el efecto tequila llevó la desocupación a un insólito 18% y quedó probada la tesis de Halperín: un formato social que perduró casi medio siglo había sido barrido del mapa.

¿Entonces qué quiere decir Halperín con que la Argentina "es peronista"?

Esa sociedad creada a partir de 1945 fue enterrada en 1990 sin ser llorada, es cierto. Pero a medida que la euforia del experimento dolarizador involucionaba hacia otra desilusión, se distinguían las primeras señales de un nuevo sistema de relaciones sociales que emergía de esa misma tumba abandonada. Una segunda sociedad peronista.

Diferente de la anterior, pero con el elemento clave que permanece. Ya no tiene altos estándares de vida, ya no tiene una industria significativa, ya no hay pleno empleo. Pero, reventando una por una las diferentes cajas del Estado, tirándose de cabeza en cada ventana de oportunidad de endeudarse en moneda dura y manoteando al sector privado al filo de dejarlo insolvente, el país sigue insistiendo en vivir por encima de sus posibilidades. El síntoma más visible es que cada día de nuestras vidas lidiamos con una de las inflaciones más altas del planeta.

Esta segunda sociedad peronista es un océano de programas sociales, de cada vez más empleados públicos (con el empleo privado en largo declive), de jubilados sin aportes y de tarifas subsidiadas pero también de un alto empresariado cuya mayor energía esta puesta en acceder a la botonera de prebendas del Estado. Esta sociedad, a la que la pandemia la arrastró frente al espejo, también se resiste a morir.

El elemento clave que permanece. Reventando una por una las cajas del Estado, tirándose de cabeza en cada oportunidad de endeudarse en moneda dura y manoteando al sector privado al filo de dejarlo insolvente, el país sigue insistiendo en vivir por encima de sus posibilidades

El antiperonismo acuñó nuevos términos peyorativos para esta realidad: pobrismo o planismo. Pero ya no es el "muchachismo" tan usado contra la anterior sociedad peronista, porque las masas obreras ya no están allí.

¿Por qué el electorado sigue volviendo al peronismo? Halperín no nos da una respuesta directa. Pero en su libro de 1964, Argentina en el callejón, podemos encontrar una pista.

La oposición a la dictadura militar iniciada en 1943, y cuyos hilos manejaba el Coronel Perón, surgió de las clases medias profesionales que se autodefinieron como La Resistencia, un nombre inspirado en los movimientos antifascistas de la Europa ocupada por los nazis. Pero esa oposición -nos cuenta Halperín- fue rápidamente cooptada por otros protagonistas menos populares: la Sociedad Rural y la Embajada de Estados Unidos. La clase media hizo suyo el programa de esos ásperos actores: el Partido Comunista argentino, por ejemplo, se opuso en 1945 a la creación del aguinaldo con el argumento que "generaría inflación".

Esa cooptación del sector político clasemediero por parte de las corporaciones no es algo que no se haya vuelto a repetir: así es como en el otoño de 2008 durante la crisis de la resolución 125, los pines con la leyenda "Estoy con el campo" proliferaron no sólo entre los vecinos porteños sino también entre los militantes del MST y del PCR. Otro ejemplo: el rechazo por parte de los partidos políticos que votan los sectores medios a la creación de un impuesto extraordinario por la pandemia para las familias más ricas del país.

La elección de un presidente que fue líder de un grupo empresarial no relacionado ni a la innovación ni a la exportación, pero sí a escándalos como la estatización de la deuda privada a comienzos de la década de 1980 o al vaciamiento de un activo público fundamental como el Correo representa la coronación de cómo pueden terminar los procesos políticos que la clase media cree liderar.

De todas formas, la alianza entre el capital concentrado y los sectores medios es común y exitosa en varios países. ¿Por qué el electorado argentino en última instancia la termina rechazando? Halperín nos señala ese sótano de nuestra historia que es la década del treinta, para encontrar la respuesta.

La depresión económica que comienza en 1929 es el episodio final del imperio del cual Argentina era parte informal pero importante: el Imperio Británico. Durante un siglo se había moldeado una complementariedad que en sus últimos cincuenta años el país había aprovechado como ninguno. Pero también es cierto que durante esos años de oro que comenzaron en 1880 ni conservadores ni radicales pensaron en un plan B, un plan en el que la centralidad del enorme intercambio comercial argentino-británico ya no estuviese presente. Y en la década del treinta los conservadores no sólo no tenían plan B, sino que, mientras improvisaban, la sociedad tuvo que tragarse la regresión de volver a un fraude que con cada elección se volvía más insufrible.

Juzgando retrospectiva y comparativamente con el resto de la región, la gestión económica del presidente Agustín Justo (1932-38) fue lúcida en su manejo de la coyuntura. A diferencia del resto de Latinoamérica, Argentina no defaulteó, creó un Banco Central eficiente, recaudó nuevos impuestos a los ricos y volvió a crecer.

Pero el constante deterioro del contexto internacional del que habíamos sacado provecho desde el primer rosismo era evidente y, sobre todo, muy alarmante. Para cuando finalmente surgió un plan B, el Plan Pinedo, lo que subyacía en él no era más que la búsqueda de una nueva complementariedad que Estados Unidos ya había dejado claro no iba a ocurrir por más panamericanismo que súbitamente le brotase a las élites argentinas. El país iba a quedar pedaleando en el aire porque la fantasía de reemplazar al Reino Unido por Estados Unidos era eso: una fantasía. El nuevo imperio sigue siendo el principal competidor de nuestras exportaciones.

En resumen, los que serían los opositores a Juan Perón no tenían Plan B ni antes de que la metamorfosis posterior a 1945 los enfrente a desafíos mucho más enormes.

Sorprende menos, entonces, que entre 1955 y 1989 tampoco hayan logrado avanzar con hojas de ruta que duren algo más que unos pocos años aún cuando utilizaron generosamente la proscripción y la violencia contra las consecuencias de un improvisado mercadointernismo con el que el derrocado presidente había resuelto, de mala gana, avanzar porque era la última opción disponible. Ese mercadointernismo -que tuvo sus logros industrializadores pero que no exportaba un tornillo- era económicamente disfuncional (porque se devoraba las divisas cada vez menos abundantes), pero electoralmente efectivo (porque logró subvertir la relación de fuerzas) hasta que colapsó en una de las peores hiperinflaciones en tiempos de paz.

 El mercadointernismo -que tuvo sus logros industrializadores pero que no exportaba un tornillo- era económicamente disfuncional, pero electoralmente efectivo hasta que colapsó en una de las peores hiperinflaciones en tiempos de paz.

Aunque cada tanto surge un nuevo espejismo de complementariedad que nos resolvería la vida, ya sea con la Unión Soviética en los setenta, con Brasil en los noventa o con China en la actualidad, estos no llegan a ser ni sombras de lo que fue el lazo con los ingleses. Para bien o para mal, la pared de nuestro callejón no será derribada desde afuera.

El PJ, a partir de 1990, avanzó con el desmantelamiento de la primer sociedad peronista y con la cimentación de la segunda que es en la que hoy vivimos y que heredó, grabada a fuego, la esencia de la anterior: es insustentable, no puede sobrevivir. Pero, a pesar de los nada originales pronósticos de un cercano Apocalipsis, estamos lejos de ver su ocaso.

¿Derribará el peronismo esta nueva sociedad económicamente agónica pero electoralmente redituable?

La oposición al PJ, sucesora de los que no pudieron diagramar un plan alternativo ni al modelo agroexportador ni tampoco al subsiguiente mercadointernismo peronista ¿Tendrá ahora la capacidad de encontrarle la vuelta a esta realidad?

Y la pregunta decisiva: ¿A diferencia de las transformaciones española y chilena, podrá gambetear Argentina una emigración masiva y una larga megadesocupación en el paso hacia una economía competitiva?

Hay varios acertijos por resolver de esta segunda sociedad peronista a la que le queda camino por recorrer. Con cada clase social segura de que la parasitaria es la otra, con cada comicio usado como catarsis de la frustración acumulada y con la tranquilidad de que ninguna élite tiene ni el prestigio ni la legitimidad como para imponer la rectificación del rumbo, porque todos tenemos anotado en algún lugar quién se llevó qué durante los grandes saqueos del Estado.

No importa quién logre descifrar estos nuevos acertijos argentinos. En el hallazgo de respuestas sin duda tendrá, al final, alguna deuda con Tulio Halperín Donghi. 

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  • 4
    31/03/21
    11:01
    Los trols precedentes se olvidan de las deudas que dejaron los pejotistas, desde el anciano, hasta su mujer, hasta el yiojano, hasta el zabeca e incluyendo al tio y a cartera
    Responder
  • 3
    31/03/21
    10:57
    Un escrito de baja monta, sin mayor brillo
    Responder
  • 2
    blacrock
    21/03/21
    00:31
    Un recorrido historiográfico con foco solo en lo popular pero casualmente te olvidaste un pedazo de la historia: las tremendas deudas externas contraídas por milicos y políticos conservadores y liberales que se cagar... en este pais y no les importo endeudarnos hasta los ejes...
    Olvido?
    Pero hay algo peor, q es estar como Tulio Halperin Donghi .... derrotado. y entregado.-

    Responder
  • 1
    mario eugenio vidal
    20/03/21
    16:56
    "de quien es considerado por todas las corrientes historiográficas como el mayor historiador argentino, Tulio Halperín Donghi"

    Así considerado por todas las corrientes historiográficas que son mitristas y gorilas.

    "Ya no tiene altos estándares de vida, ya no tiene una industria significativa, ya no hay pleno empleo. Pero, reventando una por una las diferentes cajas del Estado, tirándose de cabeza en cada ventana de oportunidad de endeudarse en moneda dura y manoteando al sector privado al filo de dejarlo insolvente, el país sigue insistiendo en vivir por encima de sus posibilidades"

    Mirá vos, no sabía que endeudadores seriales como Martínez de Hoz, De la Rua y Macri eran parte de gobiernos peronistas. Ellos y Menem fueron los que endeudaron al país hasta la coronilla en moneda dura.
    Responder
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