Corrupción
Corrupción o gobernabilidad, la trampa del postkirchnerismo
Por Ignacio Fidanza
Carrió y Duhalde encarnan los polos del debate que surca la oposición: ¿Cómo garantizar justicia y gobernabilidad, cuando los Kirchner ya no estén?

El viejo dilema que atenaza al sistema político argentino hace más de medio siglo ha regresado. ¿Cómo construir una alternativa de gobierno eficaz por fuera del peronismo?. Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, los dos únicos presidentes no peronistas desde el regreso de la democracia, fracasaron con distinta intensidad a la hora de edificar no ya una fuerza política superadora, sino una capaz de ofrecer la posibilidad de la alternancia.

Como entonces, una dirigente proveniente del radicalismo, empieza a acercarse a la Presidencia, aupada por el hartazgo social ante la corrupción y la arbitrariedad de los actuales gobernantes. Sin embargo, Elisa Carrió ha emprendido su larga marcha con un andamiaje político incluso más frágil que el de sus predecesores. Ya no existe un partido radical nacional y vigoroso, la única fuerza que desde el surgimiento del peronismo se acercó a su volumen político y social.

Es aquí donde empiezan a surgir las dudas sobre la capacidad del inmenso desafío que aguarda a Carrió. Porque no se trata sólo de ganar la elección -trámite difícil pero posible gracias a la suma de errores que comete el oficialismo-. El verdadero problema es que al mismo tiempo que desafía y vence a un poder que se ha rebelado implacable, Carrió deberá emprender una tarea titánica: Construir una nueva fuerza política nacional que le de sustento a su liderazgo.

No es una tarea imposible. Pero un repaso por los líderes que han logrado semejante proeza con éxito y solidez, arroja nombres de vértigo: Juan Domingo Perón, Mao Tse-tung, Lech Walesa, y más cerca, Lula da Silva y su creación política, el Partido de los Trabajadores. Hay muchísimos apellidos para agregar a esta lista, pero en cualquier caso, el listón sigue alto, muy alto.

Es que el verdadero desafío -y aporte- de Carrió es ofrecerle a la democracia argentina una alternativa de gobierno al peronismo. Tan sencillo y tan difícil como eso. Si lo logra, en algún momento será Presidente, sino, tal vez sea presidente, pero será para sumar una nueva frustración y reforzar el vínculo bastante disfuncional que se ha generado entre los peronistas y el poder.

Lula es un excelente espejo para analizar la importancia vital de construir la casa desde los cimientos. Primero la fuerza política y social de alcance nacional. Y con esa base, más tarde o más temprano el gobierno llega y cuando llega, existe el músculo para administrarlo.

Carrió no sólo adolece de una red de gobernadores, intendentes, legisladores provinciales y nacionales de la densidad del peronismo. Le falta algo mucho más serio y necesario: una base sindical en la que recostarse. Si hay algo que su fuerza ha descuidado es la construcción al interior del movimiento obrero. Error gravísimo que sólo se termina de entender cuando llega el tiempo del conflicto. Lo comprendieron Alfonsín y De la Rúa, cuando ya era demasiado tarde.

Carlos "Chacho" Alvarez, como peronista que es, lo entendió en su momento y apostó a la CTA de Víctor de Genaro, la única experiencia sindical que con más o menos éxito logró erigirse como alternativa al sindicalismo tradicional de la CGT, aunque es inmenso el trayecto que le falta recorrer para acercarse a la representatividad de esa organización. Y aún así, hoy la CTA está más cerca de los Kirchner que de Carrió. Tal vez, influya en este descuido el pasado radical de Carrió.

Peronismo, corrupción y poder

Puede concederse la duda sobre cual es el impacto real de la corrupción en la decadencia argentina ¿Es determinante? ¿O se trata de un factor que agrava una situación provocada por otras causas, y que a lo sumo, en caso de no existir o estar atenuado, tampoco habría garantizado el desarrollo integrado del país?

Es un debate. Y sobre esa idea, que le quita entidad al problema de la corrupción, se monta el peronismo en sus periódicos cambios de piel. Es la coartada que le permite instrumentar los indultos masivos que instrumenta en cada relevo de liderazgo. Es lo que estamos presenciando con una transparencia encantadora, cuando Eduardo Duhalde habla del hartazgo de los gobernadores y líderes peronistas del estilo autoritario de los Kirchner. Es notable observar como el problema de la corrupción está ausente en su discurso.

El peronismo se imagina como un partido de gobierno, se mimetiza con el Estado que llega a considerar como algo propio, y desde ese lugar ofrece ocuparse de "las cosas que de verdad importan". Esto es, la economía, el trabajo, la justicia social. Temas como el respeto a las instituciones o la corrupción, son en todo caso entretenimientos para almas sensibles y sobre todo, con mucho tiempo libre.

Duhalde visualiza que una nueva "rebelión de las elites peronistas" a comenzado a borbotear. Los Kirchner ya no son garantía de éxito electoral, esto es, ha empezado a cuestionarse su capacidad para lo único que importa: conservar el poder. Entonces, Duhalde ve la oportunidad y se propone como el eje sobre el cual construir un nuevo remix que asegure la continuidad.

"Si gana Lilita vamos todos presos", es el discurso unificador de Juan Carlos Mazzón para encolumnar a los peronistas detrás de Kirchner. "Si seguimos a Kirchner, perdemos las elecciones, el poder, y vamos todos presos", es la idea que empuja Duhalde.

Una hegemonía en crisis

Pero el fracaso peronista es más profundo que la corrupción que ha convertido a un movimiento que nació como la expresión política de los sectores más desposeídos, en una bizarra casta de millonarios que han perdido el rumbo, el coraje y el sentido de su existencia política. El fracaso imperdonable es que allí donde han administrado el poder, han reproducido y agravado la pobreza y la marginalidad. El saldo de los últimos 25 años de democracia, que básicamente han sido un largo mandato peronista -con breves interregnos radicales- es elocuente en ese sentido. Aunque tal vez una cosa esté relacionada con la otra.

Como maquina de poder, el peronismo entendió que para conservar la hegemonía política, como dijo Antonio Gramsci, es necesario combinar fuerza y consentimiento en un equilibrio variable. Si sólo se basara en la fuerza sería imposible asegurarse el control por tiempo indefinido, el consentimiento de los gobernados es crucial para darle sustentabilidad al sistema.

Se suma a este dispositivo el soborno político y empresario. Sencillamente, la gente se puede sobornar y esto es una espléndida vía para lograr adhesiones y evitarse problemas de manera poco cruenta. El kirchnerismo elevó esta práctica a la categoría de política de Estado, sacralizándola en un sistema fiscal centralista, vía institucional y última expresión de esa mirada del poder.

Pero el sistema está crujiendo. El exceso y la desmedida han empezado a volver disfuncional este manejo del poder. "La tasa del sistema sencillamente está muy alta, aquí hace falta un mani pulite como el que hicieron los italianos para bajarla, cuando la tasa de la corrupción se había disparado", explicó a este columnista un empresario que no perdió el gusto por el análisis y la lectura.

Así la fuerza, expresada como espionaje, intimidaciones económicas y públicas, fuerza bruta o conflicto sindical, está agotando su capacidad de intimidación, porque ya no hay tantos buenos negocios para hacer -o mejor, son cada vez menos y más cercanos al poder, los pocos que los hacen-. O sea, la adhesión en las elites está en proceso de declive. Y la opinión pública hace tiempo que se cansó. Así, un gobierno sin la adhesión de las elites y la mayoría social, está parado sobre el aire.

Pero este consenso anti Kirchner que se está cristalizando -como en su momento lo fue contra Menem-, encierra un inmenso riesgo. El hartazgo, la bronca, hasta la indignación, necesitan un canal que los metabolice en alternativa política consistente. El "cualquiera menos los Kirchner" es peligrosísimo, además de infantil. Las frustraciones que hoy se concentran en su figura son más profundas que sus particularidades personales y los exceden. No es del perro del que hay que ocuparse, sino de la rabia.

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  • 2
    Diego Armando Campos
    07/01/09
    22:29
    Mientras no se quite la mayoria del Senado no tiene sentido asumir el gobierno de la Nacion,como asi tambien la democratizacion sindical.
    Responder
  • 1
    Rafael Eduardo Micheletti
    07/01/09
    12:15
    Me gusta mucho el artículo, como siempre, muy claro y profundo, pero no estoy de acuerdo con que Carrió sea la única salvación. Yo mismo voté a Carrió las elecciones pasadas, y eso que estaba fiscalizando para Recrear. La oposición democrática, sostenida en electorados más independientes que la hacen interesada en seguir los dictados del sentido común y las buenas intenciones del ciudadano medio, no puede distanciarse y alimentarse de prejuicios por tener ideologías no del todo equivalentes, cuando precisamente son las ideas, como herramientas de transformación, en oposición a los intereses particulares de una clase dirigente cerrada y excluyente sostenida gracias al clientelismo, la corrupción y la ignorancia, lo que está en juego. A Carrió le costó superar ciertos prejuicios hacia Macri por su padre y su condición de empresario, pero no caben dudas de que el PRO, por la calidad de sus dirigentes, su apego a las instituciones y sus ideas republicanas, es parte de esa oposición democrática llamada a reformar el sistema político argentino.
    Responder
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