Huracán
Está cañón... usted, Presidente
Por Raymundo Riva Palacio
López Obrador expuesto por el desastre de Acapulco. Los errores de comunicación de la 4T y la vulnerabilidad del discurso oficial.

 Eduardo Salazar es un veterano reportero de Televisa que desde la década de los 90's ha trabajado en guerras en varias partes del mundo. Recientemente fue uno de los enviados a cubrir la devastación de Otis en Acapulco, un huracán que causó una destrucción que no había visto en ninguna parte del mundo. Salazar, que estuvo en la guerra en Irak hasta la caída de Saddam Hussein, y en la invasión de Rusia a Ucrania, donde se involucraron potencias nucleares, dice que no vio ahí una catástrofe tan extendida como la que observó en Acapulco, desde Pie de la Cuesta hasta más allá del aeropuerto, en el otro extremo de la ciudad. Solo en Mosul podría haber un parangón, pero relativo, concede, porque la asolación de la ciudad iraquí no se dio en unas cuatro horas, sino en nueve meses de guerra urbana para que el gobierno la recuperara de las manos del Estado Islámico.

No es lo mismo una guerra que un huracán, pero Acapulco sufrió más por el volumen de destrucción, que fue general y transversal en todas las capas sociales, y no en algunos barrios como sucede en ciudades sumidas en conflictos, mientras que el desplazamiento, si se midiera en horas, fue superior a las migraciones causadas por las bombas en ese mismo lapso, porque un desastre natural es súbito, mientras una guerra la destrucción es progresiva. Salazar regresó a la Ciudad de México el sábado pasado, y todavía tiene en la cabeza su paso por el Club de Yates, no sólo por la destrucción, sino por el olor a muerto, penetrante e inconfundible, rancio y a la vez dulce. Ese día, las autoridades establecieron el número de muertos en 48, una cifra que hasta ayer se mantenía inmóvil.

Decenas de desaparecidos serán mantenidos en esa categoría, para no elevar el número de muertes, y al borrar a 45 municipios de Guerrero que en la víspera fueron declarados por emergencia por el gobierno federal, ningún militar se adentrará en la sierra y las zonas más marginadas del estado, por lo que todo lo que sucedió se quedará sin ninguna información oficial. Otis, que puso en tensión al presidente Andrés Manuel López Obrador, tiene que quedar en el pasado, como un recuerdo, como una anécdota, y no como una herida por donde sangra el jefe del Estado Mexicano por la mediocre gestión de la prevención. Le urge salir del huracán, que no deja de zangolotearlo, y presentar una normalización, aunque tal no exista.

El jueves, las autoridades informaron oficialmente que no hubo ningún homicidio en Guerrero, contra cuatro el dia anterior; es decir, todo va tan bien, que hasta los malos se comportaron. También el jueves se publicó en el Diario Oficial que la emergencia en Acapulco y Coyuca de Benítez, los únicos municipios que, ni modo, tuvieron que mantener en esa categoría, había terminado, argumentando que ya no persistían las condiciones para continuar con la vigencia de la declaratoria, lo cual es cierto porque no hay ni vientos ni inundaciones extraordinarias, aunque fue totalmente indebido porque ni los municipios ni las delegaciones políticas han recuperado su capacidad operativa y financiera, como establece la ley. Lo único que mantiene la cohesión en esos municipios son los soldados y los marinos; en muchos de los municipios que les quitaron la declaratoria de emergencia, ese rol lo asumieron los grupos criminales.

Hay que voltear para otro lado y minimizar la tragedia. En las primeras horas del jueves donde habia que cerrar el capítulo Acapulco, se concretó una canallada en la Cámara de Diputados, donde la mayoría de Morena y sus aliados PT y Verdes, votaron la ley del Presupuesto de Egresos que no incluyó ni un solo peso para la reconstrucción de Acapulco y Guerrero. Ni siquiera a los legisladores del estado les permitieron votar de manera diferente. La racional del presidente es que todo lo que se hiciera por Acapulco y Guerrero mostraría no la destrucción del ciclón, sino que la respuesta no había sido la adecuada.

En ese sentido fue la publicación de la agenda presidencial para el viernes, donde López Obrador se fue lejos de Guerrero y más de Acapulco. López Obrador estuvo en Baja California cargado de programas sociales-electorales, y mañana lunes volará a Sonora, y el martes a Sinaloa, donde hará una escala en el camino, literalmente en el camino, en Badiraguato, el municipio en donde nacieron varios de los líderes históricos más importantes del narcotráfico, y donde la última vez que hizo un alto en el camino, fue para bajar de su camioneta y saludar a la madre de Joaquín El Chapo Guzmán.

Otis fue un huracán que mostró a López Obrador sin máscaras y de cuerpo entero, cuya expresión más pura de su incompetencia como líder, de sus limitaciones como jefe de Estado, y de la falta de honradez para con los mexicanos, se dio en la mañanera del miércoles, cuando en lo que pensó era una réplica a las críticas por su inexistente manejo preventivo en la víspera del arribo del ciclón, recordó que sí informó a la nación, mediante un escueto mensaje en X casi a las ocho y media de la noche, que Otis llegaría en la madrugada del día siguiente con categoría 5.

De sí, ese anuncio escueto no servía para nada, ni expresaba la gravedad de lo que venía, ni daba tiempo a tomar prevenciones. El medio que utilizó para su difusión tampoco era lo idóneo en una población como la de Guerrero, una de las más pobres del país donde la discusión y acceso de información en X, no forma parte de sus hábitos ni necesidades existenciales. Pero el recordatorio de lo que hizo no fue lo peor. López Obrador agregó: "Cuando estaba escribiendo (eso), pensé en decir (que el huracán) viene cañón (durísimo), pero dije no, con esto basta".

¿Qué significa este mensaje? Que jamás entendió la magnitud de lo que significaba un huracán categoría 5 en un estado que nunca había sido golpeado por un fenómeno de esa fuerza, en una costa del Pacífico que en su historia, solo había tenido un huracán con esa capacidad devastadora. También mostró su incapacidad para procesar las cosas. Si sabía que Otis era más poderoso de lo que se habían imaginado, ¿por qué callar? Su actitud, por omisa, carga con una responsabilidad política por las víctimas que produjo. Y además, es falsa. Él nunca estuvo informado de la evolución de Otis hasta en la noche, pero se fue a dormir sin preocupación alguna. Todo el sistema de alerta preventiva falló porque su equipo simplemente no procesó lo que venía ni prendió los semáforos rojos.

Pero aún si hubiera tenido gente capaz alrededor, no está claro cuál habría sido su reacción, por lo que se infiere de lo que sucedió a la mañana siguiente, en la reunión del gabinete de seguridad horas después de la devastación, donde los secretarios de la Defensa y la Marina le informaron con detalle lo sucedido, sin que les prestara atención, reflejando una falta de empatía e interés sobre lo que sucedió en Acapulco y Guerrero, que sorprendió a más de uno. Peor todavía fue cuando minutos después le dijo a la prensa que no tenía información, y que lo único que sabía era que había sido un fenómeno muy fuerte. Se mintió a sí, dejó en ridículo a las Fuerzas Armadas, y timó a los mexicanos, dejando como única estrategia post-Otis la desinformación, la opacidad, y buscar cambiar la conversación.

Podrá lograrlo, pero lo que no podrá hacer, es modificar la escenografía de Acapulco, ni hacer que el olor a descomposición se vaya con su narrativa. Lo que Otis nos dejó es una lección política. Sí estuvo cañón, pero no tanto el huracán como el presidente.

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