El rechazo al plebiscito complicó fuertemente al gobierno de Gabriel Boric, que apostaba al texto constitucional para encarar sus reformas. El desafÃo de evitar un nuevo estallido social y el giro al centro. |
Durante treinta años Chile fue conocido como un paÃs bastante aburrido, que se gobernaba a través de un cierto consenso. La transición a la democracia fue considerada como un ejemplo y la consolidación democrática y gobernanza económica llevaron a los treinta años más exitosos en la historia del paÃs. Pero la tranquilidad tuvo un precio, que se empezó a cobrar el 18 de octubre de 2019. Desde entonces, el paÃs ha vivido un fuerte conflicto, que sólo se logró encauzar en un proceso constituyente, acordado por las fuerzas polÃticas. Con el plebiscito del pasado 4 de septiembre, ese proceso llegó a su fin, y una vez más se busca la manera de volver a ser un paÃs aburrido.
El problema es que a casi tres años desde el Estallido Social, y después de un año de trabajo de una Convención Constitucional, la ciudadanÃa chilena rechazó la propuesta. Si bien las encuestas indicaban que este podrÃa ser el resultado, el tamaño de la derrota - 61.9% vs 38.1%, con 85% de participación - fue un shock para el sistema polÃtico, y para el gobierno de Gabriel Boric en particular.
Según las reglas que echaron en marcha el proceso, a través de una reforma constitucional aprobada a comienzos de 2020, el rechazo significa que se acaba el proceso y la carta actual sigue vigente. PolÃticamente, sin embargo, esto no pareciera ser factible. La sociedad chilena ha sabido discernir entre desear una nueva constitución pero rechazar una mala propuesta. Más que un rotundo ‘no', el resultado del plebiscito fue un ‘ésta no'.
Una encuesta de Ipsos de Agosto arrojó que un 78% de los encuestados creÃan que se debe modificar la constitución actual. A la vez, sólo un 15% pensaba que se deberÃa convocar otra convención como la que recién tuvimos. La opción preferida es una comisión de expertos. A pesar de que un 41% de los encuestados optarÃan por este mecanismo, hay una minorÃa vociferante que pondrÃa en duda la legitimidad de dicha vÃa.
Algo de esto, de hecho, ya se observa en las calles. La última semana ha visto un creciente ciclo de protesta y violencia, principalmente en los alrededores de algunos liceos (colegios secundarios) públicos y en las estaciones de metro. Muchos de los detenidos son menores de edad. Transeúntes que intentan razonar con los manifestantes son agredidos. Como en el pasado, ni las policÃas ni el gobierno parece tener la inteligencia de prevenir ex ante, o la capacidad o voluntad de detener ex post. La crisis de legitimidad de las instituciones continúa afectando su poder de imponer orden, un problema que parece haberse amplificado con el resultado del referéndum.
Es un poco temprano para saber si estamos ad portas de otro estallido social, pero la posibilidad es una preocupación para el gobierno. Recordemos que muchos de los actuales gobernantes incluyendo el presidente fueron, hace no mucho tiempo, lÃderes estudiantiles, manifestando públicamente su apoyo por las protestas en el metro de octubre de 2019, la antesala al Estallido Social. Pero ahora les corresponde navegar las aguas para no solamente intentar retomar la senda constitucional sino avanzar con la agenda de reformas en materias como salud y pensiones. Mientras una minorÃa se niega a aceptar los resultados, difÃcilmente se podrá avanzar en la agenda legislativa o constitucional.
Es verdad que se han iniciado intensas negociaciones entre los partidos polÃticos para buscar un camino hacia un nuevo proceso constitucional. Pero el resultado del plebiscito le ha dado un nuevo aire a la oposición, que hace pocas semanas se manifestaba dispuesta a considerar la continuación del trabajo constitucional, pero hoy su compromiso es más incierto. Las protestas, supuestamente destinadas a presionar a las autoridades polÃticas a lograr un acuerdo, hacen lo contrario, justamente porque no estamos en 2019.
No son solamente las condiciones polÃticas que son distintas, sino las económicas también. A diferencia del 2019, el paÃs se encuentra ad portas de una recesión, golpeado por un creciente desempleo, una deuda que va en aumento, y tasas de inflación no vistas en tres décadas (producto, en parte, de la inyección monetaria que significaron sucesivos retiros de fondos de pensión, gracias, nuevamente, al apoyo de los que hoy gobiernan).
Son dÃas decisivos, que determinarán si viene un Estallido, si habrá otro proceso constitucional, y si el presidente Boric se convertirá, a seis meses del inicio de su gobierno, en un pato cojo. No tiene que ser asÃ. Boric tiene habilidades personales y polÃticas que Sebastián Piñera carecÃa y un consenso generalizado de que una nueva constitución es necesaria.
Dicen que solamente Nixon - presidente con fuertes credenciales anticomunistas - pudo establecer relaciones diplomáticas con la Republica Popular China. Tal vez Boric tiene el capital polÃtico para poner fin a las protestas y la violencia, no para parar la expresión popular, sino para defenderla en su versión electoral. Y asÃ, empezar a volver a ser un paÃs aburrido.
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