Recep Tayyip Erdogan se está anotando una serie de logros diplomáticos que espera capitalizar en las elecciones presidenciales de 2023. El mandatario turco es el único líder que consiguió destrabar la exportación de cereales ucranianos en medio de la guerra y aún confía en que puede llegar a una especie de tregua entre Vladimir Putin y Volodimir Zelenski. Pese a que Turquía forma parte de la OTAN, Erdogan fue legitimado como mediador por el Kremlin y se convirtió en el adulto responsable en el Mar Negro ante los ojos de Ucrania.
Pero Erdogan avanza en otra de sus prioridades: recuperar la influencia turca en Medio Oriente y entre los países musulmanes. Para eso viene apurando la normalización de las relaciones con Israel, Egipto y las monarquías del Golfo Pérsico. Ankara se prepara para designar un nuevo embajador en Jerusalén después del distanciamiento que siguió al ataque israelí a una flotilla que se dirigía a la Franja de Gaza en mayo de 2010. Diez ciudadanos turcos fueron asesinados entonces. El incidente quedó en el pasado para el presidente de Turquía.
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Turquía e Israel apoyaron a Azerbaiyán en la guerra con Armenia y desactivaron los atentados terroristas que preparaba Irán en Estambul contra turistas israelíes. Erdogan también avisó al movimiento palestino Hamás que ya no serán bienvenidos en territorio turco, una exigencia del gobierno israelí. Es un tipo de concesión que ya practicó con Arabia Saudita, luego de que en abril cerrara la investigación por el asesinato del disidente saudita Jamal Khashoggi. El caso fue resulta por Riad, si bien el crimen apunta al entorno del príncipe heredero Mohamed Bin Salmán.
"Erdogan siempre se ha visto como uno de los líderes del mundo musulmán, que lo ha enemistado con la mayoría de vecinos de Oriente Medio y los territorios que fueron parte del Imperio Otomano. Desde las primaveras árabes se ha enfrentado a Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Egipto. El último año ha habido una política de reconciliación entre Erdogan y los líderes musulmanes", dice a LPO Xavier Palacios, analista internacional e historiador por la Universidad de Barcelona.
El presidente turco sabe que ha descuidado el vínculo con los vecinos, mientras la región vio nacer nuevas alianzas y rivalidades, guerras e intervenciones internacionales. Y Erdogan encontró en la invasión rusa a Ucrania la oportunidad para probar el poderío de Turquía. Además, en los últimos meses se acercó a Egipto, un país de peso en el mundo árabe y un productor y exportador importante de gas en estos momentos. Como gesto al presidente Abdelfatá al Sisi, Erdogan ordenó a los Hermanos Musulmanes, islamistas opositores al régimen egipcio, que dejaran de operar desde Turquía.
El plan de Erdogan es mucho más profundo para Palacios, porque "se basa en la identidad musulmana". "Erdogan se ve como una especie de justiciero universal. Cuando llegó al poder en 2002 tenía una vocación europeísta, de transformación y modernización del Estado y de las Fuerzas Armadas. Cuando empezó a perder apoyo interno, y tras haberse cargado del poder a los kemalistas, adoptó un discurso cada vez más fuerte en pro del mundo musulmán sunita, por todo lo que implicó el Imperio Otomano, el último califato", explica.
Este giro tiene otras aristas, es tan ideológico como pragmático. Erdogan necesita proyectar sus conquistas internacionales en la sociedad turca. "La renormalización de estas relaciones es para la llegada de inversiones. Arabia Saudita y EAU están invirtiendo muy fuerte en Turquía. En Estambul se ven ya muchos más turistas del Golfo Pérsico. Incluso muchos viven allí, tienen su tercera residencia", sostiene el experto en el Sudeste de Europa y el Mediterráneo Oriental.
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En junio del año que viene tendrá que revalidarse en las urnas y la situación económica no ayuda. La inflación supera el 70% y la lira se ha devaluado casi un 50%. Los jóvenes no encuentran trabajo o si lo logran, es empleo precarizado. En el oficialismo turco hay preocupación porque la mitad de los votantes son tan chicos que solo conocieron a Erdogan en el poder y lo responsabilizan por la realidad que les ofrece. Una reciente encuesta de la consultora turca MetroPoll mostró que la oposición podría ganarle al presidente, cuya popularidad se va erosionando.
El fallido golpe de Estado de 2016 llevó a Erdogan a extender la represión y la persecución a opositores políticos, disidentes y medios de comunicación, al tiempo que se enfriaba la relación con los aliados de la OTAN. La Unión Europea frenó el proceso de adhesión de Turquía por violaciones de los derechos humanos y denuncias por el accionar arbitrario de las autoridades turcas. Joe Biden no tiene buena sintonía con Erdogan y le reprocha la compra de sistemas antiaéreos rusos S-400. Pero no pueden prescindir de él.
Erdogan es recibido por Putin y Zelenski y su mediación fue destacada por el secretario general de la ONU, el exprimer ministro portugués António Guterres. Por otra parte, Turquía arrastra el impacto de los cuatro millones de refugiados sirios que se calcula que llegaron en la última década. El país los ha recibido mejor que en otros lugares, más preparado, con un plan inicial de integración, que más tarde mutó en un problema que el presidente turco quiere resolver. Erdogan negoció con la UE la acogida de refugiados a cambio de seis mil millones de euros y el compromiso de flexibilizar el visado para los ciudadanos turcos. Dice que Bruselas no cumplió con su parte.
Siria es un lugar que le interesa de lleno a Erdogan. Allí busca terminar con las milicias kurdas que responden al Partido del Kurdistán de los Trabajadores (PKK), una fuerza enemiga del gobierno turco. "Las incursiones en el norte de Siria obedecen a la seguridad. Es una línea roja del Estado turco, que ha ido mutando en los últimos años por el renacimiento del llamado Estado profundo, la llegada de ultranacionalistas al poder, que implica un nacionalismo monolítico turco", dice Palacios.
El presidente ya no ve un beneficio concreto en oficiar como el gestor de una crisis humanitaria y de hecho está trasladando a refugiados sirios al norte de Siria, en las zonas controladas por el Ejército turco. La oposición apela al nacionalismo y la xenofobia para culparlo de agravar la crisis económica con la llegada de refugiados. "Es una baza que el gobierno deberá jugar antes de las elecciones, para demostrar a la sociedad que ellos están ganando y controlan la situación. Más allá de la ‘lucha antiterrorista', van por la repoblación o el envío de refugiados sirios a la parte norte de Siria, y eso cambia la demografía y le geografía social, mucho más compleja antes de la guerra", continúa el analista.
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Erdogan he llegado a moldear el Estado en base su idea del lugar que debe ocupar el país en el mundo. Como el reverso de Ataturk, el padre de la Turquía republicana y laica, el presidente sueña con que Ankara se transforme en el epicentro político del islam y de una concepción conservadora de las cosas. Para eso necesita que nadie contradiga sus planes e interfiera en el control de los poderes. Pero también necesita mantener alta la popularidad, que explica en buena parte la vigencia de su proyecto después de 20 años. El rédito lo está buscando en el exterior, sin descuidar el liderazgo que busca proyectar para Turquía.
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