Turismo
España recibió 700 millones de turistas en los últimos diez años: ¿Cuán sostenible es este "motor económico"?
España es el segundo país del mundo que más turistas recibe. El sector supuso el 61% del crecimiento de la economía en 2022. Pero los expertos advierten: "Es un fenómeno insostenible en la dimensión ecológica y social".

Por estos días, España saca pecho de una de sus mayores fortaleza económica: el turismo. Este lunes, la Comisión Europea mejoró sus perspectivas para la economía española en 2023, en gran medida, gracias al repunte de este pujante sector.

La semana pasada, el Instituto Nacional de Estadística (INE), con datos de las encuestas de Movimientos Turísticos en Frontera (Frontur) y de Gasto Turístico (Egatur), dio a conocer las cifras finales de 2022. España recibió un total de 71,6 millones de turistas internacionales que realizaron un gasto de 87.061 millones de euros.

El número duplica al registrado en 2021 y queda cerca del récord de 2019 -antes de la pandemia-, cuando llegaron 83,5 millones de visitantes. Gobierno y patronal, como era de esperar, se mostraron exultantes al conocerse la estadística.

"Los datos confirman la intensa recuperación del sector turístico en 2022. Se han cumplido las expectativas que teníamos de recuperar a la mayoría de los turistas internacionales de la prepandemia, pero lo más importante es que está creciendo más el gasto y también la estancia media y ello supone una mejora de la calidad y la rentabilidad de nuestro sector", dijo la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto.

Exceltur, que agrupa a las grandes empresas del sector, destacó en su informe anual que el turismo aportó 159.490 millones de euros en términos nominales al producto interior bruto un 1,4% más que en 2019, y supuso un 61% del crecimiento del PIB español. La "demanda americana", del norte y del sur, compensó la falta de llegas de Rusia y China, explicaron desde esta organización.

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Tanto el Ejecutivo como el sector privado proyectan que la mejora de la actividad se va a consolidar este año a pesar de la amenaza de un parón económico global. Según la Organización Mundial del Turismo (datos de 2019), España es el segundo país del mundo que más turistas internacionales recibe, solo superado por Francia. 

La cifra trepa a casi 700 millones (696,6) al hacer el recuento del último decenio con una sostenida y marcada progresión que cortó la pandemia: 57,9 millones en 2012; 60,6 en 2013; 64,99 en 2014; 68,1 en 2015; 75,3 en 2016; 81,8 en 2017; 82,8 en 2018; y 83,5 en 2019.

El turismo es un fenómeno insostenible tanto en su dimensión ecológica como en su dimensión social. En España tenemos un problema de doble vertiente, una compartida: el consumo turístico tiene un papel fundamental en la configuración del modelo de felicidad culturalmente impuesto, lo que es ecológicamente problemático; y una vertiente propia: el de ser una superpotencia turística a nivel mundial

En el plano ecológico la magnitud de estos guarismos choca de frente con la necesidad de reducir la huella de carbono de un sector que suma el 8% del total de las emisiones del planeta, según un estudio científico que, por primera vez, calculó el conjunto de emisiones del sector (aviones, gasto energético de los turistas en el lugar de destino y gasto energético de los productos que cubren sus necesidades durante la estancia).

Un ejemplo: un viaje europeo (París-Barcelona) de una semana para una familia de cuatro produce cerca de una tonelada de emisiones de carbono, más del 90% generadas por los vuelos.

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¿Puede España sostener estas altas cifras de turismo internacional en un escenario no muy lejano de reducción de recursos (energía, agua) y de agravamiento de la crisis climática? LPO consultó a Emilio Santiago Muiño y Andreu Escrivà, dos prestigiosos ambientólogos, para deshilachar este interrogante.

Turistas agolpados en la playa de Cala Pi (Mallorca).

La primera conclusión de ambos expertos es que estamos ante un modelo de turismo "claramente insostenible". 

"El turismo es un fenómeno insostenible tanto en su dimensión ecológica como en su dimensión social. En España tenemos un problema de doble vertiente, una compartida: el consumo turístico tiene un papel fundamental en la configuración del modelo de felicidad culturalmente impuesto, lo que es ecológicamente problemático; y una vertiente propia: el de ser una superpotencia turística a nivel mundial", explica Santiago. 

Y agrega: "Esto es muy problemático tanto por los efectos destructores que tiene en los territorios, como también por los escenarios de discontinuidad al que vamos. Es probable que la escasez energética minimice la recepción de vuelos -es deseable que lo hagamos porque los vuelos tienen un impacto climático brutal- y que el cambio climático destruya mucho de nuestros encantos turísticos. Todo esto se está combinando en España para ejercer una serie de presiones que aún no han comenzado y que, seguramente, van a generar muchos conflictos en los próximos años".

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Escrivà traza el mismo diagnóstico: "Estamos en un modelo turístico insostenible que está enfocado a recibir siempre más visitantes. Toda la estrategia, tanto de los gobiernos como de la patronal, está enfocada en que cada vez vengan más turistas. Llega un momento en que esto  no se puede sostener, porque las infraestructuras no aguantan y porque desencadena graves problemas ecológicos y sociales. Tenemos que plantearnos si estas cifras son una buena noticia. Tenemos que cuestionarnos esta naturalización".

La "turistificación", coinciden ambos ambientólogos, no es un problema ecológico, también social, al ser un proceso que acaba teniendo "repercusiones perversas en la subida de los alquileres, en el desplazamiento de las poblaciones, en la sobreexplotación de los territorios". 

Un primer paso a dar es "meter en cintura los elementos más exagerados del tsunami turístico", dice Santiago, Doctor en Antropología Social por la Universidad Autónoma de Madrid y máster en Antropología de Orientación Pública.

Es muy complicado para los ambientólogos y ecologistas impugnar y criticar a quien se pasa todo un año esperando para viajar que esa práctica es insostenible, que se tiene que quedar en casa o viajar a un pueblo a 100 kilómetros

Señala "medidas de intervención rápida" ligadas a la regulación de los mercados turísticos, como la implementación de una "ecotasa", limitar la oferta de plazas turísticas o intervenir los pisos destinados al turismo.

"Hay una primera línea de intervención para reducir la oferta turística que es muy necesaria. Luego hay medidas de medio y largo plazo como diversificar el modelo productivo para no depender tanto del turismo. Y también cuestiones inseparables de modulaciones más amplias respecto al sistema internacional de transporte: si Europa tuviera una red de trenes camas que permitiesen desplazamientos nocturnos con facilidad a precio asequible, una parte de los sobreconsumos ecológicamente insostenible que el turismo produce se podrían minimizar", reflexiona.

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Escrivà -Licenciado en Ciencias Ambientales en la Universidad de Valencia, máster en Biodiversidad, Conservación y Evolución y también doctor en Biodiversidad- resalta que hay margen para políticas públicas que apunten a una "capacidad de carga determinada". 

"Es hacer trampa al solitario y acabar matando a la gallina de lo huevos de oro pensar que podemos asumir todos los turistas que vengan. Tenemos que ordenar las experiencias turísticas desde las raíces", afirma. Es partidario de una ecotasa ("Nadie va a dejar de ir a una ciudad porque se le cobre un euro por noche y eso puede ayudar para la depuración de agua, la recolección de basura, la jardinería"), pero escéptico de su implementación por el "poderoso" lobby que tiene este sector. 

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"Muchas medidas que se podrían tomar tienen aceptación social, la gente entiende que es de sentido común, pero tenemos un lobby que es muy poderoso y que aprieta porque el relato y la narrativa de las bondades del turismo siguen muy arraigadas. El lobby turístico juega con esta baza para meter miedo al poder político", subraya.

Los dos expertos, no obstante, ponen al factor "identitario y aspiracional" como el más difícil de abordar a la hora de interpelar al turismo. 

 La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau (derecha), una de las voces más críticas de la política respecto a la  "turistificación".

"El elemento fundamental es el papel que el turismo juega en la estructura motivacional de nuestras sociedades. El turismo es como el gran premio. La gente aguanta seis meses en trabajos horribles, soportando entornos laborales tóxicos, pero tiene ese momento, el turismo, como válvula de escape en el cual accede a la compensación de todo un año", analiza Santiago.

"Por eso -encadena- es muy difícil que una concienciación de signo restrictiva tenga éxito, tanto a nivel cultural como político. Lo que creo que hay que hacer es disputar ese deseo en otras coordenadas. Resignificar el deseo, redescubriendo la proximidad, por ejemplo, en lugar de hacer una especie de ejercicio pedagógico y moral para hacer tomar conciencia de que este deseo es insostenible. 

A su juicio, "en el camino de la represión el ecologismo va a fracasar": "El ecologismo va a triunfar si resignifica otras maneras de viajar no como una pérdida, sino como un viajar mejor. Dejar atrás la masificación, la mercantilización, las experiencias prefabricadas. En este caso, las prácticas son más importantes que la pedagogía".

Tanto el Ejecutivo como el sector privado proyectan que la mejora de la actividad se va a consolidar este año a pesar de la amenaza de un parón económico global. Según la Organización Mundial del Turismo (datos de 2019), España es el segundo país del mundo que más turistas internacionales recibe, solo superado por Francia 

Para Escrivà, quien acaba de publicar su nuevo libro "Contra la Sostenibilidad", una explicación muy sintética y gráfica sobre los los límites del paradigma de la sostenibilidad, el turismo aún "goza de un status" del que ya no gozan algunas empresas petroleras u otros sectores contaminantes. ¿La explicación? "Todos, o casi todos, somos turistas en algún momento del año". "Siempre ir contra los turistas es ir contra uno mismo. Y obliga a un cuestionamiento de tus hábitos, de tus deseos".

Lo más difícil para un ambientólogo es "tocar aquello que es aspiracional". "Puedes conseguir con cierto éxito que la gente deje el coche para ir al trabajo si le pones transporte público de calidad, debido a que ahí impera una lógica puramente instrumental. Pero si tú le dices a la gente lo que tiene que comer (los cambios en la dieta), cómo tiene que vestir (cambios en la industria textil) y dónde tiene que viajar, te estás metiendo la lógica del goce", aclara. 

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Por esta razón, es "muy complicado para los ambientólogos y ecologistas impugnar y criticar a quien se pasa todo un año esperando para viajar que esa práctica es insostenible, que se tiene que quedar en casa o viajar a un pueblo a 100 kilómetros".

Escrivá reconoce los esfuerzos de algunas empresas turísticas por intentar disminuir su huella ambiental (el llamado "ecoturismo"), pero aclara sin rodeos que no son "inversiones sostenible porque la industria no lo es".

El concepto de "greenwashing" (ecoblanqueo), eje central se su libro, lo introdujo un investigador que a finales de los 80 fue a un hotel en el que le exigían que no lavase las toallas por ahorrar agua, pero el hotel, en su filosofía y estructura, era totalmente contaminante.

"Al final tenemos que plantearnos, aunque suene duro, que no existe ese turismo sostenible de ir a un "ecohotel" en mitad de Tailandia con toallas de algodón orgánico. Tenemos, al cabo, que asumir que nuestra vida no va a ser cien por cien sostenible. Y no es malo. Lo que tenemos que hacer es que el modelo de vida tenga una huella mucho menor, aunque tengamos momentos de insostenibilidad", explica el divulgador.

Pone un ejemplo: "Tiene sentido quemar gasolina para coger un avión a un sitio en el que no se puede llegar de otra manera, pero a costa de que en las ciudades expulsen a los coches y prioricen el transporte público".

La "proximidad", completa Santiago, es otro concepto clave en esta disputa al sentido dominante y a los "esquemas de perversión" del modelo turístico global. 

"Hay que reivindicar la capacidad de admiración y maravilla de los entornos más cercanos, incluso aquellos que no tienen ningún pedigrí turístico. Reivindicación de lo próximo. Dar la batalla del deseo para no tener que cruzar el mundo con una huella ecológica inmensa para acceder al "premio" por el que se lucha todo el año", explica.

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El turismo de proximidad, lamenta Escrivà, está "totalmente deslegitimado". "La industria turística lo que ha alimentado es ir lejos por ir lejos, cuanto más lejos mejor", dice recordando una vieja anécdota.

"Tras estar en el paro y no poder viajar durante algunos años por cuestiones económicas, decidimos en el primer verano de la relación de pareja con mi actual mujer irnos a Soria. Cuando a la vuelta me preguntaron por el destino del viaje y respondí Soria, las respuestas de todo fueron "No, pero a dónde te fuiste de viaje, dónde cogiste el avión", dejando entender que un buen viaje se hace en avión".  

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