Héctor Tejero
"El decrecimiento es un mal marco político, es demasiado opuesto al sentido cultural dominante"
El diputado de Más Madrid -doctor en Bioquímica y Biología Molecular y activista climático- es uno de los principales referentes del Green New Deal en España.

En España, la transición ecológica gana cada vez más fuerza en la agenda política de la izquierda. Hay un amplio consenso sobre la gravedad de la crisis ecosocial que enfrenta el planeta, un disruptivo escenario que por sus manifestaciones (el invierno más cálido de la historia en Europa, por ejemplo) ya no es ni abstracto ni futurista. 

En el progresismo, sin embargo, conviven posturas diferentes sobre cómo afrontar el agotamiento de un capitalismo global construido bajo los cimientos de los combustibles fósiles. Muchos científicos y ecologistas alertan que no hay mucho margen para los matices. Desde el activismo y la divulgación (redes sociales), advierten que los países desarrollados tienen que "decrecer" para evitar un "colapso civilizatorio". 

Otras voces (académicos, expertos en energía, dirigentes políticos), en cambio, son menos categóricas y alarmistas. Entienden que muchas de las dificultades pueden sortearse avanzando lo más rápido posible hacia un "capitalismo verde", un modelo que necesita, cuanto antes, de un masivo despliegue de las energías renovables. 

"Algunos sectores progresistas tienen miedo de hablar de la gravedad de la crisis ecosocial por la pérdida de votos"

Héctor Tejero (41 años), diputado de Más Madrid -doctor en Bioquímica y Biología Molecular y activista climático, forma parte de este segundo grupo. Es uno de los máximos referentes locales del Green New Deal (Nuevo Acuerdo Verde), que combina el color que identifica a la lucha por el clima con la referencia al New Deal que el presidente Roosevelt lanzó para salir de la Gran Depresión en los años 30.

Eres una de los referentes políticos e institucionales del amplio movimiento que está muy alarmado por la crisis ecosocial que tenemos en puerta. ¿Cuán complicado es ese rol, el de intentar darle institucionalidad a este disruptivo escenario?

Es un rol complicado, pero es el momento más fácil de los últimos años. En este último tiempo, la preocupación por la crisis ecosocial, sobre todo por el cambio climático -la manifestación más palpable, llamativa y urgente- ha ganado un terreno político y mediático que no tenía desde los años 70. Es cierto que faltan muchas batallas por dar y ganar. Necesitamos lograr una consciencia ambiental generalizada. Hemos dados grandes pasos, sobre todo desde el 2019 a esta parte. Siento que vamos por el buen camino, aunque demasiado lento, lamentablemente. Por suerte, en España y gran parte de Europa, el negacionismo climático es residual. En las últimas encuestas, al menos en España, el porcentaje de población que niega el cambio climático como consecuencia de la actividad humana es entre un 8 y 10 por ciento. Pero es verdad que queda por conseguir que aquello que todo el mundo da por importante se transforme en relevante en términos políticos. Porque cuando uno aterriza en las medidas concretas aparecen los problemas: falta de aceptación de muchas medidas y falsos debates que se establecen en la esfera pública, bien o mal intencionados. En este contexto, lo que estamos viendo ahora es un fenómeno de "retardismo", sobre todo en parte del poder económico y en la derecha: sin negar los efectos del cambio climático, se toman medidas para no avanzar lo rápido que requiere esta emergencia.

¿Cuánto falta para que esta crisis ecosocial sea el tema excluyente de la agenda política? La sensación es que el capitalismo global está frente a un tsunami y que, sin embargo, las discusiones políticas siguen girando muy en el corto plazo.

A ver, a nivel europeo las políticas climáticas se tienen muy en cuenta. Yo no sé si en algún momento, por la propia naturaleza del cambio climático, que va empeorando de forma progresiva, surgirá un quiebre o un hito trascendente que genere amplios consensos. Dudo que la crisis ecosocial se convierta en un tema excluyente en el corto plazo. Creo que será un tema que irá permeando todas las conversaciones. Los aterrizajes en experiencias cotidianas van calando, ya sea incendios cercanos, inundaciones o ir un día en manga corta en invierno. El gran tema, lo veo complicado. Sí esta crisis va a atravesar todos los temas en los próximos años. Ya está pasando, pero será cada vez más intenso. Y hay que tener en cuenta que la crisis ecosocial no se va a manifestar solo como tal. Una crisis migratoria, puede ser una manifestación. Lo mismo que cosechas perdidas y problemas en los suministros de alimentos.

"El decrecimiento es un mal marco político, es demasiado opuesto al sentido cultural dominante"

La teoría del decrecimiento empieza a expandirse con mucha fuerza. La UE, por ejemplo, va a financiar investigaciones sobre su factibilidad. Para muchos científicos y ecologistas es una transformación inevitable para evitar el colapso. Entiendo que adhieres a esa "brújula", pero así y todo eres crítico con el concepto ¿Por qué?

Yo creo que el decrecimiento es una necesidad. Aunque hay que matizarlo porque no todos los países y todos los individuos tienen que decrecer. Mis críticas al decrecimiento van en un sentido más político y científico. Mi sensación es que el decrecimiento se ha contentado con simplemente enunciar algo que es tan cierto como banal: que no hay crecimiento infinito en un planeta finito. Es casi una tautología. Pero al mismo tiempo decir eso no te soluciona nada. Es una buena noticia que se financien proyectos científicos de investigación para darle contenido y marco a la idea de decrecer. Porque es fácil decir que hay que decrecer, pero cómo se aterriza eso en las realidades concretas y cómo se logra una transición decrecentista sin caos no es tan sencillo. Hay mucho qué y poco cómo. La segunda crítica que le hago es que el decrecimiento es un mal marco político, es demasiado opuesto al sentido cultural dominante. Es importante que haya gente que diga que hay que decrecer, que se teorice sobre el decrecimiento, pero creo que se trata de un debate al que le quedan muchos años. De momento estamos en una disputa mucho menos ambiciosa: la transición ecológica en una sistema que siga creciendo. Incluso aunque tengamos el decrecimiento como objetivo último, es necesario utilizar términos que choquen de una forma menos frontal. Con Emilio Santiago Muíño (antropólogo ambiental) nos gusta hablar de poscrecimiento, aunque tampoco es muy sexi que digamos. ¿Cuál es la idea? Una gran coalición que busque construir una sociedad ecológicamente sostenible y justa, sin sobrepasar los límites planetarios, pero sin un choque político directo contra la idea de crecimiento, sino más bien un abordaje colateral. Esto nos parece factible. Políticamente, en la necesidad de construir mayorías amplias, el poscrecimiento puede llegar a medidas concretas y prácticas, sobre todo en la agenda de gobiernos progresistas, frente a la visión abstracta que caracteriza al decrecimiento.

"Los discursos apocalípticos le están haciendo el juego a la extrema derecha" 

La álgida crispación entre decrecentistas y los referentes del Green New Deal no atenta contra esta coalición que planteas.

Hay margen para consensos, aún en el enfrentamiento discursivo. Nadie alertado por la crisis climática y ecosocial está negando que vamos a una situación hipotéticamente catastrófica si no se hace nada. No creo que haya nadie, esté a favor de un discurso más apocalíptico, más optimista, más institucionalista o menos institucionalista, que esté poniendo paños calientes a los que nos enfrentamos, a corto, a medio y a largo plazo. Hay dos grandes debates: uno sobre cómo se va a desarrollar la crisis ecosocial, si como un colapso, como una pérdida muy rápida en términos sociales y de abruptas dificultades de los Estados y de las economías para controlar los territorios; o si lo que vamos a ver es empeoramientos continuos, que sin quitarle gravedad, van a dar lugar a una crisis más lenta y progresiva. El otro debate es cómo se comunica. Y yo pienso realmente que estamos a tiempo de evitar los peores escenarios. Vamos a una situación dura, pero no terminal. Hace cinco años los modelos nos daban que íbamos a llegar a los seis grados por encima de la temperatura industrial en 2100. Ahora estamos en 2,5. Es un escenario muy duro y muy complicado. Creo que hay margen para mitigar y para adaptar. Y creo que tanto en el fondo como en las formas se pueden llegar a acuerdos para trabajar en forma conjunta. Lo que pasa es que se está viendo que estos marcos generales sobre cómo se concibe la crisis ecosocial, dan paso a debates más cotidianos sobre la velocidad de las renovables o la minería, por ejemplo. Y en estos debates es donde se ven más roces.

Es importante que haya gente que diga que hay que decrecer, que se teorice sobre el decrecimiento, pero creo que se trata de un debate al que le quedan muchos años. De momento estamos en una disputa mucho menos ambiciosa: la transición ecológica en una sistema que sigua creciendo 

Has asociado al poscrecimiento con medidas concretas y prácticas. ¿Cuáles, por ejemplo?

Cualquier medida que se tome que implique aumentar el bienestar a costa de no aumentar el impacto ambiental se puede considerar una política poscrecentista. Por ejemplo: favorecer muchísimo el transporte público, reducir la jornada laboral, hacer una reforma del sistema de cuidados, hacer que las empresas tiendan a modelos más cooperativos. Son medidas posibles que tienen más variables en juego que lo puramente ambiental. La reducción de la jornada laboral la propusimos en Más País en 2020. Es una medida clave en todos los estudios y análisis de decrecimiento. Y es una medida que se pueda dar, que se pueda avanzar. Ahora bien, no tiene por qué imponerse ni ser aceptada por ser una medida de poscrecimiento. Quizás mucha gente la acepte porque quiere estar más tiempo con su familia. Y quizás muchas empresas la acepten porque aumenta la productividad. A esos equilibrios apostamos. Y de esto estamos hablando cuando planteamos la necesidad de armar coaliciones para superar esta crisis.

¿Podemos compaginar crecimiento económico, bienestar social y ecológico desde un capitalismo verde? ¿Es ganar tiempo, como te leí decir, o es estirar la agonía de un sistema difícil de sostener en el tiempo?

El capitalismo no es un sistema sencillo de tirar abajo. Es un poco adanista pensar que una crisis ecológica fuerte va dar como resultado un cambio de sistema. No creo que la solución inmediata a la crisis ecosocial sea la impugnación del capitalismo. Lo que planteamos con el Green New Deal es que necesitamos ganar tiempo, diez, veinte o treinta años. El capitalismo verde no es lo peor. Es paradójico que aquellos que ponen por delante los peores escenarios posibles, pongan al capitalismo verde a la par. Si logramos retrasar veinte o treinta años los escenarios climáticos más grave, nos podría dar tiempo para construir alternativas sociales que realmente pueda enfrentarse al capitalismo de tú a tú.

"Ajustar la producción y el consumo a los límites del planeta es el debate político central de nuestro tiempo"

Jorge Riechmann plantea una paradoja fulminante: lo ecológicamente necesario es políticamente imposible. ¿Entonces?

Pues rebelarse contra esa afirmación. Riechmann es de los grandes referentes del ecologismo en este país. Yo cambiaría la palabra imposible por complicado. Jorge parte de esa visión de un colapso inevitable, pronto y muy de prisa. Mi visión, como ya dije, es que la crisis climática se va a desplegar un pelín más lenta. Y eso da márgenes. Si se puede ir a peor, se puede ir a mejor. Nunca hay un punto en el que no se pueda hacer nada más. Esta, quizás, es una de las principales desventajas de haber utilizado los umbrales de 1,5 y 2 grados. El cambio climático tiene un componente muy lineal, pero sus efectos no son lineales. Estamos hablando de escalas temporales de muchas décadas, cuando no siglos o milenios. La principal crítica a esa frase, a esa posición, es que no estamos condenados a la imposibilidad. Se puede hacer mucho para que los escenarios a los que nos enfrentemos no sean los peores posibles. Hay que dar la disputa. Y no hablamos solo de disputas técnicas. Construir sociedades más justas, más resilientes, más democráticas, con más confianza en las instituciones, donde la gente apueste más por lo público frente al sálvese quien pueda neoliberal es también una medida de adaptación contra el cambio climático.

"El decrecimiento es un mal marco político, es demasiado opuesto al sentido cultural dominante"

Ahora bien, más allá de las velocidades de la crisis, sea progresiva o en forma de colapso, ¿cuán importante es que los ciudadanos de a pie de las economías desarrolladas entiendan que los actuales niveles de producción y consumo son muy difíciles de sostener?

Sin dudas. El gran reto del ecologismo es construir modelos de vida buena que sean sostenible a nivel global y que, sobre todo, sean deseables. Una transición ecológica y política de este calibre implica renuncias y conquistas. Hay que construir horizontes de vida buena para que las renuncias, que van a ocurrir, traigan mejoras. Esto ha pasado en cualquier transición. Lo que no podemos pretender es simplemente decirle a la gente que como el modo de vida occidental tiene un impacto ecológico altísimo hay que buscar otro alternativo. La crisis climática pone de manifiesto que la ciencia tiene una capacidad de convencer bastante reducida. No se trata de tener razón, de tener modelos buenos de predicciones. Se trata también de generar modelos de deseo en la gente. ¿La gente prefiere viajar permanentemente o prefiere más tiempo libre para pasar con su familia? Habrá un poco de todo. Son modelos alternativos a los que nos podemos adaptar y que, en muchos casos, van a mejorar nuestra calidad de vida. Hay hábitos, claro está, que son insostenibles, como el consumo de carne de las economías más desarrolladas, que implica arrasar otras zonas del planeta. Nadie asegura una salida justa a la transición ecológica. La transición va a ocurrir. El mundo va a cambiar en su forma de consumir y producir. ¿Va a ser justo este cambio? Eso lo van a decir las políticas públicas, las instituciones, los movimientos sociales y las conquistas culturales.

Lo que planteamos con el Green New Deal es que necesitamos ganar tiempo, diez, veinte o treinta años. El capitalismo verde no es lo peor. Es paradójico que aquellos que ponen por delante los peores escenarios posibles, pongan al capitalismo verde a la par. Si logramos retrasar veinte o treinta años los escenarios climáticos más grave, nos podría dar tiempo para construir alternativas sociales que realmente pueda enfrentarse al capitalismo de tú a tú 

¿Qué papel va a jugar el movimiento ecologista en esta transición? Te escuché decir que es necesario que "salga de las trincheras".

Lo dije y puede que no haya tenido el suficiente cuidado. Y quiero tenerlo: el ecologismo ha hecho un papel casi heroico en este país. Pero durante mucho tiempo, por la situación política de extensión de la consciencia ambiental, ha jugado un papel muy de resistencia, de evitar los males. El consenso frente a la nuclear en muchos países de Europa es una gran victoria del ecologismo, por ejemplo. O los consensos sobre la necesidad de reciclar. Pero siento que en muchos casos seguimos en una posición más existencialista. Creo que ahora la urgencia amerita salir más a la ofensiva. Proponer, generar y producir horizontes de vida en un terreno mucho más complicado en el que va a haber mucha gente discutiendo sobre esto. Entendiendo que nuestras posiciones no están tan extendidas como nos gustaría.

¿Dónde te posicionas en el debate que empieza a darse en muchas comunidades autónomas entre "desarrollo" y "conservación" ante la necesidad de acelerar el despliegue de las renovables?

Lo tengo muy claro. No es un problema ni de espacio, ni de amenazas. Es un problema de planificación. El Estado en sus múltiples niveles tiene que aceitar los mecanismo de planificación para permitir acelerar ese desarrollo. Se están haciendo muchas barbaridades con las renovables, eso no lo niega nadie. Volvemos a lo anterior: la transición ecológica no tiene por qué ser justa social o territorialmente. Que lo sea es una disputa política. Ahora bien, frenando esas grandes barbaridades, esos grandes desarrollos especulativos, hay que avanzar en un despliegue muy rápido de las energías renovables. Eso hay que hacerlo. ¿Va a haber conflictos? Sí, van a surgir conflictos. Pero ninguno es irresoluble. Hay que tener en cuenta que en general, no a nivel local, para la biodiversidad es mucho más peligroso no implantar las renovables que implantarlas. El cambio climático es una amenaza mucho mayor para la biodiversidad que la instalación de renovables. ¿Qué hay que hacer? Excluir zonas de protección ambiental y evitar que los municipios se vean inundados de placas solares o aerogeneradores, por ejemplo. Pero lo que no hay que hacer es llevar esto a un conflicto generalizado entre agricultura vs. renovables o entre renovables y biodiversidad. A nivel local puede ocurrir de todo. Y las posturas son muy entendibles. Pero a nivel general no tiene por qué darse ningún conflicto. La agricultura es un sistema que tiene un profundo impacto ambiental. Y a nivel global es la principal amenaza para la biodiversidad, mucho más que la deforestación o que las renovables. Hay que empezar la transformación. Eso implica transformar el sistema agrícola y transformar el sistema energético. Me parece que se le está buscando tres pies al gato en este tema.

"La escala proyectada con el hidrógeno verde no parece nada realista"

La sensación es que el reglamento urgente que aprobó la UE para acelerar las renovables, en los que se flexibilizan muchos controles, no ayuda a suavizar este conflicto

No he leído en detalle el reglamento aprobado. Sé que la parte más controvertida era la de no implementar infraestructura renovable en la Red Natura 2000, que finalmente ha quedado excluida. Tendría que ver en detalle que se ha liberalizado para dar una opinión. Porque se si aprueba que haya silencio administrativo para una instalación de autoconsumo, es decir que uno puedo solicitarla y se nadie dice nada en un mes, puede colocarse, me parece una medida de desregulación positiva. Volvemos a lo mismo. Lo que hay que hacer es ser lo más restricto posible en los controles. Y si una inversión cumple todos los criterios, con participación local, con un código de buenas prácticas, con la autorización medioambiental, con generación de empleo, etc. que salga mañana mismo. No es el momento de desregularizar a lo loco, como no es el momento de hacer moratorias a lo loco.

Tienes la ventaja de palpar las posturas sobre esta crisis ecosocial desde dentro de la política institucional. En la izquierda, con sus matices, la preocupación es cada vez más evidente. ¿Cuá es la táctica de la derecha?

A nivel global y europeo la extrema derecha aún está decidiendo qué quiere ser. En España Vox es un partido claramente negacionista a niveles ridículos, que, a mi juicio, le resta más de lo que le suma. La crisis ecosocial es un campo abonado para cualquier posición política. Hay posturas como la de Marine Le Pen que asumen esta crisis y que pretenden abordarla con medidas clasistas y autoritarias, como imponer fronteras. Por ahora en España, la extrema derecha es puro negacionismo con algunos avances como la defensa de la soberanía energética o el no rechazo a las renovables. Aventuro situaciones violentas, incómodas y turbias si la extrema derecha se mete de lleno en el tema de las renovables en el territorio.  Este negacionismo, al menos en España, hace que sea fácil contrarrestar estos discursos, pero al mismo tiempo legitima las posturas retardistas que se están haciendo mayoritaria entre la derecha más moderada. Ayuso, la política más relevancia nacional del PP que más se ha manifestado sobre este tema, oscila entre decir que su modelo de desarrollo va a ser sostenible y que el cambio climático ha ocurrido siempre. Está en una especie de construcción nebulosa. En medio de sus crisis de identidad generalizada, el PP se debate entre ser el partido afiliado a Von der Leyen, posicionada en una derecha que ve necesaria la transición ecológica, y ser el partido que tiene que gobernar con Vox, una formación claramente negacionista.   

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