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DeSantis en campaña, el guerrero cultural que se inspira en Reagan para combatir a Trump
El gobernador de Florida, que anuncia su lanzamiento para la semana próxima, actualiza la tradición combativa de derecha que llegó al poder en los ochenta. El riesgo mayor, ser devorado por el cataclismo que provocó Trump.

Es consenso que la gran figura en ascenso del Partido Republicano, Ron DeSantis, será el encargado de contestar la candidatura de Donald Trump a la nominación presidencial del partido republicano. El gobernador de Florida representa, para el ala anti-Trump de la derecha, cada vez más endeble, una posible salvación, síntesis de la invectiva cultural característica del republicanismo anti-Obama y el elitismo conservador de ‘country club' asociado con sus vertientes más aristocráticas. La base electoral republicana no parece convencida, sin embargo: según las últimas encuestas, Trump ostenta una ventaja en las encuestas de casi el 30%, y lo que brevemente asomó como una alternativa-republicanismo DeSantis, trumpismo sin Trump-parece evaporarse. Peor aún: DeSantis todavía no confirmó su candidatura, con lo que el expresidente, que se anunció como precandidato hace meses, le aventaja semanas enteras de campaña. Falta más de un año para las elecciones: ¿tiene futuro el movimiento DeSantis, o es Trump dueño absoluto del partido republicano?

No obstante la respuesta, ante la alternativa familiar de Trump-cada vez más recelado, incluso por quienes supieron ser sus aliados, como Fox News-la visión de DeSantis, diferente en algunos puntos clave, ofrece una nueva evolución del partido republicano. Esta posibilidad vuelve acuciante la necesidad de comprender con mayor profundidad su propuesta y visión ideológica, y principalmente su relación con generaciones anteriores de pensamiento y política de derecha.

El gobernador de Florida representa para el ala anti-Trump de la derecha una posible salvación, síntesis de la invectiva cultural característica del republicanismo anti-Obama y el elitismo conservador de ‘country club'. 

DeSantis es, principalmente, un guerrero cultural, el novísimo en un linaje que se estira hasta los años 80 y cuya historia es esencial para entender tanto su atractivo para el liderazgo del GOP como su aparente fracaso electoral.

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Debemos primeramente definir la guerra cultural a nivel general, y comprender su rol en la política contemporánea. Puede entenderse, de manera simple, como producto de una elevada polarización ideológica a nivel político y/o social que se manifiesta en un grado elevado de conflicto y desacuerdo en asuntos de distinta magnitud. 

Estos asuntos no tienden a ser de carácter económico, sino social o, como indica el nombre mismo del fenómeno cultural. Podríamos incluir entre esos: guerra en Ucrania, los derechos de las poblaciones trans y LGBT, la teoría critica de la raza (CRT por sus siglas en inglés), as medidas de precaución por la pandemia de COVID, el rol de la polícia en la sociedad, la inmigración no autorizada, la regulación de las armas de fuego, la fundación de los EEUU, y el cambio climático.

DeSantis es, principalmente, un guerrero cultural, el novísimo en un linaje que se estira hasta los años 80 y cuya historia es esencial para entender tanto su atractivo para el liderazgo del GOP como su aparente fracaso electoral. 

La naturaleza del fenómeno hace difícil determinar factores causales ya que ambos lados son incapaces de siquiera comprender la posición de sus adversarios. El partido republicano, particularmente desde el ascenso de Trump, ha perseguido estos objetivos de manera uniforme y comprometida.

En la era Obama, por su parte, algunos puntos focales de la discusión fueron la ciudadanía del presidente (una controversia espúrea iniciada por el propio Trump), la investigación por los eventos en Benghazi, Obamacare, la regulación de armas de fuego y el matrimonio igualitario. Podría verse el comienzo de esta actitud en la dirigencia política republicana cuando Mitch McConnell, entonces líder del congreso, determinó que el objetivo del partido durante el primer término presidencial de Obama sería imposibilitar su reelección. Esa actitud marcó la actitud del congreso entonces dominado íntegramente por los republicanos, e hizo de Obama un presidente incapaz de llevar a cabo acción legislativa duradera.

DeSantis en campaña, el guerrero cultural que se inspira en Reagan para combatir a Trump

No obstante esa transformación, algunas temáticas, como la inmigración y la discriminación racial, son perennes preocupaciones en el debate político, y representan dos conflictos fundantes en los Estados Unidos. Por ende, presentan frentes constantes dentro del arco político a lo largo de los últimos 250 años puestos en manifiesto en los últimos tiempos por el alza en violencia policial, las protestas por BlackLivesMatter, el intento de golpe de estado del 6 de enero de 2020, y las controversias fabricadas alrededor de lo que los republicanos llaman la teoría crítica de la raza y su enseñanza en colegios.

No debe pensarse que estas controversias son ‘más reales' que aquellas con historias más breves, ya que en el presente todas manifiestan la misma actitud al transformar la conflictividad y el desacuerdo en modalidades política en sí mismas. Habiendo perdido la creencia de que mediante la política es posible efectuar transformaciones virtuosas de la sociedad, la guerra cultural se apropia y exacerba la polarización social para asegurar la continuidad del guerrero cultural (en este caso el partido republicano) en el poder. Su misión es dividir, reducir toda problemática a un enfrentamiento entre bandos irreconciliables cuya misma supervivencia depende de la cuestión sobre la mesa.

Perdida la creencia de que mediante la política es posible efectuar transformaciones virtuosas de la sociedad, la guerra cultural exacerba la polarización para asegurar la continuidad del guerrero en el poder.

El origen de esta modalidad, incluso anterior a Obama y McConnell, yace en los años 80 del anterior gran Ronald de la derecha: Reagan. En ese momento los combates, mayormente resabios y repeticiones de los movimientos liberatorios y contraculturales de los años 60, gravitaron alrededor de temáticas que se mantienen vigentes, como la homosexualidad, el aborto, y la censura. Sin embargo, otros debates, desde las ‘guerras del canon' (alrededor de los sesgos identitarios que condicionaban la definición misma de la noción del canon) hasta la realidad histórica de la evolución, parecen mayormente saldados.

La militancia de la "Nueva Izquierda" visibilizó una actitud crítica hacia el gobierno, el estado, y gran parte de la sociedad, rechazando el servicio militar obligatorio y la guerra de Vietnam, las persecuciones anticomunistas del macartismo, la segregación racial y las ataduras de estructuras familiares restrictivas.

El conservadurismo moderno, que fue fundado en los años 50 en la revista National Review, financiada y dirigida por el mediático intelectual de derecha William F. Buckley, llegó al poder con Reagan. Su misión fue erradicar estas transformaciones. En la década del 70, por su parte, las facciones ‘neoconservadoras' del partido lideradas por figuras otrora de la Nueva Izquierda como Irving Kristol y Norman Podhoretz incorporaron la combatividad que caracterizaba al activismo de izquierda con posiciones derechistas de elite, estableciendo campo fértil para lo que luego sería el reaganismo.

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Cuando tomó el poder, Reagan implementó un programa de medidas tanto políticas y económicas como culturales que legitimaron y exacerbaron la reacción conservadora al avance de los derechos de las minorías. Mediante la bombástica retórica neoconservadora, y la afición de Kristol et al a favor de un mayor intervencionismo militar estadounidense, Reagan inició guerras en Libia e Iraq, y fomentó ataques de manera clandestina alrededor del mundo, incluyendo la fallida ‘guerra contra las drogas.' Esto fue de la mano con las guerras culturales y le aseguró al reaganismo y sus herederos el dominio total de la política estadounidense que sobrevivió, de una manera u otra, hasta el ascenso de Trump.

A diferencia de sus predecesores tanto republicanos como demócratas, Trump fue una bola demoledora, ideológicamente idiosincrático-indiferente ante el aborto o los derechos LGBT, dos luchas centrales para el conservadurismo-y displicente, capaz de destrozar tanto a enemigos como a copartidarios desde Jeb Bush a Ted Cruz. Esta irreverencia e indisciplina ante la línea partidaria fue lo que le consiguió tanto la lealtad acérrima de sus seguidores anti-establishment como su posición extraordinaria dentro del panorama político contemporáneo.

Trump elevó la combatividad de la retórica neoconservadora y la reconcilió con posiciones populistas y aislacionistas opuestas al elitismo y militarismo tradicional de ese grupo. Los neoconservadores, quienes tenían las riendas del poder hasta entonces, lideran la militancia republicana en contra del expresidente y actual candidato.

A diferencia de sus predecesores, Trump fue una bola demoledora, ideológicamente idiosincrático y displicente, capaz de destrozar tanto a enemigos como a copartidarios desde Jeb Bush a Ted Cruz.  

DeSantis, por su parte, comparte la combatividad de Trump, pero es un político en el sentido más tradicional de la palabra. Brillante negociador, su primer candidatura a la gobernación parecía un fracaso hasta que obtuvo el apoyo de Trump.

Al comienzo de su mandato, aparentó ser de orientación relativamente moderada, y siempre se atuvo a la línea partidaria con diplomacia. Luego de tomar posición firme en contra de cualquier medida de salud pública en respuesta a la pandemia de COVID, esto cambió. El DeSantis post-pandemia apunta contra cualquiera que se le interponga, desde docentes y especialistas en educación hasta megacorporaciones como Disney y Anheuser-Busch InBev, a quienes acusa de ser ‘woke'. Aun así, mantiene su destreza política, habiendo ganado su reelección por el mayor margen visto en 40 años en Florida. Su término como gobernador transformó al Estado en un baluarte republicano, y cultivó relaciones tanto con el ala trumpista como con el ala ‘Never Trumper' del partido sin generar particular rechazo dentro del arco derechista.

Al combinar la violencia retórica de Trump con una destreza política que a este jamás le interesó, DeSantis parecía ofrecer un proyecto superador al del expresidente para las elecciones del año próximo. Sin embargo, al día de la fecha, todo parece haber quedado en la nada, y quien vuelve a la boleta presidencial republicana es Trump.

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