Editorial
Lo hacen a propósito
Por Diego Cagliolo
La constante charlatanería de café va muy bien para el rating televisivo de esos programas donde todos se gritan entre sí, o en aquellos mas circunspectos, a donde el presidente Alberto Fernández solía acudir asiduamente para despotricar contra la vicepresidenta y su falta de transparencia, pero no para la diplomacia y la política exterior.

 A esta altura, solo queda pensar que lo hacen a propósito. La continua necesidad de ofender, agraviar, entrometerse en asuntos de otros estados, hablar de mas, querer (o creer) saber de todo y buscarse problemas donde no los hay no puede ser una sucesión de errores producto del cansancio o la falta de asesores de discurso capacitados. 

La pandemia puede esconder muchas de las incapacidades y problemas de gestión, pero no aplica en este caso. Si fue un chiste (los chistes, decía Freud, suelen revelar lo que el habla seria reprime) no se entendió y, en todo caso, no es ni el ámbito ni el tema para bromear. Si fue un intento por demostrar ser un presidente leído, tampoco salió bien. 

Y si fue una estrategia para congraciarse con su par español, fue una victoria pírrica de elevados daños colaterales. Tiene que ser adrede, premeditado y con un objetivo. De otra manera no se entiende. 

La constante charlatanería de café va muy bien para el rating televisivo de esos programas donde todos se gritan entre sí, o en aquellos mas circunspectos, a donde el presidente Alberto Fernández solía acudir asiduamente para despotricar contra la vicepresidenta y su falta de transparencia, pero no para la diplomacia y la política exterior. 

Es muy grave -y lleva mucho tiempo y trabajo volver de ahí- que permanentemente estemos buscando pleitos donde no los hay y nos hayamos convertido, en unos meses, en un país amateur muy poco serio internacionalmente. 

En parte, por las desafortunadas declaraciones como las de esta semana donde el presidente destrató y discriminó a mexicanos y brasileños sin ninguna justificación ni conocimiento.Tenemos demasiados conflictos internos como para tener que encarar los nuevos que se generan por las agresiones vertidas desde un atril. 

Las palabras del presidente de una nación expresan la opinión de todo un pueblo. La inmensa mayoría de los argentinos sentimos vergüenza de las declaraciones de Alberto Fernández. No nos representa cuando habla de esa manera. 

En todo caso, adicionalmente a las disculpas formales que corresponde hacer a México y a Brasil, debería aclarar que habla a título personal si es que piensa que no ha agraviado a nadie. Pero el agravio y la ofensa no son solo contra pueblos de países hermanos. 

Es también contra nosotros mismos, ciudadanos argentinos a los cuales cree incultos o ignorantes. Nos ofende y nos insulta en nuestra inteligencia cuando nos pone en situaciones como la de ayer. Flaco favor le hace a nuestra imagen de país inclusivo, abierto y multicultural que alberga desde siempre pueblos originarios e inmigrantes que no bajaron de un barco. 

Pero tal vez sea este justamente el objetivo, encontrarnos hoy hablando sobre estas declaraciones -que se traducen inmediatamente en una innumerable cantidad de memes que invitan a llorar mas que a reír y que en dos días, por la dinámica de los acontecimientos, será solo recordado como una mala anécdota- y no sobre la pésima gestión en la adquisición de vacunas, de su falta de control del gobierno, del rumbo de la economía y de nuestros compromisos internacionales, de una inflación descontrolada, del crecimiento de la pobreza a niveles inauditos y del constante avance sobre la institucionalidad de un país que, como alguna vez escribió Carlos Escudé, se ha convertido desde 1945 en un caso de movilidad estatal descendente. 

Con la realidad se puede hacer muchas cosas menos ignorarla. Sería recomendable que se comience a atender los de por si ya graves problemas existentes y no generar nuevos.

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