El presidente de Estados Unidos Joe Biden está satisfecho por estas horas con el triunfo de Lula Da Silva en Brasil en una elección que fue de máxima prioridad para el Departamento de Estado. Washington llegó al punto de advertirle a Jair Bolsonaro que se interrumpirían las relaciones bilaterales si el presidente no reconocía un triunfo del PT y colaboraba con la transición. 

Biden habló con Bolsonaro el pasado junio en Los Ángeles durante casi una hora, en la bilateral más extensa que tuvo el presidente demócrata en el marco de la Cumbre de las Américas. Según deslizan quienes conocieron el detalle de esa conversación, Bolsonaro prácticamente admitió que sería derrotado y en primera vuelta.  Hubo también una advertencia muy frontal sobre ciertos coqueteos de Bolsonaro con Moscú que no agradan a la Casa Blanca.

Con el paso de los meses, la elección se fue cerrando y Bolsonaro ganó confianza lo cual encendió las alarmas del consejero de Seguridad Nacional Jake Sullivan, quien un mes antes de las elecciones ya mencionaba que Lula ganaría en segunda vuelta y por menos de cinco puntos, lo que finalmente sucedió.

Para Sullivan, el próximo presidente de Brasil debe ser el interlocutor de Estados Unidos en la región porque reúne dos cualidades que entiende como elementales: tiene una centralidad política indiscutible y, cuestión no menor, es un creyente del sistema democrático, un político que perdió elecciones, que fue preso, que nunca alteró el orden público y que, finalmente, regresa al poder. Esas dos condiciones juntas, a los ojos del asesor de Biden, no las reúnen ni Andrés Manuel López Obrador ni Alberto Fernández.

López Obrador es el actor más relevante de la política doméstica de su país pero quiere hacer una reforma electoral  estructural,  promueve la militarización de la seguridad y esboza una política energética de corte nacionalista que es un riesgo para ciertos criterios de seguridad jurídica. Todos aspectos que no encajan en el vocabulario ni de Sullivan ni del consejero para América Latina Juan González o del secretario de Estado Anthony Blinken.

Fernández, por su parte, a los ojos de Washington, tiene convicciones democráticas pero es una figura completamente periférica en el esquema de poder argentino, superado tanto por su vicepresidente Cristina de Kirchner como ahora por su ministro de Economía Sergio Massa.

En ese escenario regional es que el triunfo de Lula era necesario para quienes operan la relación de Biden con la región. Desde el séptimo piso de Foggy Bottom (sede del Departamento de Estado) se está esbozando una línea de acción que viene a proponer una normalización de las relaciones con Cuba, Nicaragua y Venezuela a cambio de que estos gobiernos cooperen con la agenda de los demócratas (fundamentalmente en materia migratoria) y, en paralelo, limiten al máximo cualquier injerencia de Rusia o China en negocios estratégicos de la región. 

Este esquema tomará impulso tras las elecciones de medio término en Estados Unidos que tendrán lugar la semana que viene. Y Brasil debe ser el articulador para acercar posiciones en esos conflictos, fundamentalmente a partir de su fuerza económica, su potencia exportadora, la baja inflación y más de 300 mil millones de dólares de reservas.

El triunfo de Lula era necesario para quienes operan la relación de Biden con la región. Desde el séptimo piso de Foggy Bottom (sede del Departamento de Estado) se impulsa una normalización de las relaciones con Cuba, Nicaragua y Venezuela a cambio de que estos gobiernos cooperen en materia migratoria y limiten la injerencia de Rusia o China en la región. 

 Para entender: Sullivan espera un rol clave de Lula en el sendero que Biden transita para retomar las relaciones diplomáticas con Venezuela, un giro precipitado, desde ya, por la necesidad de crudo venezolano que existe en los inventarios de Estados Unidos. 

Aunque no se diga en voz alta, el enviado especial de la Casa Blanca para el Cambio Climático, John Kerry, también ex secretario de Estado, tiene mucho que ver en ese movimiento a partir de sus nexos con el sector energético.

La Casa Blanca tiene además la ventaja de que grandes objetores a este posible giro se encuentran en problemas. Mauricio Claver-Caronne, un halcón cercano a Donald Trump, fue eyectado de la presidencia del BID por un acontecimiento de corte privado no del todo explicado. 

El senador Bob Menéndez, un demócrata muy duro con Cuba y Venezuela y al mando de la comisión de Asuntos Exteriores del Senado, se encuentra investigado ahora por una fiscalía de Nueva York por supuestos manejos irregulares.  En tanto en la OEA, un funcionario de estrecha sintonía con Luis Almagro también tiene frentes judiciales que van a repercutir en el mandamás del organismo.

Los demócratas asumen que lo que queda de la administración Biden va a estar enfocado en la guerra en Europa y para eso se requiere que América Latina esté ajena a grandes turbulencias y en lo posible gobernada por presidentes más cercanos al centro que a los extremos, o, como le gusta explicar a Blinken, más cerca de la democracia que de la autocracia. 

Ahora queda el enigma de cómo reaccionará Lula a este ofrecimiento, a este protagonismo que se le reclama desde el norte del continente. Sobretodo si se considera que el futuro presidente tiene una idea muy acabada - se la compartió a López Obrador en su ultimo viaje a CDMX -, del supuesto rol que Estados Unidos jugó en su penuria carcelaria de un año y medio, donde se gestó este triunfo agónico del domingo por la noche, en la principal economía de América Latina.