Editorial
No vas a ser presidente
Por Santiago Gerber
Habría que tener cuidado de no subestimar la otra gran grieta que se evidenció como nunca en las PASO: la que separa a la política de los sectores anticasta.

Cuando Unión por la Patria confirmó por Twitter que el elegido para competir por la presidencia sería Sergio Massa, hubo dos certezas: la primera, que el proceso de elección había sido más que desprolijo; la segunda -y más importante-, que el Frente jugaría su mejor carta en la elección.

Allanar el camino para que Massa llegue competitivo al ballotage fue casi el único objetivo y para ello en UP no habría PASO -más allá de la disputa de contención a Grabois- y se bajaba a Wado, Scioli, Manzur y quien otro coquetease con la idea de suceder a Fernández. Esta simpleza de elegir un candidato titular, empoderarlo y dejarlo jugar, fue la abismal diferencia que primó a un lado y otro del bicoalicionismo.

En Juntos por el Cambio, Macri se corrió de la candidatura -al igual que CFK-, pero su ambivalencia cada vez que enfrentó un micrófono dio luz a una interna sangrienta entre Larreta y Bullrich. La apuesta del jefe de gobierno parecía ser la más lógica: gobernabilidad, apertura al radicalismo, llamado al PJ no kirchnerista y el mote de ser el "heredero natural" desde los tiempos en que sucedió a Macri en la Ciudad.

Pero Macri fue más Mauricio que nunca y puso todas las piedras en el camino de Larreta que pudo, jugando al límite de las emociones en un espacio del que siempre se sintió el único dueño. "No vas a ser presidente" fue la frase que no sólo marcó a Larreta sino a todos los cambiemistas, que mirarán el ballotage desde afuera.

Poner a los titulares y patear todos para el mismo lado: con esa receta, Unión por la Patria se ganó su lugar en noviembre. La magnitud de los números que catapultaron a Massa al ballotage tiene otras explicaciones, que van desde las virtudes del ministro de jugar a todo o nada en el armado, hasta el techo que Milei fue construyendo sobre sí mismo.

El candidato libertario debía sumar votos y nada de lo que hizo durante el último mes pareció ir en esa dirección. La exposición de los debates presidenciales la utilizó para afirmar que en la Argentina no hubo una dictadura sino una guerra, trastabillar en sus respuestas en relación al Papa y confrontar de manera violenta con los candidatos, sobre todo con Bullrich, a quien llamó "montonera asesina tirabombas". ¿Cómo se presumía que ampliaría la base de votantes con ese tipo de posicionamientos?

Paralelamente, el séquito de colaboradores mediáticos de Milei se encargó de tropezar a diario en cada entrevista, enturbiando cada vez más el nivel de la discusión y haciendo que Victoria Villarruel parezca una estadista a su lado. Siguiendo con la jerga futbolística, en La Libertad Avanza no se dieron dos pases seguidos en varias semanas.

"Murió la grieta", sentenció un Massa abonado como nunca a la tríada Dios-Patria-Familia. La promesa es la misma que la del saliente Alberto Fernández, es cierto, pero las circunstancias no son las mismas. Los apellidos Kirchner y Macri no estuvieron en la boleta presidencial: ¿se abre una nueva era en la política argentina, en la que los ex presidentes no tengan tanta influencia?

Habría que tener cuidado de no subestimar la otra gran grieta que se evidenció como nunca en las PASO: la que separa a la política de los sectores anticasta. Una expresión creciente de gente que le tiene más rechazo al Estado que al kirchnerismo en sí y que ven en la cosa pública el origen de todos los problemas del país. Es el recordatorio de que no hay sólo una herida que suturar en la sociedad argentina.

Sobre eso deberá pararse Milei, acompañado de los sectores del PRO que buscarán rodearle la manzana, arrancarle compromisos públicos y apuntalar su estrategia mediática. Seguramente, los emergentes políticos influencers pierdan pantalla y se busque moderar al libertario con un equipo menos disruptivo a su alrededor. La bala de Melconián y sus cientos de economistas ya fue usada para intentar rescatar a Bullrich, por lo que no es una opción, más allá de las históricas diferencias entre Milei y el ex presidente del Banco Central.

Massa, por su parte, deberá estirar por un mes esa sensación que proyectó el domingo a la noche, que indica que está tocado por la varita de los que van a ser presidentes. ¿Con qué dirigentes de la oposición se mostrará públicamente en las próximas semanas? Seguramente, la prioridad serán aquellos que tengan votos, más allá de la proyección de la imagen de la unidad nacional. El cordobesismo de Schiaretti corre con ventaja, luego de una interesante elección, que no tuvo nada que envidiarle a las perfomances históricas de Roberto Lavagna.

Como en todo ballotage, la disputa será por el centro político. En eso, Massa corre con ventaja, ya que ensayó un viraje de discurso desde hace tiempo, mientras Milei disputaba los extremos con Bullrich. Sin embargo, el libertario no tiene mucho margen para moderar su discurso, luego de haber doblado la apuesta post PASO, en lugar de matizar sus intervenciones. Ahora parece atrapado en la estrategia de las bravuconadas, la motosierra y el excremento y condenado a triunfar o morir en esa línea.

Se avecina el momento de la segunda y última vuelta, ante un pueblo que llegará agotado al ballotage, luego de un año turbulento en todo sentido. Quedan sólo dos equipos en la cancha y la expectativa de que las cosas vuelvan a ser medianamente predecibles en la política argentina.

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