Estados Unidos
Cambio climático y epopeya política, entre Trump y Galileo
Por Víctor Bronstein
Volvió Trump. Brutal. Extraño. Moralmente repudiable. Pero dice algo que coincidimos: la riqueza de las naciones se sustenta en la energía barata de los hidrocarburos.

 E pur si muove. (Y sin embargo se mueve). La historia, seguramente una leyenda, cuenta que esa fue la frase que Galileo Galilei murmuró por lo bajo cuando fue obligado a retractarse ante la inquisición, en 1633, por sostener el modelo heliocéntrico de Copérnico a partir de observar los cielos con el telescopio. Así, pudo proporcionar evidencia empírica contra el modelo ptolomeico que estuvo vigente por veinte siglos.

La Tierra ya no estaba inmóvil en el centro del Universo y lo que ahora se movía no era sólo nuestro planeta sino también el lugar del saber. Desde la religión, sus instituciones y sus dogmas hacia la ciencia y su método experimental: formular hipótesis, probarlas mediante experimentos y llegar a conclusiones basadas en evidencia, no en mandatos políticos. Galileo fundaba así la ciencia moderna que es uno de los pilares, valga la redundancia, de la modernidad. Y también del fabuloso desarrollo tecnológico actual. A esta nueva forma revolucionaria de explicar el mundo se la conoce también como ciencia galileana.

MAGA. Volvió Trump. Brutal. Extraño. Moralmente repudiable. Seguramente poco realista. No coincidimos con la mayoría de sus planteos y su autoritarismo global que tensa al mundo. Pero dice algo en que coincidimos: la riqueza de las naciones se sustenta en la energía y el desarrollo depende de la energía barata que nos brindan los hidrocarburos. Apenas asumió, empezó a revertir la política energética de Washington implementada por Joe Biden y a tomar medidas que impactan en los mercados energéticos globales, desde el petróleo y el GNL hasta el desarrollo de las llamadas energías renovables.

En una avalancha de decretos (órdenes ejecutivas) en el primer día de su mandato, la nueva administración revirtió, eliminó o suspendió las políticas energéticas y climáticas de Biden en todos los ámbitos, desde renunciar al Acuerdo de París hasta suspender la prohibición de las cocinas a gas. Biden sucumbió a la narrativa de una ciencia climática politizada, no galileana.

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Trump dijo que cualquier funcionario federal que "...planee o coordine acuerdos energéticos internacionales deberá priorizar de ahora en adelante la eficiencia económica, la promoción de la prosperidad estadounidense, la elección del consumidor y la moderación fiscal en todos los compromisos extranjeros que afecten a la política energética". Esto es incompatible con el Acuerdo de París que obliga a los países firmantes a descarbonizar sus sistemas energéticos para evitar una supuesta "catástrofe climática" que amenaza a la humanidad.

Volvió Trump. Brutal. Extraño. Moralmente repudiable. Seguramente poco realista. No coincidimos con la mayoría de sus planteos y su autoritarismo global que tensa al mundo. Pero dice algo en que coincidimos: la riqueza de las naciones se sustenta en la energía y el desarrollo depende de la energía barata que nos brindan los hidrocarburos.

En este punto se abre otra discusión. Trump tiene que interpelar a las ciencias del clima para sostener su política energética. Por eso, el impacto de la nueva política energética en Estados Unidos no se da sólo en el campo de la energía, sino que también impacta al campo de la ciencia, que es el que se ha utilizado para sustentar la narrativa del alarmismo climático.

Cambiar esta combinación, donde la ciencia jugó un papel coercitivo como herramienta para imponer una agenda geopolítica, es tal vez uno de los cambios más radicales que puede llevar adelante la nueva administración, aunque Trump no sea consciente de esto. Sus argumentos muchas veces son burdos y no permiten comprender la profundidad de la problemática. El cambio climático no es una estafa como él plantea, ocurre. La discusión, en todo caso, es cuanto influye la actividad humana sobre ese cambio. No es fácil definirlo.

La estafa o lo discutible, en todo caso, es el alarmismo climático que obliga a los países a seguir determinadas políticas energéticas que favorecen a lo que podríamos llamar el "complejo industrial financiero verde" apalancado en subsidios y asociado a sectores académicos que construyen una narrativa utilizada por los políticos, organizaciones ambientalistas y medios de comunicación.

Manifestación en la cumbre del clima de Paris del 2015.

Una de las consecuencias de la transición energética y su camino hacia el net zero impuesta por los países centrales es que para salir de la dependencia de los combustibles fósiles ha politizado a la ciencia climática, poniendo en tela de juicio su integridad y generando una nueva inquisición donde los científicos que interpelan al alarmismo climático son tratados como herejes. ¡Ay, Galileo!

Hoy, estamos viviendo una transición energética forzada por la política a partir de externalidades ambientales, no por el descubrimiento de fuentes energéticas de mayor calidad, por nuevos desarrollos tecnológicos o por la dinámica de los mercados.

Esta situación es una de las grandes críticas de Trump a la política energética global. Aunque un día después del anuncio se contradice y le exige a la OPEP, a partir de ejercer presión política, que baje los precios del petróleo, amenazando a Arabia Saudita con sanciones si no lo hace. Libertad de mercado hasta cierto punto, antes, y sobre todo, seguridad energética.

Liberación. En una orden ejecutiva titulada "Liberar la energía de Estados Unidos", Trump denunció las "regulaciones onerosas y motivadas ideológicamente" que han impedido el desarrollo de las fuentes de energía estadounidenses. Las palabras solar y eólica no aparecen en la orden ejecutiva, mostrando claramente que para Trump la energía que hay que liberar es la producción de gas y petróleo. La consecuencia es el desmantelamiento integral de casi todos los mandatos y subsidios de energía "limpia" creados en los últimos años por la administración demócrata, entre otros:

  • Elimina el mandato de vehículos eléctricos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, según sus siglas en inglés) de Biden.
  • Pone fin a los esfuerzos del Departamento de Energía (DOE) para prohibir los aparatos que funcionan a gas.
  • Establece una fecha límite para que la EPA elimine el uso del "costo social del carbono", una cifra arbitraria que los funcionarios federales han utilizado para justificar políticas climáticas costosas.
  • Tiene una sección llamada "Finalización del New Deal Verde", que dice que todas las agencias federales deben "pausar inmediatamente el desembolso de fondos asignados bajo la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos", incluidos, entre otros, los fondos para la carga de vehículos eléctricos.
  • Pide el fin de la pausa a las exportaciones de GNL impuesta por el DOE.
  • Incluye una sección completa sobre elementos estratégicos y ordena a las agencias federales que identifiquen todas las "acciones de las agencias que imponen cargas indebidas a la minería y el procesamiento nacionales de minerales no combustibles y que tomen medidas para revisar o rescindir dichas acciones".

Tal vez el mejor resumen del documento se encuentra en una sección que pide una "revisión inmediata de todas las acciones de las agencias federales que potencialmente afecten el desarrollo de los recursos energéticos nacionales".

El cambio climático no es una estafa como plantea Trump, ocurre. La discusión, en todo caso, es cuanto influye la actividad humana sobre ese cambio. No es fácil definirlo. La estafa o lo discutible, en todo caso, es el alarmismo climático que obliga a los países a seguir determinadas políticas energéticas que favorecen a lo que podríamos llamar el "complejo industrial financiero verde".

Las dos agencias más cuestionadas son la EPA y el DOE. Existe una muy cuestionada resolución de la EPA de 2009 conocida como "Endangerment Finding" o hallazgo de peligrosidad, donde se determinó que el CO2 y otros gases de efecto invernadero califican como "contaminantes" bajo la Ley de Aire Limpio de 1970, porque son un "peligro para la salud y el bienestar público".

Calificar al CO2, que es imprescindible para el desarrollo de la vida, como contaminante es forzar al extremo algunas definiciones científicas con intencionalidad política. Esta resolución, que sirvió de base para las regulaciones de Biden que restringen los combustibles fósiles, ha generado litigios en el pasado y los seguirá generando en el futuro. Habrá que ver si Trump logra eliminarla, aunque no será sencillo ya que hay mucha jurisprudencia, incluso de la Corte Suprema de Estados Unidos, que avala esa resolución de la EPA. La ciencia, otra vez interpelada. Y la justicia también.

DOE. Respecto al Departamento de Energía, seguramente cambiarán también muchas políticas. Durante la administración anterior, al entrar en la página web del DOE, el título era muy elocuente: "Combatiendo la crisis climática", mostrando cual era el motor y sentido de la política energética de Biden. Hoy, es absolutamente diferente. El titular de la página de inicio es "Restaurar el dominio energético", rememorando que EE.UU. se hizo grande en la primera mitad del siglo XX a partir de ser el mayor productor mundial de petróleo. Y continúa: "las acciones del primer día del presidente Trump devolverán el departamento al orden normal".

Inversores siguen la evolución de la acción de la petrolera saudí Saudi Aramco en Riyadh.

Este nuevo orden según Trump es desatar el dominio energético de Estados Unidos para sostener su primacía mundial sustentada en la industria: "Estados Unidos volverá a ser una nación manufacturera, y tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás: la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra". Más allá de la grandilocuencia, EE.UU. no es el país con más reservas de petróleo, está en el puesto nueve. Tampoco es el país con mayores reservas de gas, está cuarto detrás de Rusia, Irán y Qatar.

Epopeya. Trump tiene un solo mandato de cuatro años para alcanzar sus ambiciones, ¿este nuevo orden energético que está proponiendo se podrá llevar a cabo? ¿Perdurará o se extinguirá al final de su presidencia? Difícil especular con ese futuro. Hay que ir adonde uno cree que está la verdad. ¿La verdad está acaso en el IPCC y en la diplomacia ilustrada de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) que todos los años nos convoca a la Conferencia de Partes?

En ese ámbito es donde los países centrales intentan desplegar un sistema de gobernanza global que perjudica el desarrollo de los países emergentes, sustentado en predicciones de catástrofes climáticas que no se sustenta en ninguna explicación científica del clima. Se construyen escenarios sobre conjeturas. Predecir sin explicar no es ciencia, es política.

Las medidas que tomó Trump nos muestran que pareciera haber una verdad geopolítica que es más fuerte, donde el poder y los intereses definen el camino de la política energética global, en estos últimos tiempos disimulado en supuestas verdades científicas. Hay que reconocer que desde que empezó la batalla climática hace cuarenta años, el clima no es lo único que ha cambiado.

La tecnología, los valores culturales, los centros de poder político, económico y militar han cambiado mucho más. Cayó el Muro de Berlín, hoy no existen la Guerra Fría, la Unión Soviética ni tampoco el peligro de una guerra atómica. Y existe China.

Lo mejor que podemos decir es que el mundo seguirá descarbonizando lentamente su sistema energético y, al mismo tiempo, la Tierra seguirá calentándose lentamente sin catástrofes a la vista. Y las sociedades seguirán adaptándose a los peligros climáticos cambiantes de distintas maneras, como siempre lo han hecho, con ganadores y perdedores en el camino. Lo que nos muestra Trump es que el cambio climático no es ni una emergencia ni una crisis. Es una epopeya política. Y tal vez tenga razón.

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